Cuando falleció Esteban Rodríguez Eugenio, ilustre y querido yaiceño, el pasado 4 de enero, yo estaba de viaje, y cuando me enteré de su triste fallecimiento al llegar, supe que algo importante se había quebrado en todos lo que lo conocimos y también en Yaiza toda.
Era un buen hombre en el machadiano buen sentido de la palabra bueno. Ya se nos fue. Pero las personas viven en esta tierra mientras sean recordadas, y Esteban estará en nuestro pensamiento y alma, por mucho tiempo, tanto como el que nos queda por vivir.
Era alguien muy especial, ingenuo e inteligente a la vez, en esa difícil mezcla que se da solo en los hombres elegidos para así ser superior a casi todos nosotros. Sagaz observador, pero condescendiente al mismo tiempo, porque solo resaltaba lo mejor de los demás, por eso te sentías bien con él, y todo era bueno a su lado.
Era mayor que yo, pero casi crecí con él, pues nunca dejaba de lado a nadie, y siempre estaba atento a todos, incluso, a un pequeño que revoloteaba por la plaza del pueblo, y que él podía ver como un simple mocoso; sin embargo, él lo atendía y escuchaba. Más tarde, seguimos siendo amigos, una relación ahíta de su conversación siempre inteligente, de historias y de anécdotas, de observaciones y ocurrencias sagaces hasta la finura más exquisita. Todo eso era él, y por eso todo murió un poco con él.
Él valoraba a todo el mundo, fuera joven o viejo, rico o pobre, culto o inculto, pues los grandes hombres saben tener la perspectiva adecuada y enriquecerse con todos al mismo tiempo que crecen en sabiduría, y él llegó a ser eso, un auténtico sabio, un sabio nuestro, de la tierra lanzaroteña.
Fue cronista oficial de Yaiza, y no pudimos tenerlo mejor, pero sobre todo fue un buen hombre de verdad, que caminó con dignidad por esta tierra y que tuvimos el honor de conocerlo, y de quererlo.
Siempre estarás en mi recuerdo. Descansa en paz, amigo mío.