La pandemia de la imbecilidad

Irma Ferrer
21 de septiembre de 2020 (13:44 CET)

“Las masas humanas más peligrosas son aquellas en cuyas venas ha sido inyectado el veneno del miedo....del miedo al cambio”. Octavio Paz.

La crónica diaria nos lleva a preguntarnos si la acción política se dirige a imbéciles o está dirigida por imbéciles, entendiendo por imbécil a aquel falto de inteligencia. Supongo que, como en muchos aspectos de la vida en el que el color predominante es el gris, hay imbéciles conduciendo la nave e imbéciles dejándose llevar. Tal es la primacía de la imbecilidad en esta época de la historia de la humanidad que deberíamos estar pensando en una forma de denominarla, algo así como el “siglo de las sombras”, “idiocracia”, o la época de la “contrailustración”, algún término que nos permita describir la supremacía de la imbecilidad sobre la razón y la ciencia.

Las muestras de que nuestros gobernantes adolecen de la facultad de aprender, entender, razonar, tomar decisiones y formarse una idea de la realidad son múltiples y se manifiestan a diario en formas muy diversas. En el caso de los dirigentes públicos la incapacidad es especialmente hiriente pues han sido designados para defender el interés general por encima de criterios particulares o partidistas, así como para conducir los destinos de millones de personas hacia la mejora de las condiciones de vida. La idiocracia imperante es patente en la manifiesta incapacidad de tomar las decisiones adecuadas para mejorar la calidad de vida de sus gobernados. Nuestros gobernantes se caracterizan por no hacer aquello para lo que han sido elegidos. El político profesional no pierde oportunidad de contribuir con su acción política a la pérdida progresiva de los valores llamados a fortalecer el Estado social y de derecho, mermando los principios fundamentales de la democracia, y debilitando el pacto de confianza que sustenta la convivencia pacífica hasta su definitiva desintegración.

Se sabe que un imbécil de nacimiento puede gobernar cualquier país, comunidad o institución pública, un cribado nos daría la pista de cuánta razón llevo. También encontramos ejemplos de imbecilidad sobrevenida, es decir, la imbecilidad del rebaño. En estos casos resulta muy útil el partido como estructura sectaria que ha demostrado gran eficacia en el contagio masivo de la estulticia. Otros casos de imbéciles públicos son los que han elegido libre y conscientemente la degradación. Es el caso del corrupto en el que la imbecilidad es conscientemente buscada y elegida como modo de vida, es decir, doblemente imbécil. El corrupto es un imbécil por decisión propia.

La imbecilidad de libre elección es tan evidente y común en este país que se ha practicado durante siglos. La corrupción está institucionalizada de tal modo que ha devorado el sistema. Nos gobierna la corrupción con la connivencia y complicidad de los imbéciles de izquierda y derecha. Los mismos que ahora impiden que se investiguen los negocios del Jefe del Estado, para mayor vergüenza del Estado.

La acción política lleva años dirigida directa y abiertamente a engordar el patrimonio económico de “El Partido”, alimentando con dinero público a “Los Financiadores” que, agradecidos, hacen una parada en las cuentas corrientes de nuestros representantes públicos para dejar las migajas camino al paraíso fiscal. Así, las campañas electorales son plataformas de intercambio de dinero entre imbéciles, de tal modo que el territorio nacional es el campo de batalla de la financiación de los partidos políticos y la gran autopista es la corrupción. La contratación pública o el urbanismo criminal son los medios por el que el dinero público pasa a manos privadas, con perjuicio y merma para la calidad de vida. Habría que identificar de entre tanto imbécil a los psicópatas, no vayamos a confundirlos con tanto alboroto.

Lo que nos roban es más difícil de medir pues nunca se recupera todo lo robado ni puede valorarse, en términos reales, todo lo que perdemos ¿cómo se valora la pérdida de la confianza ciudadana en su representante público? ¿el gasto público de perseguir la corrupción? ¿o la pérdida de credibilidad internacional? ¿el coste medioambiental del urbanismo criminal? ¿cómo se valora el gasto en servicios públicos por los perjuicios y consecuencias de la corrupción? ¿cuanto dinero público se ha invertido en sostener la especulación bancaria? ¿y en la estafa de las cajas de ahorro, o en el rescate financiero? ¿ cuantos fondos europeos se han destinado a negocios ilegales, fraudulentos o directa y abiertamente inexistentes?...

Podemos especular que estos imbéciles nos birlan más del 16% del PIB anual, que entre “El Partido” y “El financiador” saquean más de 90.000 millones de euros del dinero de nuestros impuestos al año pero nos estaremos quedando siempre cortos. Llegados a este punto las preguntas son: ¿es imbécil el que nos roba o es el ladrón el que considera que su víctima es el imbécil de la ecuación? ¿denota inteligencia el hecho de enriquecerse a costa de empobrecer a la población donde viven? ¿es el delincuente de cuello blanco el ejemplo social? Es evidente que en esta sociedad de la involución “el puto amo” es aquel que demuestra tener menos escrúpulos, mayor capacidad de adaptación a la manipulación, y, por supuesto, una inteligencia limitada que sólo le permite sentir el hoy, el yo y el ahora. No vayamos a olvidar a la inteligencia emocional en esta ecuación.

Sólo reconociendo la imbecilidad, la capacidad de manipulación, la carencia de escrúpulos y la ausencia de inteligencia emocional del que gobierna (entiéndase, el que sólo tiene poder y/o dinero), puede entenderse que la economía mundial descanse en la especulación y el ocio, que una pandemia enriquezca a los más ricos, que la desigualdad sea el seguro de vida para el 1% de la población mundial y que el principal problema de los “putos amos” sea cómo proteger su patrimonio y su vida cuando “el acontecimiento” suceda. Es decir, cuando se agoten los recursos naturales del planeta y el exterminio de la biodiversidad de paso al exterminio de la especie humana. Debe ser que los imbéciles que se creen los más listos del patio tienen planeta B y ven burros volando.

El reconocimiento de la estulticia y de la psicopatía gobernante nos obliga a preguntarnos qué pasa con el resto de la ciudadanía que no participa de las redes del poder económico. Si ya sabemos que nos roban los imbéciles que “El Partido” coloca en la lista electoral por demostrada incapacidad de raciocinio y manifiesta pleitesía con “El financiador”, y que nos gobierna una gran masa de psicópatas incapaces de desarrollar inteligencia emocional ¿no es lógico que piensen que los electores somos los imbéciles? Pues es estúpido dejarse robar, es estúpido dejarse aniquilar, es rematadamente estúpido permitir que recorten en servicios públicos mientras se pagan con dinero público estafas bancarias, es estúpido jugar con el futuro de la especie.

Como anunció Octavio Paz ¿es el veneno del miedo el que nos impide defender nuestra supervivencia? ¿es el veneno del miedo el que nos impide exigir una vida más digna?. ¿qué es lo que nos mantiene atados a la estulticia? ¿involucionamos hasta el punto de no ver que las desigualdades sociales en el planeta devoran cualquier atisbo de futuro?

En fin, sólo quería escribir algo sobre el grupo de economistas que contrata el Cabildo Insular de Lanzarote. Otro día.

 

Por Irma Ferrer

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