Dar una segunda vida a monumentos históricos es posible, y un claro ejemplo de ello es el gran proyecto de rehabilitación de la antigua Molina de San Bartolomé, una molina de gofio artesanal regentada por mujeres.
El edificio, creado en 1870, fue adquirido por José María Gil años más tarde en un intento de preservar el patrimonio histórico de la isla. Desde entonces, esta edificación en desuso calificada de Bien de Interés Cultural (BIC) ha formado parte de la familia Gil, pero no fue hasta hace cinco años cuando Silvia Gil, la nieta del dueño, conoció a la empresaria Lourdes Rodríguez y ambas se embarcaron en el proyecto de rehabilitación de La Molina.
"La Molina era una ruina, todo apuntalado y manchada de gasoil", apunta Lourdes. "Silvia y yo queríamos expandir la economía circular porque era en lo que creíamos, y este proyecto era una gran oportunidad".
Sin embargo, ambas se tuvieron que enfrentar a varios problemas durante el proceso de rehabilitación, como por ejemplo la falta de plantaciones de millo en Lanzarote. Lo poco que había en la isla era para consumo propio, así que si querían poner en marcha su negocio de gofio tenían que buscar la forma de aumentar la producción en la isla.
Tras crear un equipo formado por diferentes profesionales y aprender a hacer millo por cuenta propia, consiguieron aumentar el volumen de capacidad en un 30%.
"Ahora no necesitamos prácticamente millo de fuera", cuenta Lourdes. "Aunque todo el proceso de rehabilitación ha sido un constante y duro autoaprendizaje".
Todo este esfuerzo ha convertido a La Molina de José María Gil en un negocio de éxito que apuesta por la sostenibilidad, con un desarrollo totalmente artesanal, donde llega el grano natural, se limpia, se tuesta, se muele y se embolsa con papel reciclado, dejando a un lado los plásticos.
"Queríamos que el proceso fuese más ecológico, que no se utilizase el gasoil, así que a través de las redes sociales dimos con un joven de La Gomera que nos ayudó a cambiar el motor de gasoil por uno de electricidad", explica Lourdes.
Además, la filosofía de La Molina se basa en generar economía local, no solo con la venta de grano, sino también a las sinergias establecidas con otros productos que se están vendiendo en tiendas, desde pequeños comercios hasta los supermercados Spar, ayudando a promover que la gente consuma más legumbres y cereales.
"Nuestro gofio podría ser más barato, pero no nos interesa porque queremos pagar a nuestros trabajadores y agricultores lo que se merecen", añade la empresaria. "Así creamos compromiso con nuestros agricultores y estamos generando empleo".
Turismo y educación para poner en valor la agricultura
Uno de los pilares fundamentales para hacer rentable el proyecto ha sido la apertura del negocio al mundo del turismo, especialmente a pequeñas empresas que ofrecen excursiones con guías, donde se enseña el funcionamiento de La Molina, pero también conceptos como la economía circular y el kilómetro cero.
Además, Lourdes insiste en la importancia de no solo explicarles cómo se elabora un producto como el gofio, sino darles la oportunidad de que aprendan a hacerlo con sus propias manos. Por eso, también cuentan con un taller donde se enseña cómo hacer la famosa peya de gofio.
La Molina cuenta también con un proyecto educativo enfocado a escolares, tanto a colegios como a institutos, con el objetivo de acercar la agricultura a los más jóvenes, o lo que es lo mismo, una forma de vida más ecológica.
"Los estudiantes acuden a nuestras instalaciones para aprender más sobre el proyecto, pero también sobre su propia cultura y tradiciones, ya que es un aprendizaje in situ que les ayuda a poner en valor nuestro patrimonio", explica Lourdes. "Los jóvenes de hoy en día están muy desconectados del mundo rural, tanto que muchos canarios consumen gofio, pero no saben de donde sale. El salto generacional ha sido enorme".
Estas dos fórmulas, junto con mucho esfuerzo, han contribuido considerablemente en el crecimiento de la empresa en términos de rentabilidad y beneficios. Después de comenzar su actividad hace tres años y con una pandemia de por medio, la empresa ha conseguido aumentar su facturación este año en un 50% con respecto al 2021.
"Los números suben progresivamente, ya que al ser una actividad artesanal donde todo es manual, el crecimiento es algo más lento", explica Lourdes. "Estamos en ese límite en el que tenemos que empezar a plantearnos dar el paso de entrar en la modernidad con un ambassador".
Las redes sociales también han jugado un papel crucial, especialmente durante la pandemia, ya que se convirtieron en una plataforma para hacer llegar sus productos a la gente más joven. De esta manera consiguieron crear un espacio de interacción donde sus seguidores les enviaban recetas que habían hecho con su gofio, por ejemplo.
Un futuro marcado por la formación
Lourdes pretende ahora poner sus esfuerzos en rehabilitar el molino, así como arreglar y ampliar los terrenos propios para plantar los cereales. Además, admite que le gustaría impulsar contratos con Adislan para que ellos mismos pudieran llevar el tema de la recolección. También tiene en mente abrir una pequeña tienda dentro las instalaciones.
A pesar de los distintos frentes abiertos, la empresaria no quiere precipitarse y prefiere estudiar bien todas las posibilidades antes de lanzarse a hacerlas realidad. Una decisión que viene marcada por la gran incertidumbre que plantea la actual situación económica, la pandemia y el conflicto bélico entre Ucrania y Rusia.
Sin embargo, Lourdes anima a emprender en el sector de la agricultura a todo aquel que esté interesado, especialmente a los jóvenes, ya que hoy en día hay muchas vías para formarse y profesionalizarse.
"Mi consejo es que aprendan todo lo que puedan y no se limiten a ser agricultor de fin de semana, sino que crean en la profesión e intenten vivir de ello, aunque las administraciones tienen que poner de su parte y abrirse a eso", apunta la emprendedora. "En Lanzarote hay mucho terreno abandonado que está tutelado por ayuntamientos y el Cabildo, por lo que podrían llegar a acuerdos y empezar a crear".