Maestros: vocación pasión y compromiso.

26 de febrero de 2025 (09:59 WET)

En un lejano reino, se alzaba una majestuosa torre de cristal que contenía miles de  luces doradas. Cada una representaba el conocimiento, la esperanza y el futuro de  los niños del reino. Pero esas luces no brillaban solas; necesitaban cuidado,  protección y guía. 

Los Guardianes se encargaban de ello. Eran personas dedicadas a la enseñanza,  maestros y maestras que, con su pasión y entrega, guiaban a los niños en el camino  del aprendizaje. Cada día, antes del amanecer, recorrían los caminos más oscuros  para llegar a la torre y asegurarse de que ninguna luz se apagara. Lo hacían con amor  y sumo cuidado. Con paciencia, avivaban las pequeñas llamas, apartaban las  sombras del miedo y la incertidumbre, y protegían el fuego del viento de la  indiferencia. 

Sin embargo, con el tiempo, el pueblo comenzó a verlos de otra manera.  Murmuraban y criticaban su labor: 

—¿Por qué descansan en verano? No hacen nada, solo cuidan unas luces. Eso lo  hacemos nosotros también y seguro que mejor. 

—Cobran por hacer poco.Los Guardianes escuchaban esas palabras en silencio.  Sabían que su esfuerzo no siempre era valorado y que su trabajo era invisible para  muchos. Pero seguían adelante, porque cada luz que brillaba con más fuerza era un  niño aprendiendo, soñando y preparándose para un futuro mejor. Niños felices, eso  pretendían. 

Además de cuidar de las luces, los Guardianes también debían preparar sus  oposiciones, estudiar sin descanso y dedicar horas a la planificación de lecciones.  Muchos de ellos dejaban a sus familias durante largas noches, sumergidos en libros  y apuntes, buscando siempre ser mejores para ofrecer lo mejor a los niños. Su amor  por ellos era tan grande que estaban dispuestos a sacrificar momentos con sus  seres queridos para asegurarse de que cada uno recibiera la atención que merecía. 

Con el paso de los años, algunos Guardianes comenzaron a desanimarse. Se  marcharon a buscar nuevos caminos, mientras que otros, cansados, se quedaban  en la sombra, sintiéndose menospreciados por un pueblo que no comprendía la  magnitud de su labor. Sin embargo, había un grupo que no se rendía. Seguían  llegando a la torre cada día, llevando consigo nuevos conocimientos y todo el amor  por lo que hacían. 

Un día, una gran oscuridad cubrió el reino. La ignorancia y la apatía se extendieron  como una niebla espesa. Los niños comenzaron a perder su curiosidad y su deseo 

de aprender; parecían seres inertes. La gente buscaba la luz desesperadamente,  pero solo unos pocos recordaban cómo encenderla. 

Fue entonces cuando el rey comprendió que había cometido un grave error. Había  prestado poca atención a los Guardianes de la Luz, aquellos que mantenían viva la  esperanza del reino. Se dio cuenta de que, sin ellos, el futuro de su pueblo estaba  en peligro, quizá sin remedio. 

—¡Llamen a los Guardianes de la Luz! —ordenó—. Solo ellos saben cómo devolver  el brillo a nuestra torre y a nuestros corazones. Estamos perdidos. 

Sin embargo, algunos Guardianes ya se habían marchado, cansados de la falta de  reconocimiento y de los prejuicios hacia su trabajo. Otros seguían allí, pero sus  fuerzas flaqueaban. Se sentían menospreciados por un pueblo que no comprendía  la magnitud de su labor, y eso era frustrante para ellos. 

El rey, dándose cuenta del vacío que habían dejado, reunió a los Guardianes y, con  lágrimas en los ojos, se dirigió a ellos. Por favor, perdónenos. No hemos valorado  como debíamos el esfuerzo que realizan. Sin ustedes, este reino no tiene futuro.  Cada una de estas luces representa la vida de un niño, de esos seres extraordinarios  que serán nuestro futuro. 

Los Guardianes, conmovidos, decidieron quedarse y luchar por su reino.  Comenzaron a trabajar con aún más dedicación, y poco a poco, las luces  empezaron a brillar como nunca. Pero también era el momento de que el pueblo  entendiera lo que significaba ser un Guardián de la Luz. 

Así, los Guardianes decidieron contar su historia. Un día convocaron una reunión  en la plaza del pueblo, donde compartieron sus experiencias: las alegrías de ver a  un niño aprender a leer y a escribir, las noches en las que se desvelaban planeando  lecciones, los desafíos que enfrentaban cada día, las lágrimas que habían visto en  los rostros de sus alumnos y los hermosos sueños que habían ayudado a cultivar. 

—Somos más que cuidadores de luces —dijeron—. Somos los arquitectos del  futuro. Cada día, luchamos contra la oscuridad de la ignorancia. Buscamos la  manera de encender la chispa del conocimiento y la curiosidad en cada niño, para  que nunca dejen de aprender. 

—Nos dedicamos a prepararnos, a estudiar y a mejorar. Aunque en verano  tengamos vacaciones, nuestra mente nunca descansa del todo, porque siempre  estamos pensando en cómo ser mejores para nuestros estudiantes, ideando  nuevas formas de llegar a ellos. Y aunque a veces nos alejamos de nuestras  familias, lo hacemos por un motivo: queremos lo mejor para cada niño. Porque cada  uno de ellos es una luz que merece brillar.

Y así, poco a poco, el pueblo comenzó a comprender. Aprendieron a valorar no solo  el esfuerzo y la dedicación de los Guardianes, sino también la importancia de la  educación en la vida de sus hijos. Se dieron cuenta de que cada maestro y maestra  en el reino era un pilar fundamental en la construcción de un futuro brillante, y que  era mejor estar a su lado. 

Desde aquel día, el pueblo no volvió a llamar vagos a los Guardianes. Comenzaron  a celebrar su labor, a reconocer su esfuerzo y a apoyar su misión. 

Y así, en el reino, las luces brillaron más que nunca, gracias a los Guardianes de la  Luz. 

Un mensaje para los docentes y las familias 

Ser docente es más que una profesión; es una vocación. Es algo más que estar en  un aula. Conlleva prepararse constantemente, formarse, estudiar y encontrar  maneras de llegar a todo tipo de niños, cada uno con sus circunstancias, cada vez  con vidas más complicadas. 

Es escuchar historias que duelen y, muchas veces, ser la única voz que anima a  seguir adelante. Es dar sin esperar reconocimiento, es ver el potencial en cada niño  y luchar para que ellos mismos lo descubran. 

Por eso, a todos los docentes que siguen luchando, que a pesar del cansancio físico  y emocional siguen adelante: GRACIAS. Porque en sus manos no solo hay tizas y  libros, sino el futuro de una generación. 

A los padres, queremos decirles: navegamos juntos. La confianza es fundamental  para conseguir, entre todos, lo mejor para sus hijos. Queremos ser sus aliados en  esta maravillosa aventura. 

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