Tengo muchas historias en Cataluña, muy bonitas. Anduve por Lérida, currando la fruta: la pera, la manzana y el melocotón. Esta es solo una. De campo. El melocotón era duro por el calor, que era extremo para un canario y porque, cuando te los rozabas, picaban con desesperación. Y arriba de aquellas escaleras, encaramado a los árboles, rascarse no era fácil y si empezabas ya no tenía fin.
Estaba en un bar del pueblo y el payés vino a contratarnos para la semana siguiente. Yo estaba haciendo un castillo de barajas en la mesa y le llamó la atención. Algunos payeses ya me miraban porque había juntado unas cuantas barajas y aquello ya tenía su tamaño. Entonces, entre bromas y serio y las dudas de hasta donde era capaz de llegar con mi castillo, le hice una oferta. Si llego con el castillo al sobre techo me pagas la semana y yo no curro, pero si no llego y se cae antes, la trabajo gratis. ¡Ja!, eran una tanda de pisos. Entonces, imagínate, la gente se arremolinó comenzó el jolgorio y lo picaron para que aceptara.
Hubo que recoger barajas por todo el pueblo. Tiré lo que tenía y comencé uno nuevo con una gran base en un par de mesas que juntamos. Nadie respiraba y hasta vigilaban la puerta no fuera a entrar una corriente de aire. Nobleza. Lo conseguí: "conquisté" Cataluña con un castillo. Y todos los pactos fueron respetados. ¿Oíste mi rey?
Me gustaban aquellos pueblos donde por mas que les hablabas de Canarias te terminaban diciendo que ellos tenían un tío en Menorca. Eso me gustaba con locura. No había tele apenas y La Graciosa no era el paraíso. Me fascinaba la capacidad de organización que tenían. De pronto, sonaban las campanas de la iglesia y todos los payeses iban a reunirse: al parecer alguien les quería bajar el precio de la fruta. Luego supe que eso sucedía en cada pueblo y en cada comarca al unísono, y al poco tenían una posición común e inquebrantable ante el otro. Entonces me di cuenta de por qué les llamábamos peseteros. Preferíamos verlos como avaros en lugar de personas con un nivel de coordinación y socialización muy por encima del nuestro. Eso se llama envidia desde los pobres e inquietud desde los ricos.
Me gustaba con locura las puestas de sol; eran increíbles día tras día. Y me gustaba aún mas deslizarnos desnudos por la corriente de las acequias de riego, kilómetros y kilómetros, y luego volver desnudos andando entre los árboles para que nadie nos viera, ya casi sin luz. En eso son muy parecidos al resto, el cuerpo desnudo es peor que el cuerpo uniformado, aunque de palos. Dormíamos bajo los árboles desnudos porque el calor no te permitía más y no necesitabas despertador: al amanecer, el sonido ensordecedor de miles y miles de pajaritos no daba opción a seguir durmiendo.
Ya en aquella época, estaban fumigando todo de una forma brutal, así que dudo que queden muchos pájaros; en eso también nos parecemos mucho. Y seguramente me hubieran echado la policía si me hubiera puesto borde en impedirlo. Y los hubieran jaleado contra mí. Pero sí, me gustan especialmente los catalanes y los vascos, sus gentes y sus países. Que sean los más independentistas no sé si es una coincidencia o no.
Luego ibas a Barcelona y era otro mundo. El mundano. Ahí conocí ciudadanos y pocas veces más. Pero, mi rey, yo era un niño y los castillos eran de viejas barajas. Por lo que veo, mi rey, tú también eres un niño, pero tus castillos son de gruesos muros y armas tomar. El tuyo, el que tienes que construir, el propio, no el del rey del cuadro con el que te cubriste, es conseguir la unidad de este país y eso sólo lo puedes saber si, como yo, lo puedes transitar libre por senderos, acequias, caminos, autopistas y lugares de transitar. Pero, sobre todo, que cada uno de tus paisanos lo pueda hacer en paz. Porque cada piso del castillo de barajas no lleva las mismas cartas. Pero cada piso cumple su función. Y si todos soplan o no respetan las puertas pues... Digo que es tu misión de Rey; por mi te mandaba al melocotón.
Por Ginés Díaz Pallarés