Miré al espectáculo de drones navideño durante un minuto antes de volver a darme cuenta de que estaba ante otro ejemplo de la nada. Un espectáculo sin ruido, sin vibración, sin olor, sin emoción, sin humanidad. Una metáfora perfecta de esta época flácidamente digital en la que nos encontramos.
Figuritas aéreas de campesinas, de palmeras y volcanes y, en el no-clímax emocional de este espectáculo grotescamente silencioso, el escudo de Lanzarote. ¿Cuánto se ha pagado por ésta cosa? Maldita sea.
No es un problema local, todo el planeta está enfermando silenciosamente hacia el peor de sus abismos: el suicidido de su propia civilización. La verdadera pandemia: el silencio digital.
¿Sabes qué momento me impresionó más de los confinamientos a los que fuimos forzados ilegalmente durante 2020? No escuchar niños jugando en las terrazas y balcones. Los forzaron a dejarlos en casa por temor a la pandemia y les provocaron un mal peor: su inhumanidad.
Ya no hay ruidos de niños en los restaurantes. Ya no son los padres quienes les dan el móvil para que se callen, sino que la sociedad te fuerza a ello porque los sin-niños son ahora más y un ruido descuidado puede desbarajustar toda la experiencia culinaria de la que dejarán constancia detalladamente en Instagram.
Ya no sonreímos, posamos entre story y story. Este año nuevo fue noticia que una pareja decidió besarse al comenzar el 2024, mientras todo el mundo grababa con sus móviles el espectáculo pirotécnico en los Campos de Marte, París. Hace un año fue noticia un tipo que simplemente disfrutaba de su cerveza mientras veía como Tiger Woods le pegaba a la pelota, cuando el resto del mundo estaba con la maquinita.
Hoy salí del Reducto mientras una furgoneta de turistas jóvenes se afanaban por sacar fotos de la bellísima puesta de sol. Con sus móviles. Desde dentro de la furgoneta. Sacaron unas mierdas de fotos y se perdieron lo bueno, observar la belleza, sin más.
Lo que debería ser normal, lo sano, se ha vuelto noticia por su excepcionalidad. La raza humana, extraordinariamente adaptable a todos los medios, también se adaptará a este vacío digital en el que hemos entrado. Pero algo se ha roto para siempre en el alma del hombre.
Nos adaptaremos, pero no nos estamos volviendo más inteligentes. Sobreviviremos, pero sin tocarnos, sin tener hijos, muriendo solos. En silencio. Con risas que ya no se escuchan. Contactos sin tacto. Ojos sin miradas. Somos unos putos gilipollas digitales.