Cuando escuché cómo el juez Adolfo Carretero abordó a Elisa Mouliaá, víctima de un supuesto abuso, no pude evitar sentir rabia. No porque sea algo nuevo —ojalá lo fuera—, sino porque una vez más la justicia se equivoca de foco. En lugar de poner el peso donde corresponde, sobre el presunto agresor, lo vuelca sobre la víctima. Como hombre, no puedo más que preguntarme: ¿cómo puede alguien con toga actuar de esta manera y quedarse tan ancho?
Elisa, como tantas otras mujeres, no solo tuvo que enfrentarse al dolor de recordar lo sucedido, sino que lo hizo bajo la sombra de un juez que parecía más interesado en buscar grietas en su testimonio que en escucharla. Preguntas incómodas, interrupciones constantes y, sobre todo, esa actitud que deja claro que es ella quien tiene que demostrar algo. Lo siento, pero no. En un caso de abuso, la primera obligación del sistema es garantizar un espacio de respeto para que la verdad pueda salir a la luz.
No me sorprende que las expertas en violencia de género hayan levantado la voz. Si tratamos así a quienes se atreven a denunciar, el mensaje que enviamos es claro: mejor no lo hagas. Y eso, desde mi posición como hombre, me resulta vergonzoso. Porque sí, este sistema también nos representa, y lo está haciendo mal.
Lo más grave no es solo la actuación de este juez en particular, sino lo que simboliza. ¿Cómo es posible que en pleno 2025 sigamos hablando de la necesidad de formar a los jueces en perspectiva de género? ¿Por qué tenemos que explicar, una y otra vez, que cuestionar y revictimizar a una mujer no solo es dañino, sino inaceptable?
Cada interrupción, cada mirada de incredulidad, cada comentario fuera de lugar suma al peso que ya cargan quienes deciden alzar la voz. Como hombre, me pregunto: ¿es este el tipo de justicia que queremos defender? Porque no se trata solo de las mujeres; se trata de todos nosotros. Un sistema que falla a las víctimas es un sistema que nos falla como sociedad.
A Elisa, y a tantas otras, les mando toda mi solidaridad. Porque aunque no pueda ponerme en sus zapatos, tengo claro que esto tiene que parar. Necesitamos jueces que escuchen, no que juzguen con prejuicios. Necesitamos un cambio estructural, desde la formación hasta la sensibilidad.
No sé ustedes, pero yo no quiero ser parte de una sociedad que le da la espalda a quienes más lo necesitan. Así que sigamos hablando, exigiendo y luchando por un sistema que, de una vez por todas, sea digno. Y mientras algunos se empeñan en dudar, aquí estaremos para recordárselo: la verdad siempre merece ser escuchada.