La semana pasada retiraron el conjunto escultórico "La Marea Creciente" del artista Jason deCaires Taylor del entorno del Castillo de San José. El principal argumento que se señaló para llevar a cabo esta acción desde las instancias políticas del Cabildo y la dirección de los Centros Turísticos fue "devolver la identidad a la obra cultural y artística de César Manrique".
Personalmente me parece que la explicación es insuficiente y además discrepo en cuanto al razonamiento pues considero que el Museo Internacional de Arte Contemporáneo, en el que intervino Manrique y las esculturas de deCaires mantenían un diálogo muy interesante y sobre todo, nos hacían cuestionarnos el mayor problema al que debemos enfrentarnos este siglo: la crisis climática. ¿Realmente qué medidas efectivas se están tomando si, como señalan numerosos informes y estudios, sube considerablemente el nivel del mar en el frágil litoral de Lanzarote?
Pensemos que si a este tema ambiental, en el que nos va la vida, no se presta la suficiente intención, qué vamos a esperar en materia cultural que prácticamente parece no importar a nadie. La cuestión de fondo, bajo mi punto de vista, es que la retirada urgente de estos caballos no parecía en absoluto un tema urgente en cuanto a la política cultural de la isla que presenta muchas carencias. Si además el asunto estuviera tan justificado, no habría habido ningún problema en dialogar con el artista y los agentes culturales que se han opuesto para acordar donde situar de nuevo la obra. Otro asunto son las responsabilidades administrativas, el debate sobre la adquisición o no de las mismas, etc. que se debe depurar en las instancias correspondientes.
Lo que sí debería hacernos reflexionar como ciudadanos, a raíz de la retirada de los caballos de de Cayres, es sobre el propio concepto de arte y el que las élites políticas pretenden imponer (o rebatir) en cada momento. Aunque tal vez la actualidad se nos muestre un poco decepcionante, Lanzarote siempre ha sido una isla referente en materia cultural y no debería dejar de serlo.
En la cultura, un ámbito tan denostado muchas veces desde la política, poniendo al frente de los departamentos culturales a personas desconocedoras, con poca sensibilidad o, directamente, ajenas al sector cultural, deben analizarse las necesidades reales de la población y no las opiniones elitistas, aunque también deban ser consideradas en conjunto. Los políticos deben ser receptivos, apoyando las iniciativas culturales que surjan desde la sociedad y los colectivos, actuando también como mecenas para los artistas locales y emergentes, con visión amplia, para enriquecer el patrimonio cultural insular, optando no por una imposición, sino por una política cultural participativa, porque la cultura debe ser para todos.