Eran los primeros días de septiembre y estaba al teléfono. Al otro lado, una amiga. Enseguida, recibió una llamada alertando de la llegada de una embarcación a las costas de Lanzarote. Ella, debía acudir sin demora y equipada pese a las dificultades y limitaciones administrativas para asistir a los migrantes que hacía escasos minutos habían asomado en tierra conejera.
Septiembre, el mes de “la vuelta”, se convierte en un pesar y una constante de nuestras preocupaciones y prioridades en tanto que primera línea terrestre con el norte africano. El incesante incremento de llegadas a las aguas del Atlántico que devoran a tantos desafortunados en su ruta hacia la UE colma los diarios, las redes sociales, las tertulias de los lugareños. Por suerte, no se computó ningún fallecido hasta el momento.
En una isla pequeña e impresionante como Lanzarote, su población (del orden de unas 160.000 personas) así como el turismo del momento conviven con una problemática cruel y bárbara: mujeres, niños, adolescentes, hombres han pagado precios inasequibles a mafias criminales con el objetivo de lanzarles al mar con la esperanza de pisar suelo seguro, suelo europeo. Arriesgan sus vidas, y son perfectamente conscientes del riesgo que asumen y de que cada surco puede ser el último. De ello, solo podemos sacar una reflexión: la hambruna, el poco desarrollo en sus lugares de origen, la guerra o las violencias frecuentes les hace contemplar que de no hacerlo, estarían aún peor parados.
La actual presidencia española del Consejo de la UE se había marcado, entre las principales prioridades, cumplir con el derecho de la UE, cumplir con el mandato del art. 80 TFUE, en la medida en que el Pacto de Migración y Asilo estuviera basado en los principios de solidaridad vinculante y responsabilidad compartida.
No obstante, parece bastante dudoso creer que dicho Pacto vea la luz en la actual presidencia, puesto que Hungría y Polonia mantienen una actitud poco cooperativa y contraria a tales principios lo que ha propiciado el fracaso de la existencia de vías legales y seguras de acceso o entrada en la UE en su lucha contra la crisis migratoria hasta nuestros días. Conviene recordar a este respecto las palabras del ministro de Asuntos Exteriores húngaro, -Péter Szijjártó- hace unos días: “La migración no hay que gestionarla, hay que pararla”.
En esas palabras reside el voto en contrario de una decisión que exige el acuerdo unánime del conjunto de los 27 Estados miembros de la UE, lo cual se traduce en el estancamiento una vez más de una situación agónica y sin propuestas de soluciones conjuntas.
Asimismo, la gestión en otros países (los Macro campamentos en Grecia, jaulas en Bulgaria, prisiones flotantes en Reino Unido, hacinamientos en centros de menores) han llevado a la criminalización de los migrantes, produciendo una estigmatización del enemigo que provoca en la sociedad civil un aumento de los contextos de odio y xenofobia.
Esta reflexión encierra la llamada a VIVA VOZ al compromiso por la consecución de un marco regulatorio riguroso y la consolidación de unas vías seguras de acceso o entrada a las fronteras próximas al continente africano. Solo así, tantas y tantas vidas no sufrirían el calvario desesperante y tremendamente arriesgado en su ruta hacia la UE.