Pangolín

Ginés Díaz Pallarés
8 de abril de 2020 (07:58 CET)

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En la mañana ensoñé que estaba sobre una loma y, de pronto, a lo lejos vi una nube de polvo como las tormentas del Sahara. Luego, se fue acercando y eran ejércitos huyendo de algo terrible: tanques, jeeps, soldados? y detrás civiles, millones y millones de civiles. Transcurrido un tiempo, pasó el último grupo; eran sanitarios con camillas recogiendo a los heridos pisoteados por los demás. Y el polvo se fue despejando. En la lejanía pude ver acercarse parsimoniosamente un pangolín.

Era de los poquísimos que se había librado de la persecución a que su especie se había visto sometida. Y ahora solo quería volver con los humanos para ver si había alguno de los suyos en algún lugar. Pero estos huían aterrados por su presencia. Subió a la loma donde yo estaba y hablamos un rato. Le dije que en el fondo no huían de él, sino de sus propias conciencias. Entonces me paró y me contó su paradoja.

Dijo que habían desarrollado unas magnificas escamas para protegerse y que esa protección había sido su ruina. Me dijo que no sentía odio y que le recordara a los humanos que la protección era una trampa y que ese mensaje era su regalo, su perdón. Me miró con una sonrisa muy triste, se quitó sus escamas e hizo un montoncito. Se hizo una bola y rodó mundo abajo. Hasta el final del mundo. 

Sentí un poco de envidia de no poder hacerme una bola y rodar y rodar. Tras él. Y aun no sé para qué sirven esas escamas de protección que allí dejó y qué hacer con ellas. En esa angustia me desperté del ensueño. Un grupete de pájaros moros estaba en el muro del patio, mirando en mi ensueño. En su día colaboré en desarticular una banda que los cogía en Lanzarote para traficar con ellos. Y pensé: ellos también podían haber traído el virus o las pardelas o... Y sin embargo, como los delfines, aun sonríen.