La vida de Mari Luz Suárez fue como la de muchas mujeres de la época, una mezcla de sacrificio y sueños frustrados. Ella fue una de esas conserveras de Lanzarote que llevaban dinero a casa gracias a las latas de sardinas. “Me convirtieron en madre antes de tiempo”, narra esta conejera de 70 años durante una entrevista concedida a La Voz de Lanzarote. Creció en el seno de una familia desestructurada, su padre era alcohólico y cuando tenía siete años ya cuidaba a sus hermanos.
Mari Luz nació en Yaiza, pero insiste en que de allí solo tiene las partidas de nacimiento. Muy jovencita se mudó a Arrecife, más tarde comenzaría a vivir en una de esas casas de protección oficial que se pasaron al ideario colectivo como viviendas prestadas.
Ahora vive en Gran Canaria, pero toda su juventud la pasó en la isla que la vio crecer. De sus días trabajando en la conservera lo recuerda todo, como quien tras la primera bocanada de aire revive de golpe toda una época. Recuerda la bata azul, el delantal amarillo y las botas. Esos recuerdos le vienen en los supermercados, cada vez que ve una lata de sardinas.
Mari Luz es risueña y recuerda con pesadumbre y optimismo su historia. No conoció los días de fiesta, ni las noches. Se despertaba a las cinco de la mañana solo para no faltar a su cita ineludible, la misa. Luego volvía a Valterra, se cambiaba de ropa y de nuevo a la fábrica, que también estaba en Arrecife.
"Se pasaba bien”, rememora.
En la conservera empaquetaban sardinas, transportaban cestos de madera con ellas y las refugiaban en los congeladores. Algunos días en los que había terminado el trabajo, se permitía jugar con sus compañeras mientras guardaba los pescados. “Se pasaba bien”, rememora. Nunca jugó mucho en casa, no tenía tiempo para eso. Sin embargo, las pocas veces que podía hacerlo fantaseaba con ser como una de esas princesas de Disney.
“Recuerdo cómo hacíamos las latas, los cilindros. Aquella máquina para hacerlos quemaba”, rememora. A veces su madre traía algún trozo de pescado enrollado en un pañito. A veces un trocito.
Tampoco tuvo tiempo para estudiar. Ella limpiaba su casa. Si se le ocurría pensar en estudiar su padre solía recordarle que ella era los pies y las manos de su madre. “Qué sería ella sin ti”, le repetía. A Mari Luz eso le parecía un consuelo de tontos y lloraba cuando llegaba a la vivienda tras dejar a sus hermanos en la escuela. Ella era la tercera de siete hermanos.
Aplicó para entrar en la conservera y lo logró sin mayor problema. Allí ya trabajaba su madre, también su hermana. En la fábrica le pagaban bien, al menos para estar en esa época, recibía dinero semanal y cuando llegaba a los topes que le marcaban le daban unas primas. En su caso, Mari Luz no se quedaba el dinero, se lo dejaba a su madre, también su sueldo. Ella no compraba nada para sí misma, se sentía madre de los cuatro hermanos que aún vivían en su casa.
Comenzó cuando tenía 16 años, luego se casó y dejó de ir. “Nunca tuve independencia”, se lamenta, pero decidió casarse para poder llevarse consigo a sus hermanos cuando la cosa en casa se pusiera difícil. Cuando dejó la fábrica se casó, pero su marido, que estaba alistado en la Marina, murió al poco tiempo. Madre de dos hijos, se quedó viuda pero fue arropada por su familia política.
Ya no podía volver a la fábrica aunque el jornal era mayor y tuvo que conformarse con los cuatro duros que pagaban limpiando casas. “Al menos allí podía llevar a mis hijos”, explica la lanzaroteña.
Mari Luz sigue trabajando, ahora limpia casas, el trabajo que tuvo que escoger cuando se vio viuda y con dos hijos que alimentar. Tiene 70 años, pero sigue “jugando a las casitas”, como ella se refiere con algo de resignación.
No tuvo tiempo para aprender a leer ni escribir cuando tocaba, pero lo hizo de forma autodidacta. Aprendió a leer, aunque a veces le da vergüenza escribir por las faltas de ortografía. “Hasta aquí estoy, no me da tiempo de coger una depresión, cuando llega le digo que se vaya para otro lado”, concluye esta mujer conejera.
Este 8 de marzo las mujeres conserveras serán homenajeadas en Lanzarote con motivo del Día Internacional de la Mujer. “Gracias por sacar un hueco para recordarnos”, añade Mari Luz.