En un encuentro regional del PSOE Canarias mantenido hace apenas unos días, representantes socialistas en los cabildos y ayuntamientos de todo el archipiélago mantuvimos un profundo debate sobre el papel protagonistas de las administraciones locales en las grandes transformaciones que ha venido experimentando nuestra sociedad en las últimas décadas.
En este encuentro, tuve la oportunidad de exponer mi visión al respecto, partiendo de la idea de lo que realmente significa transformar la sociedad desde los ayuntamientos. Creo que transformar la sociedad es visibilizar las injusticias y actuar frente a ellas, crear sistemas igualitarios, abrir cauces sólidos de participación de todos los agentes que intervienen en ella, convertir los buenos propósitos en acciones encaminadas a mejorar la vida de nuestros vecinos y vecinas, generar espacios más sostenibles o aplicar en nuestra gestión, cada día, aquellos principios sobre los que se sustenta la convivencia democrática.
Transformar la sociedad es, también, contar con la ciudadanía para hacer todo ello posible, usando como llave la política, y todo esto lleva, sin duda alguna, el sello del Partido Socialista.
Tengo la convicción de que el municipalismo como instrumento transformador no se entiende sin el PSOE, como tampoco el PSOE puede ser entendido sin el municipalismo. Ejemplo evidente de ello es la figura de la Casa del Pueblo que, con más de un siglo de historia, ha permanecido siempre pegada a los vecinos y vecinas de nuestros municipios como espacio de reunión y debate.
Esas casas, nuestras agrupaciones locales, mantienen hoy sus puertas abiertas para recibir propuestas, quejas, reivindicaciones o necesidades. Mantenemos vivo ese espíritu de casa del pueblo, ese símbolo de resistencia, donde se habla con pasión y convencimiento, también con respeto y sentimiento democrático. Será esa la razón, ese enorme y arraigado simbolismo social, lo que hace que hoy nuestras sedes estén siendo atacadas por quienes defienden exactamente lo contrario.
“Perras”, “asesinos”, “muerte”, “cerdos”, “puticlub”, “nazis”, “hijos de puta”, “basura”… Pintadas como estas son frecuentes en nuestras fachadas, pero a quienes creen que pueden amenazar, sembrar el miedo, atacar los derechos y libertades, ensuciar la palabra “democracia”, les decimos nuevamente, con claridad y contundencia, que nada ni nadie va a provocar ni un solo paso atrás en esta lucha de décadas a favor de la convivencia pacífica.
Ya desde nuestros ayuntamientos, hacemos un trabajo intenso, codo con codo con cabildos, comunidad autónoma y Estado, para poder trasladar a la ciudadanía, con la máxima eficacia, todas aquellas políticas diseñadas para mejorar su vida. Somos esa primera puerta a la que acude la gente, esa institución en la que brindamos proximidad, cercanía y familiaridad, un puente que debe servir para unir política con personas.
La política local significa ser consciente de la importancia de cada historia personal y familiar. Es precisamente eso, la humanidad, lo que marca la diferencia. De ahí la obligación de estar siempre a la altura y de ser ejemplares.
La capacidad de los ayuntamientos para gestionar situaciones complejas ha quedado demostrada con hechos a lo largo de los años. Encontramos uno de esos momentos en nuestra historia más reciente, la pandemia de COVID. El confinamiento demostró la habilidad de las administraciones para reinventarse, para continuar trabajando en uno de los capítulos más complicados que han tenido en su camino.
Durante todos esos meses, el municipalismo volvió a mostrarse clave para los derechos de la ciudadanía, una valiosa herramienta para una política útil. Los ayuntamientos fuimos el primer dique de contención desde una perspectiva social, ya que garantizamos que los servicios y ayudas municipales llegasen a todos los rincones de nuestros pueblos y ciudades. Dijimos que nadie quedaría por el camino y lo mantenemos. Es la ética del cuidado: ante la vulnerabilidad o situación de dependencia de algún miembro de nuestra comunidad, tenemos el deber moral, desde nuestros ayuntamientos, de dar respuesta.
El avance en derechos y libertades por el que trabajamos desde los ayuntamientos debe traer consigo el máximo grado posible de implicación social. El progreso de nuestros municipios solo puede darse si caminamos de la mano de la ciudadanía. Nosotros somos la herramienta en lo que debe ser una cultura del diálogo, porque es impensable pretender gestionar para el bienestar de los vecinos y vecinas si no existen espacios coincidentes de debate y reflexión.
Hablamos de un municipalismo transformador, lo que significa que consiga mejorar la manera de vivir, que se abra a la participación y dé respuestas a realidades tantas veces injustas, cambiando las cosas desde abajo, con una mirada social, solidaria, sostenible y feminista.