Con motivo de la celebración del 50 aniversario del Parque Nacional de Timanfaya, el Centro de Visitantes e Interpretación de Mancha Blancas llevó a cabo la tarde de este martes tres conferencias impartidas por diferentes expertos en vulcanología.
Hay un mensaje recurrente que la comunidad científica ha hecho llegar desde que comenzó el programa de actividades que conmemora el 50 aniversario del Parque Nacional de Timanfaya. Debemos tener “una memoria histórica fuerte” para aprender del pasado, garantizar una “investigación científica” que nos permita tomar medidas a tiempo y que la población “sepa qué hacer en caso de crisis volcánica”.
No es un mensaje alarmista ni catastrofista: es ciencia al servicio de la sociedad, en un territorio volcánico activo como Canarias, en el que Lanzarote, Fuerteventura y Gran Canaria viven con el índice de peligrosidad volcánica más bajo del archipiélago, pero Tenerife, El Hierro y La Palma registran el más alto.
La gestión de las erupciones de Tao, Nuevo del Fuego y Tinguatón en 1824 se puede considerar un “éxito” debido a varias razones. La población lanzaroteña tenía un conocimiento previo: Timanfaya fue “una experiencia traumática” que dejó huella en la sociedad y en el paisaje. “No siempre es así porque muchas emergencias se olvidan rápido y es importante mantener en el recuerdo de la sociedad que vivimos en un terreno volcánico, que estas cosas pueden pasar y debemos saber cómo reaccionar”, explicó Inés Galindo en las Jornadas de Geología celebradas en el Centro de Interpretación y Visitantes de Mancha Blanca.
En aquella Lanzarote del siglo XIX la reacción fue inmediata. “Fue la primera vez que se hizo una gestión tan completa”. Un mando único y militar, con criterio y capacidad sancionadora, se puso inmediatamente a trabajar sobre el terreno y a organizar grupos de trabajo (reconocimiento inicial, medición de fracturas, ayuda a personas afectadas, identificación de daños, recolección de muestras…). El alcalde mayor de la isla, el capitán Ginés de Castro, llevó un diario pormenorizado de la erupción, una herramienta “esencial” para monitorizar la evolución de la erupción.
“La población formó parte activa del sistema de emergencia”, subrayó Inés Galindo. Escuchar ruidos subterráneos o detectar que el suelo está caliente (cosas que la ciudadanía puede percibir en la fase preeruptiva) es una información “esencial” para que la comunidad científica “pronostique lo que va a pasar”. También es necesario que toda la población conozca el sistema Es Alert, “una herramienta muy importante para salvar vidas y alertar de que podemos estar en peligro”.
Mazo: una nueva secuencia cronológica para Timanfaya
Una falla tuvo un importante efecto en la erupción de Mazo, que fue la cuarta erupción de Timanfaya y provocó un cambio en la orientación de la fractura en la que se abrían los cráteres. Un estudio describe por primera vez cómo una avalancha de escombros afectó a este volcán monogenético (la tipología más numerosa en Canarias: pequeños volcanes que han entrado en erupción una única vez).
Ocurrió en enero de 1731 y tras numerosos trabajos de campo, análisis y relectura de crónicas, la geóloga del IGME Nieves Sánchez explicó que existe evidencia de que el volcán se creó en un sólo día, formando una elevación de 200 metros muy inestable que colapsó inmediatamente. Fue una erupción estromboliana durante la que el cono se derrumbó generando una explosión tan violenta que dejó bombas volcánicas a medio kilómetro de distancia.
Timanfaya tiene adjudicado un índice de explosividad volcánica 3 (moderada), pero con los rasgos geológicos identificados en Mazo las investigadoras consideran que fue un 4 (alta). Esto obligaría a “reconsiderar el peligro asociado a este tipo de volcanes”.
La doctora en Geografía Carmen Romero, impulsora del estudio en Mazo, especialista en geomorfología y una de las científicas que mejor conoce el parque nacional de Timanfaya, tras cuarenta años trabajando en él, explicó que sorprendentemente existen pocos estudios sobre las características de las lavas del parque. “Las seguimos viendo como una mancha homogénea y no es así”, advirtió.
En apenas una hectárea se pueden identificar hasta siete morfologías diferentes. Es un campo lávico muy complejo y con muchísima variedad morfológica. “En Timanfaya podemos ver todas las morfologías del vulcanismo basáltico”.
La última cartografía realizada revela casi 64 km2, una mayor superficie de piroclastos y campos de lapilli de la que considerábamos hasta ahora, y 148 km2 cubiertos de lava. “Es un excelente campo lávico a nivel mundial”, afirmó Carmen Romero.