Como decía Rita Levi-Montalcini, lo importante no es solo sumar años, sino darles vida a esos años. Y da mucha pena ver cómo, con el paso del tiempo, a nuestros mayores los dejan al margen, como si ya no tuvieran nada que ofrecer. La mirada triste de un anciano recluido es igual a la de un niño en un orfanato: sin vida, sin ganas. Es cierto que a medida que uno envejece, la vulnerabilidad llega, pero no es justo que, por solo añadir años, perdamos el derecho a vivir con dignidad y alegría.
Lo fácil es meterlos en sitios, controlarlos y quitarles la oportunidad de ser autónomos, dejándolos en sitios donde se les apaga la luz de la vida, como si ya no tuvieran nada que aportar. Y a veces, cuando uno entra en estos lugares, parece que les hablan como si estuvieran sordos o como si no entendieran nada, exagerando todo tanto que hasta da pena. Esas actitudes no solo son innecesarias, sino que son deshumanizadoras. Cuanto menos se mueven, más dependientes se hacen, y así se genera un círculo vicioso de aislamiento. Por eso, hay que fomentar que sigan moviéndose, que sigan siendo parte de la sociedad, para que cada año que vivan lo hagan con dignidad y sentido.
Aquí también entra lo que decía Arantxa Urretabizkaia, que ha sido clara sobre la invisibilidad de los mayores, especialmente de las mujeres. Muchos mayores, sobre todo las mujeres, se sienten apartados solo por envejecer, como si no tuvieran cabida. Urretabizkaia rechaza esa idea de "desaparecer" por el solo hecho de ser mayor, y afirma que la vejez no debe ser sinónimo de perder relevancia, sino una etapa llena de sabiduría y experiencia que aporta mucho a la sociedad.
Nuestros mayores no son una carga, no deben ser apartados, son un pilar fundamental con toda la sabiduría que han ido acumulando a lo largo de los años. Y no solo me refiero a los mayores en general, también a esos docentes que no se jubilan, que siguen dando lo mejor de sí, que siguen enseñando con su mirada sabia y paciencia infinita.
A mí, como docente, ojalá pudiera tener fuerzas para seguir sumando toda esa sabiduría y seguir transmitiéndola muchos años más. Pero lo importante es saber que un asilo no es la solución. No se trata de dejar a nuestros mayores apartados, sino de darles ánimo, de ayudarles a sentirse útiles y a seguir siendo parte activa de la sociedad. Los años que ganan deben ser vividos con alegría y propósito. Y no olvidemos que nos enseñaron, que tuvieron paciencia con nosotros, y secaron
nuestras lágrimas cuando éramos pequeños. Ellos no nos abandonarían nunca. Ahora es nuestra vez de devolverles ese cariño, ese respeto y esa gratitud.
Nuestro deber, debe ser cuidar y honrar a los que han hecho posible, lo que somos hoy.
Como bien dijo Benito Pérez Galdós: "Los viejos son los que tienen más razones para ser felices, porque llevan en el alma los recuerdos de lo que fueron y lo que hicieron". Nuestros mayores tienen todo un mundo de vivencias que merecen ser respetadas y valoradas, no apartadas. Y ese legado que nos dejan es más que suficiente para seguir aprendiendo de ellos cada día.
Piensen, por ejemplo, en las montañas verdes de La Gomera, en los vientos que cruzan las cumbres de La Palma, en el sol que se pone sobre el mar de Tenerife, en los atardeceres de Lanzarote, en el paisaje volcánico de Fuerteventura, en la calma del Hierro ,en las olas de Gran Canaria, o en las preciosas playas de La Graciosa. Cada isla tiene su magia, y nuestros mayores son como esas islas: con historia, con sabiduría, y sobre todo, con mucho amor. Son el alma de nuestra tierra, siempre presentes, con todo lo que nos han dado, y con todo lo que aún nos pueden dar.
Juani Alemán Hernández.