La coherencia ha brillado por su ausencia durante décadas. El movimiento de liberación nacional fue llevado por los derroteros del romanticismo más profundo, poniendo medallas a los pocos autoiluminados que tenían valor para presentarse así públicamente.
El reducido grupo se dedicaba a descalificarlo todo, aparentando tener miedo a que alguien les hiciera sombra y la minoría "iluminada" dejara de ser minoría y los independentistas de antaño se diluyeran en una masa humana "demasiado grande" para continuar siendo destacados.
El carácter del que hablo es digno de estudio científico. Hay en él una praxis de fracasado político que desecha las herramientas propias del ámbito; fundamentado en una especie de orgullo ficticio desde donde la negación es continua y la descalificación acusativa reina a sus anchas. En efecto, hablamos de un claro complejo de colonizado, pero que no se admite por parte del sujeto. Un concepto que derrumba el pretendido nativo superior, xenófobo, lejano a la realidad y a la adaptación correspondiente con los tiempos que corren. Un desbordamiento de romanticismo políticosocial que convierte todo en un mundo paralelo y se aleja sin pena de nuestra realidad social y cultural, de la identidad que el Pueblo canario tiene en el siglo XXI.
Los sentimientos predominan, eclipsando su propia autenticidad y mérito. Por ejemplo, se confunde no sentirse español con no serlo: se autodenominan independentistas, pero afirman que Canarias no es España y ellos mismos no son españoles: cuando de todos es sabido que los independentistas tenemos un problema, de estado, nuestra tierra fue invadida militarmente por esa potencia extranjera y se la apropiaron sin soltarla hasta el presente. Mientras sus fuerzas armadas permanezcan en el Archipiélago este territorio pertenece a España y, por eso, los que no estamos de acuerdo somos llamados independentistas. Cuando Canarias no sea una propiedad española y se autogobierne, no habrá independentistas. Es muy simple.
Yo tampoco me siento español. Pero admito el problema y lo enfrento políticamente, con seriedad y las herramientas que hay en la sociedad que tenemos. Soy independentista, con todo lo que ello conlleva. No dejo de ser compañero de las personas que mantienen viva esa corriente de opinión de la sociedad canaria, minoritaria a todas luces, pero lucho cada día por que dejemos de estar en minoría y me preocupa tanto el fracaso social del capitalismo, que derrocho energía solidarizándome con los sectores más vulnerables y castigados. Porque es mi gente también, sean o no independentistas.
No me considero por encima de nadie, pero por debajo tampoco, y si en algún momento discrepo o discrepan y parecemos no entendernos, no invento enemigos por eso: creo en el derecho a discrepar antes que en el consenso obligatorio.
Lo de ser español a la fuerza no es para mí un problema personal. Al menos no el más importante. Yo soy de los que creo que el problema de que Canarias esté bajo la administración española, para los canarios, es siempre un problema de Estado: una cuestión primordial que nos impide desarrollarnos como sociedad con propiedad.
Esto no lo vamos a arreglar con romanticismos y reconquistas ficticias. No lo vamos a hacer copiando clichés del siglo pasado, acartonados y caducos. Tampoco aferrándonos a las redes sociales o con tramas virtuales que, muchas veces, desenfocan la realidad y nos emborrachan de pura fantasía. Pero sí que hay fórmula para conseguir la independencia administrativa: que a nadie le desmoralice lo anterior.
Por favor, lo pido desde el corazón: pongamos los pies en el suelo todos y todas. Vamos a dejar los personalismos a un lado; los sueños para el descanso; y vamos a trabajar con seriedad por una Canarias libre de España y que ofrezca una sociedad mejor a la que tenemos ahora. Porque, como todo el mundo sabe, vale la pena y lo demás es paja.