La lanzaroteña Virginia Barber, dispone de una amplía carrera profesional en Nueva York, ciudad en la que vive y ejerce como psicóloga forense. Ha trabajado como Directora Clínica en la Unidad de Salud Mental de la cárcel Rikers Island, una de las más peligrosas de Estados Unidos.
En su encuentro con La Voz por sus vacaciones en la isla confiesa que "he dejado el trabajo en la cárcel de Rikers Island". Tras "ocho años como directora de salud mental en las cárceles de NY", ahora mismo se dedica a "asesorar a los departamentos de salud mental de las cárceles de otros estados en todo el país", asegura.
En su último libro 'Más allá del bien y del mal: Experiencias de una psicóloga forense' publicado en 2019 y que ha presentado el pasado jueves en el Real Club Náutico de Arrecife con una interesante charla, relata muchas de las historias que ha vivido durante sus años como trabajadora en los centros penitenciarios.
"Primero llevaba un equipo de 250 personas y luego pasé a 400 entre psicólogos, psiquiatras, terapeutas, trabajadores sociales, etc.", desvela. Nuestra misión era "crear programas de rehabilitación y trabajar la prevención del suicidio en la cárcel", teniendo en cuenta que "la de Rikers Island tenía una alta tasa de suicidios", añade.
Su día a día en la cárcel estaba lleno de sorpresas. "Aunque yo tuviera un plan de día, si había una crisis teníamos que actuar", pero todo con "mucha supervisión clínica", reconoce.
"Los presos que no se rehabilitan son un porcentaje mucho menor del que la gente cree"
La reinserción es uno de los objetivos en los que la forense "cree firmemente". "Lo he visto y vivido", afirma. Hay que darse cuenta de que "muchos reinciden por no tener los recursos suficientes", asegura. "Los presos que no se rehabilitan son un porcentaje mucho menor del que la gente cree", insta a reflexionar Barber.
Una labor en la que ella ha aprendido a "no juzgar" a los presos y "respetar su dignidad", dándose cuenta de que "las personas no son lo que son en la peor época de su vida", aclara. "Mi trabajo no es juzgar, es intentar ir más allá del comportamiento bueno o malo que hayan podido cometer e intentar entender quién hay detrás de cada crimen", revela.
De los casos que ha tratado durante toda su carrera profesional, los que más le han impactado han sido "las agresiones sexuales contra niños", con las que le ha "costado trabajar con los casos y particularmente, los pacientes", asegura. Entre los "más sorprendentes que he tratado y recojo en mi libro", se encuentran: "un hombre con un brote psicótico que cometió un homicidio contra un miembro de su familia y un paciente esquizofrénico con el que trabajé de muy jovencito y después me lo volví a encontrar quince años más tarde y había intentado matar a su hermano", confiesa. "Me han llegado por la gravedad del delito y por la conexión que he tenido con el paciente", puntualiza.
"Mi trabajo siempre ha requerido mucha responsabilidad" ya que, de ello, "depende la vida de muchas personas", asevera. "Siento orgullo de haberlo conseguido", afirma. Aunque admito que "ha sido muy duro". "Los primeros meses en la cárcel tuve mucha ansiedad, no podía dormir por las noches y pensaba que no estaba preparada para algo así", añade.
"Los primeros meses en la cárcel tuve mucha ansiedad, no podía dormir por las noches y pensaba que no estaba preparada para algo así"
Para superar y sobrellevar la presión que supone mi trabajo, "he ido a terapia y supervisión clínica, además de las charlas con los compañeros", recoge. Reconoce que "el mayor peligro al que te enfrentas al trabajar en estos ambientes es que te pueden insensibilizar y deshumanizar", confiesa. Lo que se conoce en psicología como 'trauma vicario o fatiga por compasión', un desgaste emocional producido al estar en continuo contacto con las emociones de otros y con sus situaciones vitales, que suelen ser complicadas. Algo que muchas veces, "te impide tener esa compasión y empatía", aclara.
Enfrentarse a una agresión en su primera intervención en un hospital psiquiátrico forense fue lo que tuvo que vivir la lanzaroteña. Una mujer le agredió con una silla metálica mientras trataba a un paciente. "Entró en la habitación donde yo estaba pasando consulta", puntualiza. "Fue muy desagradable, pero eso no me hizo dejar la profesión", comenta. Un proceso positivo ya que es "la única agresión que he tenido durante mis años de profesión", reconoce.
Su trabajo se fundamenta en tratar con pacientes con enfermedades mentales y en un país como Estados Unidos, que es el más medicado con fármacos como los antidepresivos, es algo con lo que ella toma conciencia. "Los últimos años hay una sobreutilización de ansiolíticos y antidepresivos", en concreto, "los estimulantes en déficit de atención e hiperactividad". "Hay que tenerles respeto, tienen poder adictivo y efectos secundarios", conciencia. "Si se pudiera tener acceso rápido a un tratamiento psicológico, se tiraría mucho menos de los fármacos", reivindica.
"Los últimos años hay una sobreutilización de ansiolíticos y antidepresivos"
Otro de los dramas humanos que sufre Estados Unidos es el de la inmigración, algo que también está muy ligado a Canarias. En otra de sus publicaciones llamada 'Evaluaciones de Enfermedades Mentales en tribunales migratorios: una guía para profesionales de la salud mental y el derecho', recopila la forma "sobre cómo realizar evaluaciones psicológicas en los juzgados de inmigración a los migrantes que llegan a Estados Unidos", resume. Se trata de "un criterio legal para que logren el asilo político" y se debe "determinar si ha habido trauma o daño psicológico en el país de origen", detalla.
"Trabajo con gente de El Salvador que escapan del país por las persecuciones de las mafias", cuenta. "Lo hacen escapando de la violencia extrema", asegura. Se junta el "trauma de su historia migratoria, la del recorrido hasta llegar a EE. UU con días cruzando el desierto a pie y la discriminación y dificultades que sufren al llegar al tener que aclimatarse a una cultura diferente", añade.
Un libro perfecto "para guiar a otros profesionales de la salud mental sobre cómo realizar esas evaluaciones psicológicas", detalla Barber.
Sus raíces en Lanzarote y su viaje a Nueva York
Originaria de Lanzarote, estudió psicología clínica en Madrid y allí empezó a sentir curiosidad por los estudios forenses. "No sabía que existía la psicología forense, hice unas prácticas en un centro de drogodependencia en Vallecas y me percaté de que mis pacientes eran drogadictos y habían estado en la cárcel", detalla. "Ahí fue cuando empecé a investigar sobre la relación entre las dos causas".
Poco después, en un "momento de crisis y de no saber qué hacer", dio el paso de "mudarse tres meses a Nueva York a aprender inglés", relata. Con la ayuda de su tío que había vivido en California "busqué una residencia y academia y me fui para allá", recuerda. Ciudad en la que descubrió su vocación por "mera casualidad". "Me fui de oyente a una clase de psicología forense, y vi que era a lo que me quería dedicar", afirma. Tras la charla, se animó a” hacer un máster de psicología forense y hasta ahora".
Aunque haciendo memoria su amor por la profesión llegó mucho antes. "Mi madre me recuerda que cuando yo era muy pequeña, justo en la época en la existía una epidemia de la heroína, íbamos al colegio de Las Dominicas en Arrecife y cuando veía a dos o tres personas reunidas consumiendo, yo hacía muchas preguntas", revela. Además, "siempre estuve muy interesada en estudiar psicología y derecho, una fusión que logré encontrar durante el máster", añade.
"Echo mucho de menos a Lanzarote, mi familia y amigos", afirma. "He estado un mes de vacaciones en la isla", en el que "he descansado mucho y ya me vuelvo a Nueva York", confiesa a La Voz. Sin duda, lo que más agradece es "el sacrificio de su familia, su apoyo económico y sobre todo el emocional". Con todo lo que ha logrado, "ahora están muy orgullosos", concluye.
"Echo mucho de menos a Lanzarote, mi familia y amigos"