Con el turismo batiendo de nuevo récords históricos de afluencia y facturación en Canarias y una creciente presión social para ponerle algún tipo de límite, resulta casi distópico pensar en unas islas sin turistas, pero ocurrió hace solo cinco años, en plena temporada alta.
Aunque la pandemia venía avisando desde semanas antes, incluso con un hotel entero en cuarentena en Tenerife, fue tras la declaración del estado de alarma cuando el sector tuvo que organizar el regreso precipitado a su país de decenas de miles de turistas europeos.
Era marzo, uno de esos meses que siempre suelen terminar en Canarias con más de un millón de turistas y por primera vez en su historia el sector se enfrentó a un cero. Solo un mes más tarde, en Semana Santa, casi 200.000 trabajadores del sector y actividades dependientes, el 25 % de toda la fuerza laboral de las islas, estaba en casa, en un expediente de regulación temporal de empleo (ERTE).
"Perplejos"
El primer recuerdo que le viene a la cabeza a Jorge Marichal, presidente de la Confederación Española de Hoteles y Alojamientos Turísticos (CEHAT) y de la patronal tinerfeña Ashotel, es el de que "nadie esperaba" aquel estallido de la pandemia precisamente en La Gomera y luego en el hotel H10 de Adeje (Tenerife). "Nos quedamos todos perplejos".
El sector había atravesado dificultades "pero nunca habíamos pensado en que un virus nos podía dejar con un cero turístico", con un panorama incierto en el que "no sabíamos por donde teníamos que salir", con una situación "bastante tensa" que se solventó con una gestión de la crisis "buenísima" y medidas "salvavidas" que mantuvieron a la actividad turística en letargo para poder salir "rápido no, inmediatamente".
La enseñanza es que "todo puede pasar y todo puede cambiar en un minuto", dice Marichal, a quien le da "pena y miedo" que parezca que se ha olvidado aquella situación, pues "las cosas van bien, pero en cualquier momento pueden dejar de irlo".
Victoria López, presidenta del Grupo Fedola, una empresa familiar de capital 100% canario que posee la cadena GF Hoteles, con cinco establecimientos en Tenerife, sostiene que la pandemia reveló la "unidad" como comunidad de los más de 1.100 empleados del grupo.
Pero en los primeros momentos hubo incertidumbre, temor y angustia, incluso pánico, entre los clientes del hotel que luchaban por encontrar una plaza en los aviones de regreso a sus países y regresaban llorando al hotel si no lo conseguían, rememora.
Victoria López todavía guarda una fotografía suya en la que está sentada en la escalinata de la piscina con las manos en la cabeza reflexionando sobre el incierto porvenir.
Los hoteles reabrieron cuando aún no había tráfico aéreo
Cuando por fin llegó la desescalada, sus hoteles fueron de los primeros en abrir puertas, para volver a tener que cerrarlas porque "había 900 plazas y cien turistas" debido a la falta de conectividad, comenta ahora con mejor humor que en aquellos momentos, de los que ha extraído la enseñanza de que "la gente quiere experiencias" en su vida y continuará viajando.
En 'shock' admite también haberse quedado Onalia Bueno, alcaldesa de Mogán, en el sur de Gran Canaria, el primer día que vio las calles de su municipio, los hoteles y los centros comerciales totalmente vacíos: "Era un panorama aterrador".
Destaca cómo el trabajo en coordinación de las administraciones y los hoteleros hizo que el desalojo de los complejos turísticos se hiciera con el mayor orden posible.
Pero pese al cero, la "maquinaria" nunca paró. Tanto el empresariado turístico como el Consistorio trabajaron para adaptarse, modernizarse y mejorar y se adjudicaron muchas obras.
Inercias que han dejado "frialdad" en el trato
Enrique Talg, director del Hotel Tigaiga y los apartamentos Tigaiga Suites en Puerto de la Cruz, solo recuerda la incertidumbre que afligía al sector y la improvisación en medidas que luego ya han sido estructurales, como la desinfección, pero que también han traído cierta "frialdad" en el trato al cliente.
Se ha ganado en eficiencia pero se ha perdido espontaneidad en el trato, prosigue Talg, quien pone como ejemplo el pedir la orden al restaurante a través de un código QR, cuando antes los turistas incluso apelaban al camarero por su nombre.
Para Pedro David Díaz, propietario de la casa rural Las Vigas en Arico, premio de Turismo Islas Canarias, la pandemia "fue una catarsis, un choque emocional" que impactó en plena temporada alta con el alojamiento a tope y de repente tuvieron que gestionar la salida de los clientes y devolver reservas ya cobradas.
Fue "un palo, meses horribles" para un alojamiento situado en una zona rural diseminada que le generaba la angustia de posibles robos, por lo utilizó "la triquiñuela" de ir a mantener un viñedo aledaño para pasar unos días en la casa rural con su familia y encontrar así "una válvula de escape, un alivio cuando se decía que todo estaba contaminado".
Y cuando se empezó a abrir con restricciones, el turismo rural se convirtió en la opción preferida y llegó "una marabunta de gente, no había casa rural vacía, un boom" que ha continuado. Sin embargo, Díaz teme que esta situación sea "un espejismo" y confía en que no vuelva a producirse una pandemia, que sería "un desastre muy fuerte".