¿Perdona? ¿Estamos en 2025 o me he despertado en la Edad Media? Resulta que Hazte Oír, esos de las guaguas del color de las provocaciones baratas, han decidido denunciar a Lalachu por una supuesta "ofensa religiosa". Sí, como lo lees. Una organización que parece vivir más en las cruzadas que en el siglo XXI pretende callar a alguien porque sus sensibilidades han sido heridas. Y yo me pregunto: ¿en qué momento hemos empezado a confundir el derecho a la libertad de culto con el derecho a no ser criticado?
Dejemos las cosas claras: la religión no es intocable
Vamos al grano, que no tengo tiempo para florituras. Las religiones, todas, son un conjunto de ideas, normas y creencias. Y como cualquier idea, están sujetas a la crítica, al debate y, por qué no, a la sátira. Aquí nadie está quemando iglesias ni persiguiendo a la gente por lo que cree. Estamos hablando de cuestionar una doctrina, una visión del mundo. ¿Y eso qué es? Libertad de expresión, cariño.
El problema de Hazte Oír no es que alguien critique su religión; es que quieren monopolizar el discurso. Pretenden que sus creencias sean intocables, como si estuvieran inscritas en mármol celestial. Pues no, lo siento. Vivimos en una sociedad plural, y eso significa que tu fe no tiene más derechos que mis opiniones.
La ofensa es el precio de la democracia
¿Te molesta lo que dice Lalachu? Perfecto, te lo compro. Estás en tu derecho de sentirte ofendido. Pero lo que no puedes hacer es convertir tu ofensa en un argumento para censurar a los demás. Porque, ¿sabes qué? La ofensa es subjetiva. Lo que para ti es un sacrilegio, para otro puede ser una crítica legítima, e incluso una broma. Y en una democracia, aprendemos a vivir con eso.
La libertad de expresión no existe para proteger lo que nos gusta escuchar. Existe precisamente para que se puedan decir cosas que incomodan, que molestan, que nos obligan a pensar. Si no te gusta, responde. Debate. Defiende tus ideas. Pero no vayas al juez a llorar porque alguien ha cuestionado tu religión.
Hazte Oír, pero no hagas callar
¿No es curioso? Una organización que se llama "Hazte Oír" pretende silenciar a alguien que también está haciéndose oír. Qué conveniente, ¿no? Ellos pueden decir lo que quieran, incluso ofender a colectivos enteros con sus campañas. Pero cuando alguien cuestiona su fe, ahí ya no vale. Entonces es "ofensa religiosa".
Es que no hay nada más hipócrita que eso. Porque, vamos a ser honestos, esto no va de respeto. Esto va de poder. De querer imponer una visión única del mundo, de convertir sus creencias en la regla universal. Pero lo siento, cariño, eso no va a pasar.
La libertad de expresión como línea roja
La libertad de culto es un derecho, y nadie aquí lo está cuestionando. Pero ese derecho no incluye la capacidad de censurar a quienes no comparten tu fe. La religión es un ámbito privado, y mientras nadie te impida practicarla, estás protegido. Pero cuando sacas tus creencias al ámbito público, se convierten en una idea más, sujeta a críticas como cualquier otra.
Y si no eres capaz de soportar esa crítica, igual el problema no es Lalachu ni nadie más. Igual el problema está en tu fe, que parece necesitar muletas para sostenerse.
El verdadero respeto
El respeto no se exige; se gana. Y no se gana imponiendo silencios, sino participando en el diálogo. Si Hazte Oír realmente cree en su mensaje, deberían defenderlo con argumentos, no con denuncias. Porque esto no es un debate de fe; es un debate de principios democráticos.
Así que, queridos de Hazte Oír, haced lo que queráis con vuestras creencias. Practiquenlas, prediquenlas, vivanlas. Pero no esperen que todos los demás las aceptemos sin cuestionarlas. La democracia no funciona así, y menos mal.
Y dicho esto, que cada cual crea en lo que quiera o, mejor aún, que crea en lo que pueda. Pero que no venga nadie a intentar callar a los demás. ¿Vale?