Recibidos los primeros microrrelatos que competirán en el concurso literario de Radio Lanzarote

La XIV edición del certamen de Microrrelatos de Radio Lanzarote Verano 2024 quiere homenajear al escritor Miguel de Unamuno en el año que se cumple el centenario de su destierro a Fuerteventura

15 de julio de 2024 (11:30 CET)
Actualizado el 16 de julio de 2024 (09:36 CET)
Concurso de Microrrelatos de Radio Lanzarote
Concurso de Microrrelatos de Radio Lanzarote

La redacción de Radio Lanzarote ya ha recibido los primeros textos para la convocatoria de la XIV edición del certamen de Microrrelatos de Radio Lanzarote Verano 2024. En esta ocasión el concurso homenajea al escritor Miguel de Unamuno puesto que se cumplen cien años de su destierro a Fuerteventura. Unamuno llegó a la isla majorera el 10 de marzo de 1924 y de ella dijo: "Estas colinas peladas parecen jorobas de camellos y en ellas se recorta el contorno de estos. Es una tierra acamellada".

En esta ocasión los participantes deberán presentar una microhistoria que no debe exceder las 100 palabras entre las que no cuenta el texto introductorio que aportaremos a continuación. Los relatos tendrán el mismo comienzo que es una de las primeras frases del inicio de su obra Niebla: “En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto. ..”  A partir de este comienzo los participantes deben imaginar qué pasa posteriormente.

Cada autor podrá enviar un máximo de cinco relatos, que podrá firmar con pseudónimo, aunque deberá indicar siempre un nombre y un teléfono de contacto. Asimismo, los relatos se enviarán a la dirección: concursorelatos@lanzarotemedia.net. Un año más, los Centros Turísticos colaboran con el certamen, cuyo plazo límite para enviar los textos es el próximo 31 de agosto. 

Un jurado compuestos por periodistas de Radio Lanzarote y La Voz de Lanzarote elegirán tres relatos ganadores y siete finalistas.  El fallo del certamen se hará público en la segunda quincena de septiembre.  El ganador del primer premio conseguirá una cena para dos personas en el restaurante de Jameos del Agua, mientras que el segundo premio es una de las experiencias insólitas para dos personas en Montañas del Fuego. Por último, el tercer premio es un brunch en el Jardín de Cactus. Todos los premios son para personas adultas.

 A medida que se vayan recibiendo los relatos se publicarán en La Voz de Lanzarote. En la publicación no figurará el nombre del autor. Solo después del fallo se conocerán los nombres de los autores ganadores y finalistas. Estos son los primeros microrrelatos que ya ha recibido este concurso literario:

 

Relato 1

En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto, sin saber cómo ni por qué, comenzó a andar detrás, siguiéndola por las concurridas calles que se topaba a medida que avanzaba de forma inconsciente como si de hipnosis de tratase. Tras avanzar varias calles llegan a una pequeña casa costera, aparentemente abandonada, donde ella se adentra. Augusto, sin poder hacer nada al respecto, entra detrás de la joven, la cual, ya no estaba dentro. Tras él se cierra la puerta con un estruendo que le hizo salir de su estado de trance. Miró a la puerta, pero allí no habían puertas ni ventanas. ¿Cómo no se pudo dar cuenta?

 

Relato 2

En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto. Lo que no supo leer en el aire, es que se mascaba la tragedia tras la siguiente esquina, le esperaban los otros. No solo le robaron la bolsa, también le quitaron la vida. Mientras exhalaba su último aliento seguía pensando. ¿Como sabrían sus besos?

 

Relato 3. Arrecife 1924-2024

“En esto que pasó por la calle no un perro, sino una garriza moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto... se miró en el reflejo del cristal del escaparate de la tienda de chuches de la esquina y victorioso se sintió que ya no era Augusto, sino Augusta. Parpadeó tímidamente para sentir lo que tanto le había costado lograr. Esa bajada de pestañas tenía un alto precio. Quiso girar la cabeza, mas no pudo, el viento traicionero y juguetón en Arrecife boicotea. Se sienta en un banco del Paseo para mirar y que la miren. Cierra los ojos y piensa: “en esto que pasó por la calle no un perro, sino una garriza moza...” Ahora la moza sí era ella.

 

Relato 4. Mujer de espaldas

En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza y, tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse cuenta de ello, Augusto… No apuró el paso con sus lustrosos zapatos traídos desde la capital. Un cosquilleo desconocido se apoderó de su estómago. ¿Cómo era posible que una extraña le hiciese sentir tantas emociones? La incredulidad daba paso a la creencia en Dios porque, ¿quién sino Él podía haber puesto en su camino aquel encanto de criatura? Mujer de espaldas. Ojalá sus ojos lo mirasen… Elegante al andar. Viste ropa de mujer decente. Falda cubriendo las rodillas, blusa gris, zapatos planos, en su nuca el cabello negro recogido.

-“Me he enamorado de su nuca,…porque sus ojos no me miran…”

 

Relato 5. El último beso de Augusto

“En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto”. Y diríase que así pasó o que al escribirlo imagino a Augusto paseando a Niebla, su perro, en busca de otros perros y otras gentes a las que olisquear para sentirse menos solo en el mundo de los vivos. Silencio. Se abre el telón. Voz en off: Ya quisiera la señora muerte hablar del amor sin la que envidia ciegue su juicio. Augusto besa a la muerte. Se cierra el telón. Un perro ciego ladra en primera fila. La muerte se limpia la boca con el filo de la guadaña. He probado besos más tristes, murmura alejándose en la noche.

 

La del muelle

En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue,

como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto. No sabía que era, pero sentía que la

conocía. Ya había visto esos ojos antes.

- Disculpe, ¿nos conocemos? - preguntó Augusto.

- No creo, no soy de aquí - le respondió la mujer.

- Yo viajo mucho por las islas, quizás nos hayamos visto en otro lugar - insistió.

- Lo siento, no le conozco y tengo prisa - dijo mientras se iba chocando ligeramente

contra Augusto.

Ya solo, intentando hacer memoria, Augusto cayó. Claro, la del muelle de Las Palmas.

Inolvidables esos ojos. La laja que me robó el reloj.

En ese momento, se dio cuenta. Le faltaba la cartera.

 

Relato 6. Ella

En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto. Eran ojos azul turquesa. Ojos de bruja. Era la extranjera. Augusto perdió la voluntad con una sola mirada que le echó, de eso no le quepa duda señor juez. Esa mujer desde que llegó al pueblo solo trae el mal. El otro día Fermín y yo nos molimos a piñas por su culpa. La miró con lascivia y sentí que debía pararlo. Yo creo que está haciéndome algo a mí también. No tengo apetito. Está siempre metida en mi cabeza. Siento que me está atrayendo hacia ella. El juez asintió mientras firmaba la orden de alejamiento.

 

Relato 7. El ensueño de Augusto

En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto, quien recorrió los pasos que horadaban los tacones de la mujer. Ojiplático, cual Béthencourt al pisar por vez primera la isla de los Maxos, Augusto reparó en la cita con su amigo el literato, mas poco importaba, pues este desterrado autor no le reprocharía la impuntualidad, pues se había habituado al ritmo sosegado de este pueblo parsimonioso, de gente apacible, que moraban un paraíso de árido paisaje. Augusto paró, viendo alejarse a aquella moza, cuyo contoneo se le asemejó al caminar de un camello. Sonrió, y pensó en su amigo Miguel, quien sin duda le reiría esta absurda ocurrencia.

 

Relato 8. Un árido paseo

En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto, quien la siguió, cual sombra descarada, hasta que la fémina intimidada, le dio esquinazo. Augusto, embobado en sus pensamientos, recorrió el árido paisaje, hasta divisar a lo lejos a su amigo Miguel, con su presuroso caminar, que desentonaba con los pasos parsimoniosos del que ninguna prisa lleva. Allí, cual estatua de sal, el literato anotaba en su cuaderno quien sabe que palabras, aunque sin duda, una majestuosa reflexión del pueblo que lo acogió. Augusto decidió no interrumpirlo, pues cuando las musas hablan, los mortales deben guardar silencio. Y, con otro vaivén de caderas, Augusto prosiguió su camino.

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