Durante los últimos años algunas personas hemos expuesto nuestra opinión sobre el sector cultural de Lanzarote. A veces con acierto, otras equivocadamente. En ocasiones en bares discutiendo con nuestros amigos y otras lo hemos hecho a través de las redes sociales, la prensa o, incluso, a través de libros.
Sorpréndanse: antes que nosotros otra gente también lo ha hecho en diferentes contextos. Otras personas han opinado y trabajado mucho para cambiar las cosas en la isla: han escrito, han pintado, han modelado, han diseñado, han compuesto canciones, han actuado, han gestionado proyectos. A veces acertaron, otras fracasaron. Y así son las cosas. Fósforos que se encienden y se apagan. La vida. La tradición que nos sustenta.
En principio sería bueno pensar que nadie nos debe nada. Los ciudadanos tenemos una responsabilidad y los políticos deben escucharnos, pero tampoco están para arreglarlo todo. Debemos comprometernos. Tampoco deberíamos confiar en el pasado. Conviene recordar que César Manrique ya no está. Que no habrá otro y que vivimos en otros tiempos. Hace falta menos genialidad y más comunidad. Menos mesianismo en la cultura que demuestra una atrevida ignorancia, una soberbia y un desprecio por los demás muy lamentable y más colaborar y respetar la diversidad de un colectivo muy amplio.
Sería fácil permanecer en silencio frente a la injusticia de que haya quien pretenda alcanzar ciertos espacios de poder o sacar rédito en un ámbito determinado a través de la falacia, las acusaciones a la administración sin ninguna concreción ni pruebas y el señalamiento a compañeros por no apoyar ese tipo de incoherencias y no por el trabajo duro, la honradez, la seriedad y el compromiso con el arte.
No podemos seguir apoyando una cultura de privilegios basada en el narcisismo, la manipulación y el activismo en redes sociales. No puede ser un mérito no conocer el trabajo y el discurso que nos precede. Apropiarse de un discurso que otros han elaborado antes que nosotros es un plagio.