Éste mi pequeño objetivo, una arriesgada misión: Pretender comprimir en un limitado espacio un poco de tanta humanidad. Querer esquematizar la personalidad de un espíritu noble y generoso, como el de nuestro César Manrique. Pintor, diseñador, ecologista, arquitecto, escultor, configurador de paisajes y jardines, fotógrafo, urbanista, decorador, etc. O, en dos palabras, un artista integral.
"Estas artes, se sabe, son lo que nos permite paladear, percibir y degustar los gozos que nos hacen sostener que la vida merece el precio de ser vivida". ¡Qué mayor humanidad y cultura, pues, que las de César!.
La primera noticia, que yo recuerdo, sobre la persona de César Manrique se la debo a mi padre. Sería como en la Navidad del 68. Hablaba de un afamado pintor lanzaroteño, que, en palabras suyas, había estado recorriendo esos mundos con mucho éxito, y que, finalmente, regresaba a la isla para dedicarse y permanecer en ella.
Es más, mi padre, con orgullo, añadía que era de su quinta y que habían estado juntos, con otros paisanos, durante la Guerra Española, en los frentes de Zaragoza y Barcelona, a principios del 39, aunque César en Artillería, y él en Infantería.
Es lo cierto, la idea que me hice de aquel artista, por lo que oía, no era muy allá. De los datos de ésta y otras fuentes saqué mi propia imagen de César Manrique: Un extravagante. Una especie de Valle Inclán, en pintor y en conejero.
Me llamaba la atención por su inconformismo, pasión y rebeldía. Tal, que yo ponía en su boca aquellas palabras que podrían haber sido suyas:
"Maté la vanidad y exalté el orgullo de mi tierra. Me dejaron sólo y casi me envenenó una desesperación mezquina. Pero salí triunfante de aquel antro repleto de fieras, y, a la postre, recibí una corona de gloria"
En efecto, pasaron los años, y, por fin, tuve la ocasión de conocer personalmente a César Manrique. Fue en el verano del 75. Eran los tiempos del Almacén, aquel centro polidimensional que fundara en Arrecife con Pepe Dámaso. Allí muchos pudimos gozar de teatro de vanguardia y ciclos de cine.
Recuerdo con emoción aquellas películas, en versión original y subtituladas: Como el Séptimo sello, de Ingmar Bergman, Las uvas de la ira, de John Ford, Campanadas a medianoche, de Orson Wells, etc. Para los que nos apasiona el séptimo arte, aquello era un deleite, que, gracias a César, fue realmente posible en Lanzarote.
En el Almacén había, además, librería, floristería y otras tiendas, restaurante y bar. Y aquí, lo más interesante, algunos días de la semana tertulias con César Manrique, a la hora del aperitivo en el bar. Entonces lo redescubrí. Era el hombre con el que se podía hablar, sin inhibiciones ni complejos, de todo. Desde las artes a la mística, pasando por el tabaco, el humo y las moscas. Me encontré frente a una persona frugal, que comía sobrio y ligero, que no bebía ni fumaba, y que se acostaba muy temprano para levantarse muy pronto a trabajar. Lo escandaloso en él me pareció pura apariencia. En su conversación transmitía vehemencia y pasión, admitiendo, sin embargo, los puntos de vista contrarios si eran expuestos con convencimiento y seriedad.
"Desde entonces, César Manrique fue para mí el artista integral, el vocero emocional de su pueblo y de su tierra, sus ojos y su corazón; fue la voz de una época que aún perdura".
"¿Que no te entienden? Pues que te estudien o que te dejen; no has de rebajar tu alma a sus entendederas".
César, amigo, no nos cansaremos de elogiarte. Es una obligación ineludible. Tantos años de trabajo fructífero constituyen una proeza.
Tenerte entre los que han hecho historia en esta isla de Lanzarote es un privilegio.
Gracias por haber obrado desde el corazón.
Gracias, César Manrique, por haberte esforzado tanto en elevar nuestra mirada.
Silvano Corujo Rodríguez
Presidente AC "Majadas de Mina"