El nido del halcón

Ginés Díaz Pallarés
30 de abril de 2020 (17:28 CET)

Alegranza-I_1

El viaje ha sido muy largo, muy duro. Como todos los años, y pese a estar perfectamente diseñado para volar miles de kilómetros, la última parte de la travesía se le ha hecho costosa: dejar por fin atrás el continente africano y encarar el Atlántico rumbo a las islas, aleteando sin cesar, con la brisa pegada a las plumas. Tan solo de la fe ciega del instinto, de la eterna llamada de la procreación, obtiene las últimas fuerzas. 

Por fin, un tenue olor a tabaiba, a húmedo malpaís, lo devuelve a la visión añorada: Lanzarote. Raudo, asciende por el barranco de Temisa y se detiene en las fuentes de Chafariz. Es el merecido descanso: el baño, un rito ascentral; quitarse de cada pluma la pesada amalgama de polvo del desierto y salitre. 

Mañana es el gran día. Amanece sobrevolando el palmeral de Haría. Varios cernícalos se apartan, recelosos de su paso. La diáspora, con su vigor de mundos, siempre puntual. Sube alegre por el barranco de Elvira. Poco a poco, acelera su vuelo, ahora terso, brillante. Sobrepasa las últimas acacias del Bosquecillo, rasea la tierra y, de pronto, los encara. Ahí están: el vacío, los Islotes. 

Del vuelo bajo pasa, en un instante a quedar colgado del espacio lleno solo de viento de Famara. Paisaje total. Naturaleza. El día se despejó para recibir de azul al halcón. Abajo amarillea batida de espumas La Graciosa. Su seducción es tan poderosa que en un terrorífico picado se deja caer atravesando guinchos, piratas, conquistadores, mahos, chinchorros? tiempos. A velocidad vertiginosa va comprobando que todo sigue ahí, casi igual. Tan solo esos extraños surcos paralelos sobre las arenas que aumentan cada año le dan noción de que el tiempo ha pasado, que la isla ha envejecido. 

Lo reconoce todo y a todos: avutardas, petreles, guinchos, pardelas, paíños, cuervos, guirres? La mayoría prepara ya sus nidos. Costea por el norte. Playa del Ámbar, siempre fresca, como si fuera la imagen en un espejo devuelta desde la otra orilla. Ya divisa Montaña Clara, la Capilla, como si una explosión de colores reventara en sus pupilas, emerge la isla del mar con la fuerza del volcán. Otras aletas ya se están aposentando en ella, pequeñas oquedades sobre el vacío. 

Prosigue su vuelo sin detenerse. Es hija de la Alegranza. Su casa es la Caldera, el más monumental y perfecto de los cráteres canarios. Sus playas rojas incitan, salvajes, la sangre. Aleteos nupciales sobre el viejo y solitario faro. Copular en el éxtasis de lo perfecto, darle vueltas a la vida, refrescarla, rebañarla sobre ese escenario siempre mágico de mar, de mar, mar de lava, riscos, playas, charcones y calderas: el nido del halcón. ¡Silencio!

 

[Octubre de 1994]