La historia nos ha enseñado que de las más graves crisis surgen las grandes oportunidades. Más de un año después de la irrupción de la pandemia de COVID-19, continuamos luchando sin tregua por salir adelante intentando, de manera irremediable, adaptar nuestra forma de vida a la nueva normalidad.
Si para algo debe servir esta crisis es para explorar nuevas herramientas que nos sirvan para reinventarnos. Miremos los datos: en 2019, teníamos en Lanzarote un paro del 17,4 por ciento, la cifra más baja de Canarias. En estos momentos, supera el 27 por ciento y es nuestra isla la que lidera el aumento del desempleo en el archipiélago. Por tanto, la realidad vuelve a decirnos que la dependencia de la economía lanzaroteña del sector turístico, ya sea de manera directa o indirecta, es prácticamente exclusiva.
A la vista de ello, tal vez no estemos siendo capaces de pensar qué hay más allá del momento en el que nos encontramos, este momento en que hemos pasado de recibir en Lanzarote a más de tres millones de turistas de los 13,1 millones que llegaron a Canarias en el año anterior a la pandemia a no alcanzar los 800.000 en 2020.
Es el momento de articular medidas, de poner propuestas sobre la mesa, de arriesgar y ser valientes. Con la quiebra de Thomas Cook, el primero de los grandes golpes asestados al turismo en el último año y medio, el debate sobre la posibilidad o conveniencia de implantar en Canarias una tasa turística quedó aparcado. No era el momento y en ese final de 2019 trabajábamos por lograr que los tiempos venideros fuesen mejores, pero entonces llegó la pandemia y todo lo demás quedó relegado.
A día de hoy, continuamos sin tener un criterio claro sobre las ventajas e inconvenientes de la implantación de una tasa, pero es precisamente la gravedad de la situación actual lo que me lleva a pensar que es probable que nos encontremos ahora en el momento oportuno para retomar el asunto.
La pandemia debe servirnos como ocasión para reformular las políticas desarrollistas que hemos aplicado en Canarias desde creencias plagadas de errores. Hablar de ecotasa en el archipiélago siempre ha sido sinónimo de polémica, pero creer en nuevos tiempos implica confiar en nuevas herramientas para generar nuevas oportunidades.
No hablo de un impuesto con una finalidad recaudatoria. Hablo, primero, de creer en la recuperación económica, porque para ello estamos trabajando a destajo desde todos los frentes, pero hablo también de que esa recuperación económica se vincule a una posible devolución de beneficios a la ciudadanía a través de una tasa turística con valor medioambiental y social. Esta actuaría como herramienta de “compensación” con la que mejorar la gestión de aquellos espacios públicos con mayor afluencia turística, en lo que sería una socialización de los beneficios procedentes del motor económico de Canarias y que entronca con la convicción de que nadie puede quedar atrás en el proceso de recuperación que, confiamos, está cada vez más cerca.
Con ese carácter finalista se pretende incentivar un cambio en el comportamiento de los agentes económicos para que sean conscientes de la necesidad de adoptar medidas encaminadas a la protección y respeto del medio ambiente, de un entorno y un paisaje que hacen de Lanzarote un destino de primer nivel, realmente único.
Es imprescindible abrir de nuevo el debate y apostar por un gran acuerdo -previo amplio estudio- desde el convencimiento de que la implantación de una ecotasa en Canarias revertiría, por otra parte, en la creación de empleo, en la diversificación económica y en la reinvención del modelo turístico. Ahora, más que nunca, sabemos que debemos ser ambiciosos y traspasar el modelo tradicional de sol y playa para que futuras crisis no vuelvan a cebarse con nuestra isla como lo ha hecho esta.