El municipalismo como impulsor de grandes transformaciones sociales

Isidro Pérez
11 de septiembre de 2024 (19:39 CET)

En un encuentro regional del PSOE Canarias mantenido hace apenas unos días,  representantes socialistas en los cabildos y ayuntamientos de todo el archipiélago  mantuvimos un profundo debate sobre el papel protagonistas de las administraciones  locales en las grandes transformaciones que ha venido experimentando nuestra sociedad  en las últimas décadas.  

En este encuentro, tuve la oportunidad de exponer mi visión al respecto, partiendo de la  idea de lo que realmente significa transformar la sociedad desde los ayuntamientos. Creo  que transformar la sociedad es visibilizar las injusticias y actuar frente a ellas, crear  sistemas igualitarios, abrir cauces sólidos de participación de todos los agentes que  intervienen en ella, convertir los buenos propósitos en acciones encaminadas a mejorar la  vida de nuestros vecinos y vecinas, generar espacios más sostenibles o aplicar en  nuestra gestión, cada día, aquellos principios sobre los que se sustenta la convivencia  democrática.  

Transformar la sociedad es, también, contar con la ciudadanía para hacer todo ello  posible, usando como llave la política, y todo esto lleva, sin duda alguna, el sello del  Partido Socialista.  

Tengo la convicción de que el municipalismo como instrumento transformador no se  entiende sin el PSOE, como tampoco el PSOE puede ser entendido sin el municipalismo.  Ejemplo evidente de ello es la figura de la Casa del Pueblo que, con más de un siglo de  historia, ha permanecido siempre pegada a los vecinos y vecinas de nuestros municipios  como espacio de reunión y debate.  

Esas casas, nuestras agrupaciones locales, mantienen hoy sus puertas abiertas para  recibir propuestas, quejas, reivindicaciones o necesidades. Mantenemos vivo ese espíritu  de casa del pueblo, ese símbolo de resistencia, donde se habla con pasión y  convencimiento, también con respeto y sentimiento democrático. Será esa la razón, ese  enorme y arraigado simbolismo social, lo que hace que hoy nuestras sedes estén siendo  atacadas por quienes defienden exactamente lo contrario.  

“Perras”, “asesinos”, “muerte”, “cerdos”, “puticlub”, “nazis”, “hijos de puta”, “basura”…  Pintadas como estas son frecuentes en nuestras fachadas, pero a quienes creen que  pueden amenazar, sembrar el miedo, atacar los derechos y libertades, ensuciar la palabra  “democracia”, les decimos nuevamente, con claridad y contundencia, que nada ni nadie  va a provocar ni un solo paso atrás en esta lucha de décadas a favor de la convivencia  pacífica.  

Ya desde nuestros ayuntamientos, hacemos un trabajo intenso, codo con codo con  cabildos, comunidad autónoma y Estado, para poder trasladar a la ciudadanía, con la  máxima eficacia, todas aquellas políticas diseñadas para mejorar su vida. Somos esa  primera puerta a la que acude la gente, esa institución en la que brindamos proximidad,  cercanía y familiaridad, un puente que debe servir para unir política con personas. 

La política local significa ser consciente de la importancia de cada historia personal y  familiar. Es precisamente eso, la humanidad, lo que marca la diferencia. De ahí la  obligación de estar siempre a la altura y de ser ejemplares.  

La capacidad de los ayuntamientos para gestionar situaciones complejas ha quedado  demostrada con hechos a lo largo de los años. Encontramos uno de esos momentos en  nuestra historia más reciente, la pandemia de COVID. El confinamiento demostró la  habilidad de las administraciones para reinventarse, para continuar trabajando en uno de  los capítulos más complicados que han tenido en su camino.  

Durante todos esos meses, el municipalismo volvió a mostrarse clave para los derechos  de la ciudadanía, una valiosa herramienta para una política útil. Los ayuntamientos fuimos  el primer dique de contención desde una perspectiva social, ya que garantizamos que los  servicios y ayudas municipales llegasen a todos los rincones de nuestros pueblos y  ciudades. Dijimos que nadie quedaría por el camino y lo mantenemos. Es la ética del  cuidado: ante la vulnerabilidad o situación de dependencia de algún miembro de nuestra  comunidad, tenemos el deber moral, desde nuestros ayuntamientos, de dar respuesta.  

El avance en derechos y libertades por el que trabajamos desde los ayuntamientos debe  traer consigo el máximo grado posible de implicación social. El progreso de nuestros  municipios solo puede darse si caminamos de la mano de la ciudadanía. Nosotros somos  la herramienta en lo que debe ser una cultura del diálogo, porque es impensable  pretender gestionar para el bienestar de los vecinos y vecinas si no existen espacios  coincidentes de debate y reflexión.  

Hablamos de un municipalismo transformador, lo que significa que consiga mejorar la  manera de vivir, que se abra a la participación y dé respuestas a realidades tantas veces  injustas, cambiando las cosas desde abajo, con una mirada social, solidaria, sostenible y  feminista. 

 

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