La XIV edición del certamen de Microrrelatos de Radio Lanzarote Verano 2024 ha cerrado agosto con un total de 139 textos. En esta ocasión, el concurso homenajea al escritor Miguel de Unamuno puesto que se cumplen cien años de su destierro a Fuerteventura. Unamuno llegó a la isla majorera el 10 de marzo de 1924 y de ella dijo: "Estas colinas peladas parecen jorobas de camellos y en ellas se recorta el contorno de estos. Es una tierra acamellada".
El certamen, somo en anteriores ocasiones, está patrocinado por los Centros de Arte, Cultura y Turismo de Lanzarote.
Los microrrelatos que los participantes debían enviar no podían exceder las 100 palabras y, además, tendrían el mismo comienzo que es una de las primeras frases del inicio de su obra Niebla: “En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto...” A partir de este comienzo los participantes deben imaginar qué pasa posteriormente. Asimismo, cada autor podía enviar como máximo cinco relatos.
Un jurado compuesto por periodistas de Radio Lanzarote y La Voz de Lanzarote elegirán tres relatos ganadores y siete finalistas. El fallo del certamen se hará público en la segunda quincena de septiembre. El ganador del primer premio conseguirá una cena para dos personas en el restaurante de Jameos del Agua, mientras que el segundo premio es una de las experiencias insólitas para dos personas en Montañas del Fuego. Por último, el tercer premio es un brunch en el Jardín de Cactus. Todos los premios son para personas adultas.
Estos son los últimos microrrelatos que ha recibido la redacción de La Voz para el concurso literario:
Sin título
“En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto. Y así una calle y otra. Sus pasos lo llevaron sin rumbo fijo, siguiendo la estela invisible de aquella joven.
Augusto, absorto en sus pensamientos, apenas notaba el bullicio de la ciudad a su alrededor. Su mente divagaba entre filosofías cotidianas y observaciones sobre la gente que pasaba. Se fijó en un niño que observaba una hormiga, en un hombre apresurado que empujaba a los transeúntes...
Sin embargo, su pensamiento siempre volvía a la misteriosa mujer. ¿Quién sería? ¿Adónde iría? Estas preguntas lo impulsaban a seguir caminando, como si el destino de aquella desconocida fuera también el suyo propio.
Sin título
En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras sus ojos se fue como imantado y sin darse cuenta de ello, Augusto, entonces viendo la figura alejándose, se enamoró de su elegante caminar. Augusto siguió paseando un rato mientras las campanas anunciaban las doce del mediodía, girando la esquina,se topa con un amigo: Augusto!. Se saludan, charlan y al final Federico le propone almorzar. 'Conozco un sitio exquisito'.
Entran en un restaurante con especialidades de marisco, Augusto se percata que la moza trabaja allí. Federico, cliente habitual, la saluda. Me llamó Luciana, encantada, tendiendo la mano a Augusto. Tomaremos un sancocho para dos, y unos camarones. Garrida moza, atrevida, respondió: perfecto! Se irán ustedes con la verga potente. Augusto se sonrojó.
Sin título
En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto... absorto en sus pensamientos, queda fascinado al ver pasar a una joven isleña con ojos verdes y piel morena. Sin poder evitarlo, la sigue por las calles de la isla. Cuando finalmente se atreve a hablarle, la joven, con una sonrisa traviesa, le responde que es de la isla y lo desafía a demostrar que no es solo palabras bonitas. Aceptando el reto, Augusto expresa su deseo de conocer tanto la tierra como a ella. La joven, tras evaluarlo, accede a guiarlo por su mundo, iniciando así un prometedor encuentro.
Sin título
En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto...
...distraído, queda cautivado al ver a una joven que llevaba un ejemplar de La Voz de Canarias. Intrigado, se acerca y le pregunta sobre el contenido del periódico. La joven, con una sonrisa, le comenta que hay un artículo sobre la preservación de las tradiciones canarias. Conversan mientras caminan, compartiendo historias sobre la cultura y el orgullo de ser canario. Augusto descubre no sólo un nuevo aspecto de la isla, sino también una conexión especial con alguien que comparte su pasión por la identidad canaria, iniciando así una amistad bajo el sol de Canarias.
El efecto Salomé
En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras sus ojos se fue como imantado y sin darse de ello cuenta , Augusto recordó la primera vez que vió a Salomé Unamuno.
Él era joven, trabajaba en la playa vendiendo bebida fresca y sintió la necesidad de mirar a aquella jovencita de una piel tan blanca como la misma arena con la que jugaba.
Ella sintió su mirada en cada uno de sus movimientos, levantó sus ojos azules y le sonrió y corrió a refugiarse de sol.
Intrigado, por esa familia que había colocado una especie de carpa de circo en medio de la playa,preguntó en el pueblo.
Es don Miguel de Unamuno y su familia.
El efecto Salomé había regresado como antaño.
La montaña de la picaresca
"En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto...” recordó como aquella moza y él miraban el firmamento. En lo alto de una montaña desierta y entre tanto entretenimiento, tierra y aulagas a su alrededor como únicos testigos de aquel apasionamiento. Tierna experiencia inicial con funesto final, ya que su abuelo, el único en cuidarla desde la más tierna infancia, interrumpió el momento. Desde entonces, puede mirar aquellos ojos con la distancia de una vara con espinas, sargento de hierro le llamaban, al señor que tanto miedo representa. Ahora solo puede contemplar el bailar de sus caderas cuando cruza entre sus cabras con ojos llamando a la picaresca.
Sin título
En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras sus ojos se fue como imantado y sin darse cuenta de ello, Augusto, entonces viendo la figura alejándose, se enamoró de su elegante caminar. Augusto siguió paseando un rato mientras las campanas anunciaban las doce del mediodía, girando la esquina,se topa con un amigo: Augusto!. Se saludan, charlan y al final Federico le propone almorzar. 'Conozco un sitio exquisito'. Entran en un restaurante con especialidades de marisco, Augusto se percata que la moza trabaja allí. Federico, cliente habitual, la saluda. Me llamó Luciana, encantada, tendiendo la mano a Augusto. Tomaremos un sancocho para dos, y unos camarones. Garrida moza, atrevida, respondió: perfecto! Se irán ustedes con la verga potente. Augusto se sonrojó.
Augusto, el Supremo
En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto, yo. Pronto la perdí de vista.
Los faroles de Bordadores iluminaron el rostro desfigurado del pensador saliendo de casa. Su cuerpo febril avanzó trémulo por la calle Compañía. Seguí sus pasos.
Entró gritando al claustro de San Esteban: “Elohim separó la luz de las ti-nieblas. Fue su primera acción creadora”.
Su amigo dominico serenamente dijo: “Caminemos”.
Peregrinamos hacia el Cristo de Cabrera bajo la estrella adamantina.
—“La existencia es un acto circunstancial. “Al morir renace el alma”- dialogaban.
Yo soñaba con las caderas de la moza. Ante los clavos del redentor lloré amargamente.
El Creador nos dijo: “Si, vengo rápido”.
Davinia
“En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto...” se fijó en el carboncillo que dibujaba la costura de unas imaginarias medias de seda, realzando el contorno de sus delgaduchas piernas. Calzada con lonas blancas y una piedrita de picón clavada a la suela, repiqueteaba el par de tacones invisibles; no necesitó saber nada más. Sencillamente divina.
Páginas extraviadas
“En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto...”
Forcejeó con sus incursiones napolitanas. La secuencia negaba la presencia corretona de un ser a cuatro patas y le incluía en la percepción inédita de una giovane bellissima ocupando páginas en un relato ajeno. Nunca supo si aquel encuentro con lo magnético formaba parte de una trayectoria homónima a través de otra novela seriada o era un capricho de Miguel que imaginaba para su personaje un tipo con oriundez cisalpina. No lo pensó. De un salto dejó el episodio correspondiente de la nivola y aterrizó en las hojas desnudas de otra historia por transitar junto a una ragazza di sognante.
Timidez
En esto paso por la calle no un perro sino una garrida moza y tras de sus ojos se fue como imantado y sin darse de ello cuenta Augusto...
El corazón le latía muy fuerte, casi tanto como los vientos alisios en Caleta de Fuste o como las olas rompiendo en el muelle del Cotillo. Quiso hablarle, pero de su garganta tan solo salió un ridículo hilo de voz a modo de “buenas tardes”, ella le miró por encima del hombro sabiéndose interesante. En aquel instante, Augusto deseó que una tormenta de calima le cubriese, sin embargo terminó de sentirse pequeño cuando de la esquina salió, dando bufidos, el marido de la susodicha, quien en pocas zancadas se colocó caminando un paso detrás suyo, siguiendola como un perrito temeroso…
Sin título
En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto. El corazón le latía rápido y en pocos segundos cayó inconsciente. La gente corrió a rodearle y en pocos minutos la plaza se llenó de ambulancias. Los más valientes intentaban reanimarle, mientras algunos niños lloraban. Su madre se lamentaba y gritaba su pérdida y, desde algún sitio, él podía oírla. Nadie contaba ya con la presencia de Augusto. De repente, fueron los lametones de su perro los que le despertaron del trance. Estaba en el sillón de su casa. Todo había sido un sueño.
Sin título
En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto. Atravesó la calle en un soplo mientras la seguía con la mirada, no quería que lo pillara desprevenido. Se situó lo más lejos que pudo para continuar observándola, quizás había sido el trozo de pan que llevaba en sus manos lo que captó su atención. Hubiera querido decirle algo si hubiera sabido cómo. Sin embargo, una vez que se dio por satisfecho alzó el vuelo y se posó en su árbol. Había llegado a tiempo para dar de comer a sus polluelos.
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En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto. La decisión de darse la vuelta entró a través de su cabeza como un rayo caído del cielo. En ese momento sacó pecho, escondió abdomen y se dirigió hacia ella, viéndose con oportunidad de triunfo. Justo al darse la vuelta, no encontró a la moza. Tan solo vio un garrido perro que al verlo le lanzó un ladrido para recordarle que, en el fondo, ambos eran animales.
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En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto. Pensó que todo el mundo se había dado cuenta de su flojera ante el andar de la muchacha y corrió a esconderse donde pudo. Sentía las miradas culpatorias y llegó a preguntarse si la habría ofendido. Ante su deseo de reponerse y aclarar aquello, se sintió atraído por la floristería de doña Carmen, donde le compró la flor más roja que vio. Quería disculparse. Con la seguridad que le infundió la decisión que había tomado, siguió el rastro hasta que dio con ella. Cuando levantó la cabeza para darle la flor, ella no entendía nada. De repente sintió vergüenza.
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En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse cuenta de ello, Augusto... empezó a hablar solo: "Las noches se hacen días gracias a las luciérnagas que se agrupan en un determinado lugar, igual que la ardiente arena del desierto nos provoca una alucinación detrás de otra. No vuelco mi mirada, sino que quedó prendado por esas artes miserables del Diablo. Y mis adentros solo pueden decir: "Viva la madre que te parió". Soy hombre, pensante y no ciego. Más debería de estar prohibido mostrarse en este lugar que no tenemos velo.
Un instante en el barrio
En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto. Perdido en el hechizo, bajo un sol de justicia, se encuadraba ante la mirada, fruncida y aliviada por una mano tendida sobre la frente, de Doña Eutimia. Sujetándola bajo su otro brazo, una barra de pan recién hecha destilaba olores, alcanzando la barbería, y le retumbaron las tripas tanto que consiguieron parar la navaja del hijo del Señor Plácido. Ante la mudez ensordecedora del apurado instrumento se acercó, por la ventana, listo para hacer negocio, el afilador; Cansino. Siempre con cara de malas pulgas, como las que soltaba mientras ladraba Brozno quien se hacía sentir hoy en todo el barrio.
Sin título
En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto recibió un mensaje de wasap . Fue dia siguiante cuando mirando su móvil a escondite , su corazón empezó a latir con una energía diferente y por fin entró un rayo de luz a su cueva oscura donde se sentía seguro pero triste a la vez. Fue ella. La mujer que lo quería con amor incondicional y la que se marchó dejando un vacío que solo las olas del mar y vino borraban por cortos momentos . "Lo he pensado. Perdona. Si todavía te apetece, quedamos" decía el mensaje. Augusto miró a su novia que dormía al lado, preciosa y salió de su vida por última vez...
Sin título
“En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto suspiró llamando su atención. Ello dio media vuelta y a su sorpresa, sonrió de la manera más bonita que él ha visto en su vida. Parecía que ninguno quería romper el silencio que decoraba el espacio y era el único testigo de este encuentro. El tiempo se paró y se miraban atentamente mientras el universo, un pcoo celoso por lo que estaba pasando les daba señales que esa oportunidad ya estaba escrita desde que nacieron. Pero solo una vez. Una vez cada mil años. Ninguno se atrevió y del cielo se cayó otra estrella del sueño muerto…
Sed de amor
En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto dejó caer la pluma de su mano que emborronó el papel. Deprisa sacó la cabeza por la ventana de la fonda y deslumbrado por una luz excesiva, tuvo dificultades para seguir la sombra de la joven que se alejaba rumbo al mar. En las horas lentas, bajo el tórrido sol se confundían los sentidos. ¿Era ella? ¿Y quién era? Desde que la vio por primera vez, cruzando la calle polvorienta, se había llevado una parte de su alma.
El Pargo
En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto Puerta Salazar: el Pargo. El único de su familia con ese apodo, y muy orgulloso del mismo por ello; algún día sus descendientes, cuando lleguen, se harán llamar los hijos del Pargo o los Parguitos. Y aunque él y los suyos piensen que se debe a que es hijo, sobrino y nieto de pescaderos, este bautismo surgió como consecuencia de las discretas burlas de un viejo ladino del pueblo quien, socarronamente y con gran acierto, observó y extendió el rumor de que, desde muy chico, al muchacho se le quedaba cara de merluzo cuando pasaba alguna paya por el lugar.
El tratamiento
En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras sus ojos se fue como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto pensó en lo simple que era su vida. Esa, no era la primera moza a la que seguía, y era la parte que más disfrutaba, saber todo de una persona sin que esta se sintiera observada. Disfrutaba de cada momento, lo saboreaba como un perro de presa, donde ella fuera Augusto estaba presente, sonriendo sus sonrisas, oliendo su perfume, tomando su café, paseando con su sombra, conociéndola a distancia, pero memorizando sus costumbres para luego pasar a la acción. Antiguas imágenes habitaron su mente. Se sacudió con fuerza, queriendo quitarse esa obsesión. No puede ser, el tratamiento había fracasado.
Disolución de la niebla
En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto. Mientras tiraba de él la locura, sintió clavadas en su espalda, las miradas de Doña Guadalupe Altanera, marquesa de Titerroy y viuda de militar, firme defensora del orden establecido. La de Angustias, hija de la marquesa y mujer de carácter vanidoso, ojos soñadores aunque convergentes, nariz acorde a su abolengo y labios exquisitos, siempre que se mantuvieran unidos. Y la de don Miguel, padre de Augusto, influencer profesional y creador del movimiento Vencerán pero no convencerán. El grupo ahora convertido en trío, llevaba horas discutiendo los detalles del futuro enlace nupcial entre Augusto y Angustias.
El sentido de ser
En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto, un joven majorero, apuesto, de pelo negro y piel de zanahoria, se atrevió a seguirla. Era una señal del destino, una oportunidad de alejar su soledad y salir de la zona de barro en la que estaba metido. La llamó y le gritó con el corazón, ella, mujer de carácter fuerte y sentimental sintió esa llamada. Sus manos se encontraron y juntos caminaron hacia las onduladas y rubias dunas, finalizando en la playa. Se sumergieron en las refrescantes aguas. Ambos habían encontrado el sentido de ser.
Recuerdos
En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto quería conocer también su interior. Se llenó de valor, agarró con su mano derecha un porrón de agua y de un chorro aclaró su garganta, dejándolo de nuevo en el suelo. Atravesó las liñas con ropas al viento sujetadas con trabas de madera y se detuvo un instante, colocando sus dedos entre la boca le silbó con fuerza haciendo eco en la lejanía y esa lozana mujer dejó de caminar para seguirle también a él y así continuó Augusto contándole a su esposa como hacía ya cuarenta años de ese lindo encuentro y que a ella tanto le gusta oír.
Sal de la rueda
"En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto.... pobre ser invisible, no imaginaba lo que el destino le deparó...su mente le dibujó los peores escenarios. No podía ver amanecer. Desde su soledad vio guerreros a lomos de Pura Sangre, valientes y hermosos, en músicas soñadas... su pozo, cada vez más hondo. No podía ver amanecer. En la oscuridad de la noche le recordaron que nunca fue valiente, que creyera en el amor, sin saber, confió y sin entender aún el porqué apareció la garrida moza y tras de sus ojos se fue.
Ideas preconcebidas
En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto olvidó contar ese día, según tenía costumbre, los coches rojos que le salían al paso, tampoco paró mientes a los números ocho de los portales y distraído pisó de la acera, todas las baldosas negras con tal de no perder de vista a la muchacha. Asustada ante aquella persecución, ella no caminaba, corría. Así se fue de bruces y Augusto que iba sin freno, no pudo detenerse y le cayó encima. Desesperada gritó pidiendo auxilio y sentado a horcajadas, Augusto satisfecho le comunicó:
– Ochenta y ocho flores tiene tu vestido, ni una más, ni una menos.
Superman
En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto dejó a sus espaldas a Ester entretenida contando el último chisme a su vecina, embelesado por el aleteo de aquella falda roja que se alejaba calle abajo. La pendiente le echó una mano. Sus cortas piernas cogieron velocidad y el repiqueteo de sus zapatos de charol en el pavimento, lograron por un instante, reclamar la atención de la muchacha que siguió su marcha a buen paso. A punto estaba de renunciar Augusto, cuando justo la vio detenerse ante un escaparate. Atrevido agarró el borde de la falda, al cuello se lo enrolló y echó a correr en dirección contraria.
El antídoto
En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras sus ojos se fue, como imantado y sin darse cuenta. Augusto recordó a Eugenia; pero también a Rosario, a Elena... todas ellas personajes de novela a las que manejaba a su antojo. Se dirigió a las dunas, esta vez acompañado de su amigo. Aquel hombre de barba blanca y mirada extraviada parecía tener todas las respuestas o, más bien, todas las preguntas. Augusto le confesó que buscaba el amor como antídoto de la muerte. La conversación se detuvo cuando se acercó una muchacha con aroma amargo de aloe vera y ojos del color de la olivina, y les preguntó por el camino hacia el pueblo de Corralejo.
Augusto a gusto en agosto
En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto.
Él era así y cuando se juntaba con Roberto aún peor. Pasaba cualquier belleza y el primero que la veía gritaba algo como: “¡No ve! ¿Será posible?” Lo soltaban de una manera que la chica, sin parar, sonreía y los que oían el comentario también.
Esta vez fue más fuerte la cosa. Cuando la muchacha se dio cuenta, se detuvo y le dijo: “¡Mira, te conozco, eres músico, a tu mujer la tienes frita, te han prohibido la entrada en su pueblo! Así que no creas que te vas a comer algo conmigo”.
Augusto regresó al bar cantando “El manisero”.
Prueba de fe
En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto el padrecito. Ella sonrió para sus adentros, pues urdió un plan para la misa del domingo. El dominical llegó y el sermón resonó grutural por la profundidad del maravilloso escote. Se sentó en la primera fila para poner a prueba al nuevo y joven padre, que tragaba saliva e intentaba no mirar concentrándose en doña Herminia, la verdurera septuagenaria. Al acabar la liturgia, tan solo cuatro minutos en el confesionario con tremenda moza bastó para colgar sotana y alzacuellos, a cambio de carrito y pañales. A día de hoy, dos zagales del pueblo le siguen llamando aún: padrecito.
Sin título
En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza y tras de sus ojos se fue, como imantado sin darse cuenta de ello Augusto.
Entró en un portal y antes de perder toda esperanza de volver a verla, con bolso de viaje y tornada en azafata, se marchó.
Eternas las mañanas en la oficina y de ilusionantes a melancólicas las tardes en el aeropuerto, cuando la veía aparecer unos instantes y alejarse.
Aquella tarde, de repente la tenía ante sus ojos dirigiéndose hacia él.
“Te llevo observando mucho tiempo y he pensado mucho en ti”.
Augusto pareció levitar a través de los ojos de su desconocida enamorada y la felicidad lo inundaba con cada beso eterno...
¡!!!!! Augusto despierta, que son las 8 ¡!!!!!!
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En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta Augusto.
Sentada en un banco bajo el gran flamboyán del parque, la halló.
Entrecruzaron palabras y tras ello sonrisas. Y pasaron días, meses y años colmados de tal dicha, que pararon el tiempo.
Y no envejecieron.
La gente murmuraba, recelaban. “Estarán embrujados?”
La envidia y el miedo se tornaron en odio y una mala noche, en sangre.
Y la luna lloró.
LA VOZ DE LANZAROTE: “Han hallado en un banco del parque del gran Flamboyán, los cuerpos sin vida de dos ancianos.
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En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado sin darse de ello cuenta Augusto, cuando de repente le sonó el móvil. Como personal diplomático del Cabildo, debía recoger en el aeropuerto a la máxima autoridad de la Isla Bora-Bora, el cual tras su estancia en Madrid, quiso conocer la isla de la que tanto le habló su amigo escritor, mientras escribía la famosa novela. Junto a su secretario personal apareció ante él Aynadamar, hija del mandatario. Aún no recuperado del impacto sufrido dos horas antes en la puerta de la cafetería, una corriente eléctrica recorrió su cuerpo de parte a parte al contemplar la criatura más bella que jamás pudo imaginar el joven Augusto.
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En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto.
Ella se giraba de vez en cuando, notando su presencia y sonriéndole con dulzura.
Augusto, embriagado por la fragancia que dejaba tras de sí, sentía latir con fuerza su corazón.
De pronto, la joven se detuvo frente a una tienda y miró hacia abajo, justo donde él estaba. Sonrió y, con una voz dulce, exclamó: "¿Qué quieres de mí, pequeño?".
Augusto, sorprendido, emitió un leve ladrido. La joven se agachó y acarició la cabeza del cachorro.
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En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto.
Comenzó a seguirla con disimulo. Aquella mujer tenía algo que le inquietaba y le hacía hervir la sangre.
Cuando llegaron a un cruce ella se detuvo. Augusto, viendo la oportunidad de alcanzarla, sintió de pronto miedo. El corazón le pesaba como un yunque.
Entonces la mujer se dio la vuelta, revelando la palidez mortal de su rostro y unos ojos que eran pozos sin fondo. El mundo se detuvo para ambos.
"Es la hora", dijo ella, mientras le tendía la mano. Augusto asintió. Luego, se dejó llevar por la Muerte.
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En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto.
Había algo en su manera de caminar que le resultaba familiar.
Al cabo de un rato la joven se detuvo y al volverse los ojos de ambos se
encontraron. "Papá", dijo ella con suavidad, casi muda de la impresión.
"Disculpe, me ha confundido con otro", balbuceó Augusto. Se dio la vuelta con desesperación, tratando de huir del remolino de recuerdos que acudía a su mente.
Pero sintió los brazos de la muchacha que lo abrazaban. Una parte de su alma volvió a la vida.
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En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto.
Su belleza lo atrajo como la luz a la polilla, o como a la hiena el olor de la carne muerta. Con pasos sigilosos la siguió, manteniéndose a la prudencial distancia necesaria para no inquietarla. Observaba cada movimiento, cada gesto, mientras su mente retorcida trazaba el plan.
La joven, ajena al peligro que la acechaba, se introdujo en una calle poco transitada.
Augusto sintió la adrenalina correr por sus venas. En un ángulo oscuro la alcanzó.
"No debiste atraerme, querida", susurró al oído de su víctima. Un grito desesperado hendió la noche. Después, solo quedó el silencio.
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En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto se perdería para siempre. Con la excitación y torpeza de la brecha generacional, cogió su iPhone buscando la "f" del cuadradito azul. Pronto la reconoció, entre tantos perfiles. A hurtadillas, surcó los mismos pinos canarios hasta detenerse en la laguna. El sol penetraba en el agua y envuelta en una estela de luz anaranjada nacía una diosa insoñable. Augusto cerró los ojos prisionero del paroxismo. Desembarró los zapatos en el felpudo de la casa cuando volvió, y se adormeció. La estrepidante alarma del móvil notificaba la trágica imprudencia de una famosa influencer. Augusto le envío el último corazón rojo palpitante.
Sin título
En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto. Y en sus labios brotaron palabras colmadas de halagos y alabanzas. Una verborrea insustancial que contuvo con maestría, hasta que las propias palabras resbalaron por su gaznate para ser descompuestas por la bilis de su estómago. Pues, ¿Quién osaría llamar su atención con palabras atemporales? ¿Quién rompería su serenidad con palabras no consentidas?
“Eres hermosa”
Demasiado atrevido.
“Eres un bombón”
Demasiado vulgar.
No. No eran palabras para los tiempos que corren. Así que Augusto tan sólo sostuvo la mirada unos segundos más, pues, en ocasiones, una mirada también sabe hablar.
Sin título
En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto. Era ella. Tenía que serlo. ¿Quién sino podría magnetizar así su mirada? Los recuerdos, ahora ahogados en bourbon, no fueron suficientes para detener lo que su voz anhelaba con tanta vehemencia.
–¿Eugenia?
La muchacha se giró, y el rostro de Augusto se descompuso en una mezcla de desconcierto y estupefacción. No era ella. Conservaba su figura. Si. Y su cabello, holgado y castaño, desprendía aquel particular brillo cobrizo. Pero no era la misma mirada. Tampoco lo era su sonrisa, pequeña y alicatada. Entonces, su malogrado juicio le recordó que ella ya no estaba. Que había partido. Y no regresaría jamás.
Sin título
En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto. Con el crepúsculo atenuando el contorno de su silueta, la siguió calle abajo. La muchacha tarareaba, risueña y divertida, sin reparar en su presencia.
–Vuelve a mí –decía.
Augusto se detuvo. ¿Qué estaba haciendo? Él no era así. No perseguía a hurtadillas por callejuelas estrechas. Entonces, ¿Por qué lo hacía?
Tras abandonar su mente durante un instante, había perdido de vista a la joven. Ya no estaba. En su lugar, tan solo encontró un viejo cordón policial y sangre seca.
Entonces, su voz volvió a resonar con vehemencia: vuelve a mí, pues el asesino siempre vuelve al lugar del crimen.
Sin título
En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto.
–¿Dónde la he visto antes? –se preguntó, mientras replicaba sus pasos, huecos y apagados por aquella bruma perenne.
Cuando estuvo lo suficientemente cerca, sostuvo su mirada. Estaba llena de nada.
Deshabitada. Vacía. Ajena a pensamientos y emociones. Era hermosa, si. Pero también frágil. Tenue.
Había sufrido.
La muchacha se detuvo frente a una losa de mármol blanquecina. Las lágrimas pronto resbalaron por su mejilla, pesadas y amargas.
–¿Estás bien?
Pero ella lo ignoró.
Entonces Augusto lo vió, y, al instante, el deseo de agarrar la vida se desvaneció entre sus manos. Allí, tallado en mármol, rezaba:
Descansa en paz, Augusto.
Sin título
En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto silenció para siempre. Era huraño per se. Sus celos retenían a la hembra pariendo y amamantando hasta perder la lozanía. Ajada y despreciada juró dar mejor destino a las hijas; el pequeño, huyó una noche tibia dejando únicamente señal de unos labios rojo carmín plasmados en su mejilla......y plácidamente la mujer esperó la muerte que tardaría en llegar. Aquel día aullaron las bestias en las entrañas de Augusto. Arrastrando su autodesprecio creyó oír un perro cuando apareció una garrida moza con un jazmín en las manos que al voltearse le dedicó una indiferente sonrisa tras unos labios rojo carmín.
Entrenamiento fallido
En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto. Solía saludar a los perros, mas no soportaba a los dichosos humanos. De ahí que su compañero invidente se asustará por el cambio de rumbo motivado por aquella muchacha. La correa tiraba de él, pero era su conciencia quien tiraba hacia otro lado y lo hacía con una ferocidad hasta entonces desconocida. Por sus fauces corrían cascadas efervescentes de venganza. En sus ojos se dibujaron los golpes por cada tropiezo, los gritos por no querer abrocharse el arnés. Se abalanzó sobre ella. Aunque sus manos ya estuvieran manchadas, a cada mordisco las manchas serían más visibles. Augusto podría dormir tranquilo.
Sin título
En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto…
Parecía una modelo de revista, nunca había visto nada igual. Y con igual me refiero a que con sus ojos esperanza me desarmaba, me movía el piso, me encendía el alma. Lo hacía sin darse cuenta y eso era lo que la hacía verdaderamente especial. Era mi vista al mar y no lo sabía, era mi conexión bonita y como siempre decía mi madre las conexiones bonitas jamás se pueden dejar pasar porque la vida no está para eso y hay personas que no debes dejar escapar. Seguí caminando detrás. Quiero casarme con ella.
La primera "u"
En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto.
La siguió durante unos minutos, pero ella se revolvió de pronto y le dijo:
—A ver, galán, ¿cómo te llamas?
—He quitado la primera "u".
—¿Qué? ¿Qué dices?
—Que he quitado la primera "u", me llamaba Augusto, pero desde que te he visto me llamo y estoy "A gusto".
Perreta
En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto. Casi hipnotizado, la persiguió durante unos segundos, pero entonces la enfurecida esposa de Augusto gritó: ¡Dónde vas, hemos venido a buscar a nuestro perro y tú te vas tras esa perra!
Quijotesco
En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto.
—Mire vuestra merced —dijo Sancho— que eso que ahí se parece no es una moza, sino un molino de viento, y lo que en él parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino.
—Bien parece que no estás cursado en esto de las aventuras: ella es una hermosísima moza; y si tienes miedo quítate de ahí, y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ella en linda conversación.
—¡Otra vez igual que con los gigantes, pues no permita que esa moza le acaricie o saldrá otra vez volando!
Moza olvidadiza
En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto, que sin pensárselo dos veces, le dijo:
—Linda moza, es fácil enamorarse de ti, pero me pregunto si te gustaría que te vistiera, soy modisto.
Ella se volvió y dijo:
—¿Es que no te gusta mi vestimenta?
—Pues, si mis ojos no me engañan, vas desnuda.
—¡Jo, ya me olvidé otra vez de vestirme!
Entre versos y prosa
En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, cómo imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto un hombre alto y robusto, dejó pasar la oportunidad de hacer su sueño realidad. Pudo conocerla, pero al dar la vuelta, en un pequeño instante dejó de verla. Esa chica hermosa, que más que peligrosa parecía una diosa que había aparecido entre versos y prosas.
- No temas Augusto, se dijo asimismo.
- Todo esto es un sueño, es un espejismo.
Un instante
En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, cómo imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto corría y corría, pero veía que no avanzaba. Parecía una pesadilla, quería gritar y no podía. Comenzó a llorar en una profunda agonía. De pronto, el cielo se oscureció, tenía miedo, sentía temor. No comprendía cómo en un instante sus sentimientos habían cambiado por completo. Entendió que así era la vida, que hay que disfrutar de los buenos momentos porque en cuestión de segundos nuestro barco puede cambiar de rumbo.
La moza misteriosa
En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, cómo imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto que de vergonzoso no tenía un pelo, fue tras ella y le pidió un segundo de su tiempo. Quería conocerla, oír su voz. Le preguntó su nombre y ella contestó. Soy aquella la que nunca te mintió, tú me conocías pero veo que se te olvidó.
- ¿Nos conocemos? Él le preguntó.
Pero de repente la hermosa mujer desapareció. Ahora Augusto camina cada día por la misma calle esperando encontrarse a esa misteriosa mujer, la que nunca supo quién pudo ser.
Eterna compañía
En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, cómo imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto siguió su camino esperando encontrase de nuevo con ella. Las cosas del destino muchas veces nadie las espera, pero la vida tiene guardada muchas sorpresas. Al día siguiente Augusto fue a pescar en su chalana amarilla frente a una pequeña playa de arena y cuándo alzó la mirada, ahí estaba ella abanándole para que la recogiera. Iba remando y se acercó a la orilla de la playa, invitó a embarcarse a esa bella dama, la enseñó a pescar mientras la tarde se apagaba. Ese día quedó marcado para siempre porque esa mujer acabó siendo su compañera eternamente.
Los tiempos de ahora
En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, cómo imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto permaneció quieto unos instantes hasta que de pronto vio como un encapuchado iba tras la chica. Al darse cuenta de lo que sucedía decidió actuar y mostrar su valentía. Agarró por detrás a ese maleante y pudo reducirlo antes de que pasara lo peor.
- Hoy en día hay que andar con cuatro ojos señorita, los tiempos de ahora ya no son cómo los de antes, cuídese mucho.
Y después de esas palabras, Augusto desapareció sin más. Aquella mujer recordaría aquel momento y aquellas palabras para siempre.