La voz olvidada de Lanzarote

Santiago Ramos Niz
14 de agosto de 2024 (15:45 CET)

La historia muchas veces se pierde, ya sea por elementos radicales, como lo fue en su momento la Inquisición Española, o por episodios recientes de nuestra historia, como la dictadura franquista. Sin embargo, en ocasiones, esta historia se desvanece simplemente por la falta de importancia o de divulgación, y con ella también perdemos a personas cuya ausencia dificulta entender el mundo que nos rodea. Es por ello que, en conmemoración de su sesenta y nueve aniversario, he decidido rescatar de este olvido a Don Casto Martínez González (1897-1956). Él podría ser el ejemplo típico de un fantasma de película que aparece y desaparece a su antojo, pero en esta ocasión no lo hará desde las paredes, sino desde las páginas de los diarios.

Vizcaíno de nacimiento, Don Casto, como era conocido en su época, es alguien sobre quien lamentablemente sabemos poco. Al igual que Agustín Espinosa, Guillermo Topham y Agustín de la Hoz, fue uno de los grandes precursores de una revolución que más tarde tomaría forma con el dúo Manrique-Ramírez. Esta revolución buscaba llevar a una isla maldita, según su propia percepción, a mostrar su auténtico potencial para el turismo, a través de la valorización de sus espacios naturales y tradiciones.

En relación con la defensa de dichos principios, Don Casto fue uno de los precursores de la construcción del Parador de Turismo en Arrecife, el primer edificio de la isla con fines turísticos. También elaboró varios folletos que destacaban los lugares imperdibles de Lanzarote, como las Montañas del Fuego, los Jameos del Agua y El Golfo; ideas que hoy podemos apreciar no solo como visionarias, sino como revolucionarias. Sin embargo, su carrera literaria no termina ahí, ya que también fue poeta y dramaturgo. En sus obras, como “Gofio de millo” y “Timple conejero”, podemos sentir un profundo amor por la tierra conejera y todo lo relacionado con su folclore.

Tristemente, a pesar de todas estas hazañas, este gran nombre para la historia insular se perdió en el tiempo, sucumbiendo en el olvido. Por ello, me uno a la protesta de Guillermo Topham, Agustín de la Hoz y también de uno de los hijos de Don Casto, Luis Martínez Cabrera, para que al menos se le rinda un mínimo homenaje póstumo a este hombre de bien, que fue tan adelantado para nuestra querida isla de los volcanes. Pues, como decía William Shakespeare en la obra Julio César: "El mal que hacen los hombres les sobrevive; el bien es a menudo enterrado con sus huesos."

 

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