De un tiempo a esta parte viene siendo habitual compartir con ustedes una reflexión a las vísperas de concluir con el año en curso y, siempre antes, de que las redes empiecen a colmarse de platos sofisticados, familias inquebrantables y buenos deseos para un próspero año 2024.
La política nacional desde hace un tiempo se ha convertido en el ring de boxeo imbatible en una democracia que, si bien no es perfecta ni pretende serlo, está cimentada en principios y valores que, con contrapesos, se ve debilitada y azotada por ataques constantes y cruentos.
La actitud de los líderes actuales comporta un cambio en la percepción de la “autoridad”. Un concepto tan antiguo como el hombre. La autoridad es una creación del ser humano social para ordenar la vida en comunidad e impedir el caos. No obstante, nos encontramos embarcados en un rumbo en el asistimos al desprestigio constante de quienes se encuentran imbuidos de capacidad, mando y orden- la policía, la judicatura, padres/madres, docentes, etc.-. Las agresiones físicas o verbales, los improperios, las mentiras se han erigido como un mecanismo útil y eficaz para ser uso de la libre expresión fomentando con ello la crispación. Si bien, es una opinión mayoritaria que la democracia es la mejor forma de gobierno y organización pese a las imperfecciones propias de que adolece.
En este sentido, en las declaraciones versadas por el presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, el pasado 27 de diciembre, entre otras cuestiones, puso de relieve el reprochable nivel de insultos a los que ha llegado la oposición. Demostrando la voladura democrática que garantiza el pluralismo político recogido en el artículo 1.1 de nuestra Carta Magna.
En este orden de cosas, a título de ejemplo recordarán las declaraciones de Santiago Abascal en Argentina en el que aseguraba “habrá un momento que el pueblo querrá colgar de los pies a Pedro Sánchez”. O, también, un comentario que tuvo lugar en la investidura del actual presidente del Gobierno, y esta vez, protagonizado por Isabel Díaz Ayuso, captada por las cámaras bosticando, “me gusta la fruta”, corregido con posterioridad por el ingenioso equipo de comunicación de la presidenta de Madrid. Es este es el caso en el cual el refranero español nos resulta útil, “piensa mal y acertarás”.
La casuística es amplia, si bien con unos pocos podemos comprender como la lealtad institucional y las reglas básicas de convivencia política, sean afines o no a nuestra ideología, hayan desaparecido del orden del día odontológico de los líderes políticos. Es hora de asumir que la crítica es necesaria y esperada, pues supone un modo de auditar las actuaciones y comportamientos de nuestros servidores públicos que tienen por mandato constitucional la obligación de gestionar nuestro país. Pero usar y abusar de los insultos y ataques dialécticos violentos desde las propias instituciones restan credibilidad al sistema democrático e instalan en los ciudadanos una sensación de legitimidad en la violencia y de inseguridad en los poderes del Estado.
Entretanto, una buena noticia es que PSOE y PP acuerdan la reforma del artículo 49 de la Constitución para eliminar y buscar sustitutivo al término “disminuido” que recoge dicho precepto. Huelga resaltar que nuestra Constitución, cuyo 45 aniversario celebrábamos en este 2023, se ha visto reformada en dos ocasiones, siempre y en todo caso, por mandato de la Unión Europea. Celebro, por tanto, el pacto entre las dos principales fuerzas del país para actualizar y mejorar nuestra carta de derechos, deberes y libertades, y espero que emplacen sus voluntades a un entendimiento para renovar el Consejo General del Poder de los Jueces, caduco desde 2018. Antes de que sea, una vez más, la Unión Europea quien inste y lidere una tarea propia del esfuerzo soberano español.
La democracia es el mayor éxito político alcanzado por España y deberíamos cuidarla entre todos y todas frente a los ataques e insultos, tanto por quienes son ordenados constitucionalmente a cumplir con la gestión del país como por la sociedad civil en su conjunto, fomentado críticas y creando acuerdos, diálogo, entendimientos.
Desde Lanzarote, sin abrigos ni bufandas, con una temperatura envidiable, en un territorio sin parangón, les envío mis mejores deseos para 2024.