Nos guste o no, estas últimas elecciones vuelven a destacar una sempiterna obviedad: los partidos chinijos (inicialmente nacidos bajo impulsos vecinales con ansiedad de cambio en sus entornos más próximos) lo tienen muy complicado para hacerse un hueco en el actual entramado "democrático". No basta con reunir y formar a un grupo de personas trabajadoras, con conciencia para la construcción de comunidad y con haber estructurado un modelo de municipio a través de contenidos coherentes nacidos del conocimiento de las extrañas de los barrios, pueblos y/o localidades.
Si ya es loable fajarse con las grandes marcas, enfrentarse a los ciclos y las tendencias de voto (el llamado voto de castigo de los "ciudadanos descontentos" con la gestión de los partidos tradicionales: voluntades veletas) del momento añade un rasgo de heroicidad e ingenuidad a estas humildes formaciones. Sin medios, con escasa capacidad logística y carentes de soporte mediático, las cosas se vuelven más turbias. Los "partidos de las grandes marcas" no necesitan de un esfuerzo extraordinario para estar. Obtienen por arraigo y "estatus" unos mínimos aceptables de confianza ciudadana (dependiendo de las circunstancias con mayor o menor éxito, pero siempre presentes...).
Estos gigantes políticos cuentan con sus incondicionales, los que no desfallecen a pesar de los periplos de nubarrones por los que todos ellos suelen transitar. Estos fans acérrimos no se guían por las propuestas de su partido del alma, ni tan siquiera las premisas ideológicas... Su fidelidad atemporal está aferrada a sentimientos de pertenencia e identidad a un grupo/colectivo. No pueden evitar ser arrastrados por un afán de aceptación personal. Sobran los procesos analíticos sobre las realidades o el funcionamiento del partido, la gestión de sus líderes, cómo se toman las decisiones, etc. A pesar del trabajo incansable que han desarrollado algunas formaciones políticas en sus localidades, de la cercanía, de la ayuda que han brindado de manera solidaria a los ciudadanos, de ser conocedores de primera mano de las necesidades comunitarias,... A pesar de todo esto, cuando se cierran los escrutinios, la mayoría de estos grupos humildes apenas consiguen representación. En muchos casos nula o residual...
Existe un elemento subjetivo de última hora difícil de explicar, una especie de "impulso promotor de la utilidad del voto". Y eso suele resolverse a favor de las grandes marcas. Se acentúan las incertidumbres que reclaman seguridad, la apariencia de apuesta "sólida" que ampara el bagaje que nos ofrecen los partidos tradicionales... Sin embargo, a veces, alguna de estos partidos chinijos logra estar y participar en la gestión pública. Y entonces, suelen tropezar con las mismas piedras, se vuelven previsibles y sumisos, aceptando sin más las sospechosas debilidades del funcionamiento administrativo. Empiezan las fisuras internas, la lucha por la notoriedad pública, las decisiones sin consenso, las pautas y directrices de unos cuántos. Sacrifican su esencia, incapaces de vertebrar un esqueleto de organización estable. La inexperiencia ante situaciones de crisis, la ausencia de procedimientos claros y la aparición de la "desolación" en referentes claves terminan por completar el atasco de la formación. Creo que les suena esta historia, se repite una y otra vez.
Tal vez por aquí se explica la permanente y contradictoria apuesta del ciudadano por los grandes partidos. No obstante, reivindico a los partidos chinijos. Esos que demuestran no tener prisa por ocupar un cargo, los que quieren colaborar y participar en comunidad sin pretensiones interesadas e inesperadas. El camino es más complejo, pero la experiencia y el proceso en su desarrollo es maravilloso. No deben renunciar a sus ideas primarias, sin evitar su reformulación para avanzar y ajustar sus actuaciones/acciones a las nuevas realidades; recordar la esencia que los hizo encontrarse... Si no desfallecen conseguirán ser visibles, creando un espacio propio en la conciencia comunitaria y siendo apreciados por sus esfuerzos.
El aliento nefasto de la ultraderecha se siente muy próximo. En unos meses estarán cogobernando de la mano de la derecha tradicional (en apariencia más sosegada y racional). Su sombra se alarga cada día más, el velo de la intuición se desvanece, surgiendo con paso firme y mayor nitidez la realidad de las evidencias en forma de apoyo electoral. A pesar de todo (aunque sea complicado concretar) aún se puede frenar este disparate, esta grosería "democrática" que nos ofrece una seguridad envenenada a base de la devastación de derechos sociales consolidados, que nos devuelve a tiempos de convulsión y a una España casposa. Evitar este desastre puede ser un buen comienzo para algunos partidos chinijos...
Agustín Enrique García Acosta. Trabajador Social.