Marmente

Ginés Díaz Pallarés
1 de octubre de 2019 (11:24 CET)

Gdp-I_22

Cuando me siento a 'meditar' y tomo consciente la respiración, entonces los pensamientos se levantan transmutados en una bandada de palomas. Vuelan y algunas, solo algunas, vienen a posarse en mí. Con sus cuentos, sus anhelos, sus miedos, sus chismorreos, sus ansias de venganza y justicia, sus ilusiones, sus obras por crear, sus deseos. Alguna, ni siquiera sabe lo que quiere, pero quiere ser paloma y ser vista. Entonces les lanzo millitos de intenciones y todas se revolucionan a comer. En ese revolotear, ya abro el espacio y busco las gaviotas, más lejanos sus chillidos cerca del mar y abro más espacios hasta donde los halcones buscan a sus presas. Y abro y abro y abro. Ya las palomas vuelan su ritual lejos de mí y un halcón inicia su picado. Ahí los dejo que sigan sus avatares.

Luego atiendo las mariposas dentro de mí, mariposas y diferentes bichillos que pululan por las galerías interiores de mi ser. Haciéndolo. Siéndolo. Y entonces soy cuerpo en toda su intensidad; no un cuerpo pensado, no,  un cuerpo sentido emocionado de su propio sentir. Semilla latiendo. Infinitas probabilidades sin propósito alguno. Latidos, vibraciones, flujos, temperaturas. Solideces, liquideces, energías, vacíos. Propiedades sin adjetivos. Infinitas interconexiones que jamás nos será dado explorar en su totalidad.

Oigo de lejos el golpe seco del halcón sobre una paloma. Dentro de mí. Las mariposas revolotean espantadas. Las plumas caen mecidas entre la maresía y, mientras las garras sostienen el bulto, una gota de sangre se desploma y calienta el mar. Muchos en el líquido ya sienten las ondas del golpe otros el olor. Y se mueven. Marmente. Y puedo sentir el terror y la alegría en un solo instante. En un solo gesto. Y ese instante me sostiene en el bramar de la vida. Marmente. 

Una mariposa se ha posado entre mis cejas, por dentro del cráneo y activa la más dulce de todas las sensaciones que me transporta a un nuevo espacio hasta hace tan poco desconocido de mi ser. El resto sale volando por la salida más baja. Exhalando con su aleteo todos los aires de las respiraciones del cuerpo. No es un gufo. Aunque el proceso lo parezca, nada mas distinto. Siento el latido excitado del corazón del halcón y el calor decadente de la ausencia de paloma, ya solo alimento. Todos sus amores, sus vuelos, sus sueños, engullidos hacia otro ser. Transmutando conciencias. Luego el silencio, ese espacio, lo innombrable. 

Hasta que de nuevo las palomas vuelven graciosas hacia mí. Regreso yo también a ellas. La gota de sangre ya disuelta en el mar espera la llegada de las plumas ?cada cosa lleva su tiempo cocido a ella; y cada tiempo lleva cocido muchos tiempos, según el estado de las cosas?. Nuevas conciencias, bacterias que de aquí y de allá se atraen, anhelantes de crear nuevas formas que llenar de consciencia. Abro los ojos y observo alucinado el invisible cristal que separa los dos mundos. Y por momentos ni siquiera hay separación, el mundo está tan dentro de mí y yo tan dentro del mundo. Como en una indibujable esfera de Moebius. Por eso, por esa forma de presencia, cada amanecer me ofrezco marmente a las palomas. Dispuesto a ser. Abierto a que el halcón me atraviese, pero siempre bando de palomas. Una y todo. Vivo y muerto. Aire y pluma, sangre y mar.

Antes, me levantaba de los sueños y pasaba directo a la vigilia. Y aunque uno y otra hubieran sido guays, se creaba una ruptura del mundo que me separaba de todo. No existía una lógica que fundiera con fluidez los mundos. Cuerpo y mente. El sueño y la vigilia. Ahora pienso que vivía como un loco, soñaba cosas raras despierto y soñando vivía extraños despertares. Aunque es verdad que muchas veces la vida, ella sola, me mezcló todo para mantenerme de alguna manera cuerdo. Yo diría que en la cuerda floja. Cuánta tensión, cuánto sufrimiento conlleva esa cuerda floja. Me da que esa es la situación de la humanidad ahora. En la cuerda floja. Separados cada uno de sí y después del mundo. Intentando arreglarlo solo con tornillos. Como si los tornillos en el sueño tuvieran donde atornillar. Y si hay algo tan obvio como que somos vida y muerte es que somos vigilia y sueño. Así lo hizo la vida. Y recalco, no hay vida sin sueño. Y los sueños vida son.

Luego existe un tiempo sin consciencia. Más allá del sueño. A ese tiempo es a lo único que hay que rendirle respeto y entregarse a ál con la mejor voluntad y benevolencia posible. Y las soluciones vendrán, así sean en forma de halcón. Nadie podrá sentirse jamás más libre e inspirado que una gota de sangre que cae al mar. Suelta de todo. Lo que fue, lo que es y lo que será. Todo, en un instante colgada en la maresía camino del mar, portando el universo entero y lo de más allá. Sabiendo con nitidez absoluta que solo es un vehículo de lo que lo innombrable quiera expresar. Como tú y como yo. Marmente.