Van a matar una historia rompedora de amor y apertura entre un árbol y un muro, ante los ojos pasmados del mundo.
Yo fui chinijo en ti, y en ti me mimetizé contra obispos y francos. Tú salvaste mi espíritu, fuiste mi pontífice con lo que ellos escondían. Invisible durante tantos años. Fui en ti, hormiga, escarabajo, regartija, mono, niño, pájaro. Evolución. Soy piel de tu corteza, esqueleto de tu tronco, osadía de tu copa. Inteligencia de tus raíces. Con ellas escuché los susurros en la gran casa triste y aprendí lo que sucede con la condición humana cuando es severamente condicionada. Alineada.
A ti te conté la alegría de mis pecados. Las películas prohibidas, las inquietudes de mi sexualidad.
Aprendí a mantenerme chinijo hasta encontrar mi Chinijo en el mundo. Y lo encontré y allí había otro como tú, el más solitario del planeta.
Y te reconocí y bajé al aljibe donde sumergía sus finísimas raíces y fue mi túnel con la vida al más allá. No, el de la gran casa triste. El que custodio en mí. Allí, en ese aljibe al que se accede al agua por unas escaleras, (lo contrario a subir al púlpito). Allí dentro, entre las raíces, colgando de sus paredes y su mística y pura agua, imbuido por mi olor a viejas secas, en pelotas, percibí, ahora lo sé, la fuerza sutil, pero insoslayable, como la gravedad, del tiempo entre Eras. Piscis de sal, Acuario de oxígeno.
Ese círculo que escribe el eje del planeta en el firmamento, y que colocan sobre la cabeza a sus santos, y ya no saben por qué.
Soy como tú, humedad, sombra, cobijo del tremendo solajero esterilizador de las apariencias mundanas.
Creo que empecé a conocer el Aleph en la blanca esfera que siempre te acompaña, tu inseparable, tu opuesta forma.
En ella descubrí otras más, del mundo, de estar en el mundo. Soy como tú, siempre fuera esperando a los del interior, pero con raíces profundas en el Arrecife.
Ahora que nos quieren matar, se matarán. No son capaces ni de oír los orígenes de sus creencias en la música de las esferas, ni el canto de la vida en la sabia dignidad del árbol. ¿Acaso hay un solo loco qué pensaría que Cesar primaría su obra al árbol? No duden que vería la belleza en ese copular de la forma.
Luego entrarán en la gran casa triste a pedir perdón o en la botella o en la raya vulgar y simple. Sin destino ni señal. O, celebrarán el golpe.
Lo voy a decir, no me gusta hacer esto, pero lo voy a decir: ¡No cortarán un árbol, se cortarán la sangre!
Decía el filósofo colonialista: “ser es ser percibido”.
Digo: “Ser es Ser”. La gran esfera. Donde el verbo y el sustantivo dan sentido a la exploración. Se tocan, se turnan, se anteponen, se intercambian, se abrazan. Siempre sobre el eje, ES.
No es ser, la raya, la botella ni el falso perdón. Ni el descuido, ni el olvido, ni la intención de la función. Ser es Ser.
¡Ah! Me llamo Gines. Ahora ginesito.
Y digo que no es: "Eras son Eras". Digo que, contrario a Ser, Eras son Eras percibidas. Eso no es colonialista. Por lo tanto, todo es en relación con todo. En el tiempo y el espacio. Si pierdo la relación con ese árbol, yo seré invisible. Quienes participen del corte, no me verán nunca más, si me ven, será un espejismo y los espejismos no cuentan.
Estoy en paz. Siempre viví pensando y sintiendo que todos los que ya se fueron tienen acceso hasta el más oculto de mis pensamientos. Hasta el cura marrano, que me abofeteó por nada, tiene acceso. Esa es mi conciencia. Y con ella y desde ella hago la acción.