Ya había entrado la oscuridad de la madrugada cuando los tripulantes del atunero arrecifeño Cima de Oro descansaban de una jornada de faena en el Atlántico. Como cada vez que se embarcan, exploraban las costas de Lanzarote y La Graciosa en busca de atunes con los que sacar adelante un negocio familiar con décadas de historia, pero que cada día es menos rentable.
El patrón del pesquero, José Luis Guadalupe, estaba embarcado con sus marineros, custodiando bajo el barco una mancha de peces, cuando se topó en mitad de la noche con 43 personas que pedían auxilio desde una lancha neumática.
"Nos gritaban que los cogiéramos", recuerda el marinero los momentos de tensión de aquella madrugada del pasado 24 de septiembre. Los tripulantes se habían desviado de su rumbo por la falta de un sistema de navegación y, guiados por una brújula, en el momento en el que se toparon con el atunero, estaban "39 millas más al norte", de lo que debían estar para llegar a Arrecife, "sería más o menos la distancia entre Papagayo y La Graciosa".
"Nosotros no los encontramos, ellos nos encontraron a nosotros", explica el lanzaroteño, quien cosecha más de 43 años sobre las tablas del Cima de Oro, un barco que su padre y sus tíos compraron cuando en Lanzarote "se hacía mucho dinero" con el atún. Ahora solo saca para vivir y para pagar a sus ocho marineros. "Ya nadie se quiere embarcar y solo estos chicos se apuntan a la faena", cuenta el patrón, que tiene empleados a cuatro marineros senegaleses y a dos marroquíes, la mayoría llegados a España en patera, además de a dos españoles.
En mitad de la noche, una luz entre la oscuridad del océano alertó a los tripulantes de la presencia de una lancha neumática de 26 metros de eslora. "No era una zódiac como la que puedes ver aquí en el puerto, era una hinchable, que la hacen ahí mismo en la playa y el suelo de la barca no está reforzado, parece una culebra", ejemplifica José Luis Guadalupe sobre las condiciones precarias de la embarcación.
Los ocupantes habían salido dos días y medio antes, junto a otras dos barcazas, desde la ciudad alauí de Tan Tan, las otras neumáticas siguieron su rumbo, pero la que se topó con el Cima de Oro se había quedado sin gasolina. Para muchos de ellos la travesía no había empezado en Marruecos. "Había personas de Pakistán, de Senegal y de los países de alrededor de Senegal", como Gambia y Mali. También había cuatro personas de Marruecos.
Cuando la avistaron, la idea inicial del patrón del Cima de Oro no era subir a los supervivientes a bordo, sino esperar a Salvamento, como había hecho en dos ocasiones anteriores durante sus cuatro décadas en la mar. "Avisamos a la Salvamar española para que vinieran a rescatarlos. Un compañero de otro buque nos contó que días atrás había visto otra embarcación y fue la gendarmería marroquí a recogerlos y, como sabemos que pagan tanto dinero para subirse, les dijimos que siguieran porque desde esa ubicación quizás los terminarían llevando a Marruecos".
Un hombre pakistaní fue el primero que, aprovechándose de los movimientos del patrón de la neumática para acercarse al atunero, saltó sobre un lateral del barco y se agarró a unos cabos. Luego le siguieron otros compañeros de travesía. "Pudieron saltar porque esta embarcación no es tan alta como otras", cuenta.
A pesar de que los marineros insistían en que esperaran en la barcaza, empujados por la desesperación y temerosos de acabar, como muchos otros, naufragando y desapareciendo en el fondo del mar, algunos de ellos comenzaron a ponerse de pie en la neumática para tratar de subir al pesquero.
El rescate acabó con cuatro personas dentro del agua en mitad de la madrugada en una noche de Luna menguante. Entre ellos, cayó al frío del Océano Atlántico una mujer senegalesa que viajaba con su hijo, un bebé de poco más de un año y medio. El bebé, por suerte, quedó de pie en la lancha y pudo ser rescatado por los marineros. "Tuvimos que utilizar unas cañas largas que tenemos en el barco para poder sacarlos del agua. Ellos se agarraban y nosotros tirábamos hasta que los logramos sacar", recuerda el pescador. Luego, metieron a la mujer en la sala de máquinas del barco para que entrara en calor.
"No desapareció nadie porque porque hay Dios en este mundo, porque el problema es que cuando ven un barco se tiran todos, se van todos a una banda y el barco se vuelca. Ya le ha pasado a compañeros", explica el patrón.
Esta vez salió bien y tras el rescate del Cima de Oro no hubo que lamentar ninguna muerte. Sin embargo, José Luis Guadalupe es consciente de que el azar ese día jugó a su favor y que si no murió nadie cuando cayeron al mar fue porque ese día no tocaba. En una situación similar, solo cuatro días después, un rescate llevado a cabo por la tripulación experta de Salvamento Marítimo en El Hierro acabó con la desaparición de 54 migrantes y con solo nueve cuerpos recuperados, entre ellos el de un menor.
"Nos quitamos toda nuestra ropa para dársela, también al bebé lo vestimos con las camisas que teníamos a bordo. Ellos después de un rato nos preguntaban si podían pescar, decían que querían ayudar y trabajar. Les dijimos que descansaran hasta que llegara Salvamento", narra Guadalupe.
Tras horas de espera y una trifulca con la coordinación de Salvamento de Las Palmas, la tripulación del Cima de Oro y los supervivientes de la neumática aguardaron la llegada de la Salvamar Urania. Una vez en el lugar, los responsables de emergencias no podían realizar la maniobra a causa del viento y terminaron precisando de una lancha neumática para trasladar a los supervivientes desde el atunero a la Salvamar.
Inicialmente, desde la base ordenaron al atunero que trasladara a puerto a los supervivientes, pero Guadalupe les aseguró que si ese día volvía a puerto perdería la mancha de atunes que custodiaba bajo su barco y con ello la labor de esos días. "Nosotros somos cuatro barcos [atuneros en la isla], de aquí depende la comida todos, también de esta gente que está aquí en la fábrica. Si la gente corriera peligro lo entendería, pero es que la gente ya estaba recargada. Me dijeron desde Las Palmas que apuntara en el diario de navegación que me había negado, pero yo no me negué solo les expliqué la situación".
Sobre los partidos de ultraderecha que promueven la idea de dejar a las pateras o lanchas neumáticas abandonadas en el mar, el conejero defiende que "eso no se le puede hacer a las personas, tienen que recogerlas. Esa es la máxima nuestra, porque si me pasa a mí que me recoja a mí", resalta Guadalupe, quien defiende que cualquier persona en su situación hasta los que mantienen discursos antiinmigración no serían capaces de no socorrer a alguien que lo necesite: "Cuando les ha pasado les ha roto el alma".