Los sueños entrañan algo verdadero, aunque retenerlos resulte una ardua tarea como nos demuestra el pintor Daniel Jordán en su última exposición La Segunda Vista que se exhibe en el Museo de Arte Contemporáneo (MIAC) de Lanzarote desde finales de noviembre de 2023.
Como nos recuerda la célebre frase de Sigmund Freud, padre del psicoanálisis, “en los sueños reconocemos nuestro propio yo, a pesar del disfraz de elevación o rebajamiento con el que se nos aparece”. Esa búsqueda que realiza Daniel Jordán en la experiencia de los sueños no es sino una sincera indagación en sí mismo y una nueva línea en su trabajo, tras estos últimos años donde había abordado en su obra el contexto artístico de Lanzarote.
En La Segunda Vista, Daniel Jordán estuvo trabajando un año intenso en la antigua casa de sus abuelos en un pueblo de Valencia. El lugar donde se realizaron las obras es importante para comprender el origen de estas. La inspiración de un aislamiento en un ambiente rural, de unos objetos y de un olor darán lugar a un resultado sorprendente.
Incluso la evocación de un olor puede ser relevante como recordaba Daniel Jordán a partir de la escena de la película La Gran Belleza de Sorrentino, cuando uno de los protagonistas
contesta a la pregunta infantil: ¿Qué es lo que más te gusta en la vida? con una respuesta memorable: “El olor de las casas de los viejos”. El personaje, por supuesto, estaba abocado
a un destino de sensibilidad, a ser escritor. ¿Debemos hacer caso a estas señales e interpretar en ellas los signos de un destino? ¿Puede ser una buena idea reflexionar sobre los sueños?
En Teresa de Cofrentes, este lugar de memoria familiar, Daniel Jordán quería hacer algo nuevo en su trayectoria artística y partió de una mirada hacia el interior, hacia lo profundo del mundo inconsciente, lo onírico, las imágenes de los sueños para lograr encontrar un sugestivo punto de partida. Buscaba señales en su exploración en el tránsito de la conciencia y el sueño. Con todas las dificultades que podemos encontrar en este proceso por la propia evanescencia de los sueños, por su inherente falta de información. Como todos conocemos por nuestra experiencia, aunque tengan un carácter narrativo, suele ser difícil comprender lo que ocurre en los sueños o, por ejemplo, ver un rostro con nitidez.
Las sucesivas capas de óleo, las rectificaciones en los cuadros nos muestran el difícil traslado de la representación del sueño al lienzo. Los sueños se desvanecen, no siguen los parámetros del mundo real. Cuando intentas recordar los sueños, justo al despertar pierdes los detalles, se mantienen algunas sensaciones. Sensaciones que al llevar al papel de un boceto pierden un poco su sentido como también lo pierden las palabras al intentar describirlos. Instintivamente Daniel Jordán tuvo que reconstruir los sueños, buscando un equilibrio en la percepción de lo sensitivo más que en una imagen definida propiamente. ¿Trabajó entonces completamente perdido?
En absoluto. Construyó su propio método para llevar a cabo su propósito. El proceso de trabajo que llevó a cabo para realizar los cuadros que integran la exposición fue el siguiente: 1º) intentar recoger la imagen de los sueños en anotaciones y bocetos al despertar, 2º) hacer una escenografía a partir de una serie de materiales. Se trataba de reconstruir con objetos que había en la casa de sus abuelos y cosas compradas en bazares chinos una escenografía que pudiera captar, que pudiera aportar algo de solidez a la imagen de los sueños. Para establecer esa escenografía había que tomar decisiones que al llevar a la pintura podía ser necesario modificar. 3º) Pintar esa escenografía, es decir, trasladar la imagen recreada del sueño de tres dimensiones a dos.
Un auténtico reto que resulta más narrativo al principio para ir después hacia la abstracción con el objetivo de ¿volver a la realidad? ¿Qué realidad? Una lápida a la que se aproxima un personaje con una larga lengua. Un hombre lobo dentro de una caja cara a la pared tiene sus manos cubiertas con guantes de jardinería atadas a su espalda. Una liebre se oculta tras una tela de flores. Un joven ciervo con la cara vendada sale de una mesa camilla y apoya su hocico dulcemente sobre un muro de ladrillos. Dos seres cubiertos con bolsas de pienso para animales emprenden una danza, sostienen sus extremidades superiores y entrecruzan sus rosadas y extensas lenguas. Un extraño bípedo con su torso alado y un misterioso pico usa su única mano para sostener una llave que podría abrir la puerta o la cama que nos conduce al sueño o a la pesadilla.
Los símbolos desbordan el sugerente universo onírico que se nos propone. Quizás uno de los aspectos que más llame nuestra atención sea que la mayoría de los rostros que representa están tapados incluso físicamente. Seres híbridos, seres que se ocultan, que se encuentran en estados dispuestos a jugar, a bailar, a dialogar con nosotros. Personajes que te incomodan y que a la vez no puedes dejar de mirar. Bichos raros. ¿Qué decir de la debilidad de Daniel Jordán por los bichos raros? La respuesta a esta pregunta daría para un libro ¿La solitaria tarea del artista implica que tenga que ser o que acabar convirtiéndose en un bicho raro? Puede que sí. ¿En un tronco con un ojo y algo de piel? ¿En una bestia del bosque que tapa su extraño rostro con las manos? Es una posibilidad que nos propone el autor y que ofrece un significado que debemos descubrir por nosotros mismos. Si resultaba que los rostros de los sueños son poco definidos, si es necesario encontrar el equilibrio entre el aspecto humano y el animal de algunos de los personajes que aparecían allí, el artista buscó su propia forma para revelarlo con una curiosa sinceridad.
En la mitad de la vida, a los cuarenta años se debe ganar en humildad y se puede alcanzar la madurez. La madurez creativa en este caso. Y si consideramos toda creación artística como un tributo a la naturaleza humana, en palabras de la poeta rusa Marina Tsvaetaieva en su obra El poeta y el tiempo, la única posible salvación sería aceptar una orden de la conciencia que es eterna, un encargo, una orden de la conciencia personal que trasciende el tiempo porque se encuentra fuera del tiempo.
A esa orden parece obedecer Daniel Jordán que quiere ofrecer en su exposición, aparentemente convencional en contraposición a las sorprendentes y divertidas propuestas a las que nos tenía acostumbrados, un tributo a la naturaleza secreta de los sueños, a lo más verdadero de nosotros mismos. No cabe duda de que el grado de autoconciencia, de madurez artística y conocimiento de su propio yo que alcanza el autor resulta muy elevado, una búsqueda oportuna en el acto heroico de la soledad y una auténtica lección creativa.
Una frase de Carl Jung, discípulo de Freud puede acompañarnos por último en la visita, puede sernos finalmente útil en una interpretación de La Segunda Vista: “Su visión se aclarará solamente cuando usted pueda mirar en su propio corazón. Quien mira hacia fuera, sueña; quien mira hacia dentro, despierta”. Quizás, antes que todo, debamos mirar dentro de nosotros mismos para comprender mejor lo que se muestra en esta exposición ante nuestros ojos.