Lanzarote y su aeropuerto bien señalizado

4 de marzo de 2025 (08:39 WET)

Imagine que usted acaba de pasar unos días fabulosos en Lanzarote, una isla que no deja a nadie indiferente, por sus paisajes, porque allí la naturaleza, literalmente, explotó hace millones de años para hacer que el agua mutase a piedra, y el fuego a materia sólida que muchos estudian y otros admiran.

Usted llegó en avión y, como sabe, porque previamente reconoció en un mapa los lugares que tiene que visitar, no podrá hacerlo caminando. No lo piensa dos veces, va a alquilar un coche, los accesos están bien señalizados, y las carreteras hacen lo posible para conducir de norte a sur y de este a oeste, serpenteando entre barrancos y parques naturales.

Al cabo de pocas horas se acostumbrará a conducir de forma cuidadosa. Nunca tuvo la oportunidad de obligarse a ser prudente, pero en Lanzarote lo va a ser a la fuerza, porque las sendas son estrechas y los límites de velocidad estrictos. La maravilla de viajar a 30, 40 o 50 km por hora le permitirá gozar más, mientras comenta colores, si tiene la suerte de tener alguien sentado a su lado, que al tiempo de darle conversación también le recitará el libro de ruta.

Ignoro el caudal de su ambición, pero en Lanzarote va a hacer muchos kilómetros. Tiene que ver jameos, jardines, parques nacionales, museos, más museos, esculturas, playas, y llegará encantado con su coche, al que solo le falla un poco el limpiaparabrisas. Que algún usuario anterior, quizás un punto desaprensivo, dejase rota la bandeja del maletero, tampoco es tema grave. 

Para ser sincero, el coche va bien, digiere con eficiencia la gasolina de octanaje 95, y si usted lo devuelve con la mitad del tanque, del mismo modo en que lo recibió, podrá presumir al final de sus vacaciones que todo fue sobre ruedas.

El último día no se preocupe, quizás discuta con su acompañante porque pretenda llegar muy temprano al aeropuerto.A pesar de que se conocen bien y no se acostumbra a sus excesos, usted no se amilane, llegue con antelación, no poca, porque nunca se sabe lo que puede pasar.

Podrá argumentar que el aeropuerto de Lanzarote es pequeño, que no tiene pérdidas. Usted asienta, pero manténgase en sus trece. Una hora no es nada, así que cargue las maletas y cuando esté listo invítela con palabras amables: "¿Amiga, nos vamos o te quedas?

Ambos saben que son pocos kilómetros, y cuando al salir encuentra el desvío con una flecha y la figura de un avión, usted activará el intermitente. Una vez en el César Manrique, en teoría, le queda lo más fácil, diferenciar los carteles que ponen llegadas de los que dicen salida, separarse de los carriles que indican taxis o bus, y encontrar el sitio donde duermen los coches de alquiler.

¡Ay, ay, ay, el aeropuerto de Lanzarote! Es minúsculo, pero tiene dos terminales, uno para los vuelos interinsulares y otro para los internacionales.

Si usted se parece a mí, no sabré qué carril tomar, porque en un lado se devuelven coches de unas empresas y en otro los de otras empresas, los de aquí a la izquierda, los de allá a la derecha, separados por líneas continuas, conductores agobiados y bocinas. 

Después de un par de vueltas, en un carrusel que activa el cortisol, usted puede entrar en un aparcamiento equivocado, y el empleado que lo atiende dirá que no es el único, que cada día les pasa a muchos turistas.

Tendrá que salir, dar una vuelta y entrar por la derecha, pero no podrá, antes deberá pagar 20 céntimos, con teléfono o tarjeta, no con monedas, situando el QR, no, así no, mirando para arriba; no, en la ventana que tiene el cristal vertical no, en la otra. Su amiga, que no está tan ajustada con el cinturón de seguridad, le prestará la tarjeta, y una vez fuera del corral deberá buscar dónde pastan los suyos.

Un par de vueltas después, optará -aunque no le guste- por la línea de la extrema derecha. Todavía tiene tiempo, pero comenzará a ponerse nervioso, es posible que dispute con las leyes de circulación, y los conductores que se acuerdan de sus ancestros, Se sorprenderá que le pase a usted, que presume de haber rentado coches hasta en la Cochinchina más profunda.

Ya con las suprarrenales exprimidas y la adrenalina saltando como lágrimas, llegará a un garaje que no le corresponde, porque está en otra terminal. Con todo el coraje déjelo en el sitio 333, que es el medio justo del número del averno.

Mientras descarga las maleta y acomoda la bandeja comprometida, no se empeñe en decirle al operario vestido con uniforme de la empresa que lo recibe. Si se empeñó, le dirá que está bien señalizado, y que si no ponen más es por un problema de AENA, cosa que repetirá; mi consejo es que se dirija directamente a la oficina donde devolver las llaves.

En su lugar tampoco le diría nada al que parece ser el jefe, porque podrá escuchar que será por algo que es usted el único que no encontró el camino, que no está bien señalizado, sino muy bien señalizado y que el colega de la otra compañía podría decir lo que quisiera con respecto a los despistados.

Si no quiere tener más problemas no se demore más, vaya a la terminal, tendrá que caminar, ya le advertí que llegó a la B o la A y tendrá que ir a la A o la B. 

No se entusiasme cuando vea otra ventanilla donde podrían confesarlo, le dirán que los pecados son suyos, que nunca tienen incidencias, que habría que considerar lo que son, porque si 600 aciertan con el lugar y 20 devuelven mal... En definitva, la culpa, mía, suya, o, si acaso, de AENA, no de mi amiga, que ya esperaba para acceder al avión. Como yo seguía con afán pedagógico, pregunté a un vecino de fila que solo dijo “Uf, Uf”, dos veces. Ignoro si la exclamación significaba devolución muy fácil o muy difícil. Ya en vuelo, como tenía una hoja de reclamación, la utilicé como borrador para este comentario.

 

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