A veces a una escritora le gustaría que las palabras llegasen muy lejos, fueran palabras-lanza, pero siempre tolerantes con el diferente. Una escritora, como nos recordó Susan Sontag, vive implicada en su tiempo y en la sociedad que vive y siente, y por tanto tiene la necesidad de expresar la lucha contra las injusticias.
Ayer conocimos que el PP, Vox y Junts, tumbaron la Ley de extranjería. No voy a hablar de política aquí. ¿O tal vez sí? ¿Acaso no debería ser la política y la democracia ese espacio – ya olvidado- donde se mira al otro, al pueblo, y se piensa lo común? ¿No somos los inmigrantes nosotros mismos? ¿No fueron nuestros bisabuelos y abuelos inmigrantes? ¿No compartimos raíces con Spinoza, Averroes e Ibn Tufail? ¿No son nuestros lejanos apellidos también de ellos? ¿No son nuestras palabras -como al-mohada algo a compartir?
El sociólogo Edgar Morin lleva tiempo advirtiendo de la necesidad de mirar al sur. Por mucho que algunos quisieran evitar lo inevitable, la pobreza y el cambio climático existe, y la inmigración – como todos los grandes problemas de nuestro tiempo- son consecuencia de algo mayor.
En “El mercader de Venecia, III”, Shakespeare nos recuerda: “¿Y un judío no tiene ojos? ¿Ni tampoco manos, ni órganos ni medidas, ni sentidos, ni afectos, ni pasiones? …Los mismos fármacos nos curan, las mismas armas nos hacen daño, y si nos pinchan, ¿acaso no sangramos?, si nos hacen cosquillas, ¿acaso no reímos?”
¿Qué nos diferencia con los hermanos del sur? La economía, la pobreza, el hambre, la desigualdad. No la condición humana.
Vivo en un barrio cuyos hermanos son, magrebíes, son senegaleses, son musulmanes, son ingleses, son alemanes.
Vivo en un barrio donde hay centros sociales maravillosos que tratan a todos por igual, tratan de evitar guetos, dan manos y brazos a sus hermanos del sur. Pero también vivo en una isla donde esos brazos y manos están desbordados. Donde yo misma no sé cómo ayudar siendo escritora y filósofa…más que lanzando estas palabras que puedan crear algún tipo de solidaridad.
Un país como España, que no quiera solidarizarse con la inmigración en cada comunidad autónoma, corre el riesgo de ser un país aún más pobre -por muy paradójico que a algunos les resulte esta frase- y que desconoce su propia historia. Un país que no mira a aquel Toledo tolerante donde convivían distintas religiones y pueblos, un país que deja a sus menores abandonados, es un país que no atiende a la realidad social, pero tampoco mira a los otros países, y no mira por supuesto a los “Atlas del Sur”.
Desde la isla donde el director marroquí de un centro de servicios sociales, con sonrisa afable, delicado y culto, me tendió – a mí, a esta española- la mano para salir de una situación de vulnerabilidad, escribo.
Será mejor que aprendamos a ser hermanos. No es un presente, fue nuestro pasado, y seránuestro futuro.