La Voz continua recibiendo nuevos microrrelatos que competirán en la XII edición de este certamen literario. En esta ocasión, los participantes deberán contar una microhistoria, real o ficcionada, en la que la radio sea la protagonista de la misma. Como en anteriores ediciones, la extensión máxima de los relatos tendrá que ser de 100 palabras, incluido el título en el caso de que lo hubiere.
Un año más, los Centros Turísticos colaborarán con el certamen, cuyo plazo de particiàción se extenderá hasta el 31 de agosto.
Cada autor podrá enviar un máximo de cinco relatos, que podrá firmar con pseudónimo, aunque deberá indicar siempre un nombre y un teléfono de contacto. Todos aquellos que deseen participar pueden enviar sus relatos a concursorelatos@lanzarotemedia.net.
Los relatos serán leídos en el espacio de "Lectura en la Radio" de Radio Lanzarote (90.7), y publicados en La Voz de Lanzarote. Tanto la publicación como la lectura estarán supeditadas a las disponibilidades de espacio y tiempo de ambos medios.
Del fallo del certamen, que se hará público en la segunda quincena de septiembre, se encargará un jurado formado por periodistas de Radio Lanzarote-Onda Cero y La Voz de Lanzarote, que elegirán tres relatos ganadores y siete finalistas.
El ganador del primer premio conseguirá una cena para dos personas en el restaurante del Castillo de San José, mientras que el segundo premio es una de las experiencias insólitas para dos personas de los Centros de Arte, Cultura y Turismo del Cabildo de Lanzarote. Por último, el tercer premio es una comida para dos personas en el restaurante del Monumento al Campesino. Todos los premios son para personas adultas.
Pérdida
Al llegar a casa, la expresión de mamá me indicó que algo malo había ocurrido. Corrí a mi habitación y ahí estaba, en la cama, sin rastro de luz... Mi corazón se aceleró al recordar, sentado a su lado, tantos momentos compartidos, tanta complicidad, tanta compañía. Le acaricié, recorrí cada rincón en busca de vida, pero fue inútil “¿Cómo ha ocurrido, mamá?”, pregunté apesadumbrado. Ella se encogió de hombros, atusó mi pelo y, con la mirada puesta en la cama, respondió: “Seguramente fue una descarga eléctrica; ahora podrás comprar una nueva radio, hijo, de esas con internet...y con cascos”.
Sin Título,
Don Julián lleva ya un tiempo siendo enemigo del presente, las malas lenguas dicen que padece del olvido. Pero aprendí que cambiar de emisora le sienta. Cada mañana amanece con la radio a cuestas, como si de su memoria se tratase. A veces no la entiendo, pero Don Julián es un experto. Cuando la escucha pone cara de vacaciones y eso me pone contento. Solo les diré que en verano lo refresco con dos pilas recién compradas. Y créanme que lo curo, pues me canta todas las letras.
Quizá sueñe estar bailando,
Tomás no ríe, no habla, de su boca no sale ni una sola palabra, ni una frase, ni un regaño, ni un cariño. Sus brazos no calientan con un abrazo de esos tiernos, efímeros o largos. Sus ojos no miran a lo lejano…ni a lo que tiene al lado.
Sus piernas no recorren un camino ya fijado. Tomás no sabe cuál será su futuro, no recuerda su pasado. Mira las paredes blancas como quien se deleita observando un cuadro.
Una melodía suena en la radio. El pulgar de su pie se mueve.
Quizá sueñe estar bailando…
Hay alguien ahí..
Aquel día ya lejano y tras una ventanita, cual rejilla del confesionario, los acontecimientos bullían como olla a presión y se anteponían los unos a los otros. En la sala de estar, la familia permanecía expectante con, los cinco sentidos, ante aquel aparato de madera marrón, tan valioso, como a la par imprescindible. La contienda a punto de estallar mantenía a todos con la respiración contenida. Al fondo de la estancia una voz resolutiva y libre de titubeos: “sin la radio, la extinción de la especie.”
Los peques, asombrados:¿todos caben ahí?: la magia de la radio.
Sin Título,
Las campanas repican tan fuerte esta noche... que hacen golpear la vieja aldaba de la
puerta, como si alguien suplicase entrar. Enciendo el transistor y escondo la cabeza bajo la manta. Las ondas de radio me traen una voz que me habla de almas descarriadas y de perdón... Una voz cálida, acogedora, como de abuelo afable... Noto
que me falta el aliento e intento incorporarme, pero la cobija se ha vuelto pesada como una losa. Huele a tierra húmeda, recientemente removida... Y unos pájaros negros, de luto, se descuelgan del cielo y se posan sobre mi lápida yerma…
Los amigos de las ondas,
Su mujer llevaba muerta una semana cuando se la llevaron aquellos seres de blanco. Le dejaron comida para un mes y le bloquearon por fuera puertas y ventanas. “Para que no contagies a amigos y familiares”, le dijeron... Y se olvidaron de él.
Ahora, dos meses más tarde, yace “dormido” en el suelo. La radio sigue encendida. Y
sus amigos de las ondas siguen hablando con él, pero en voz baja, para que no se despierte.
Sin Título,
Me aislé de lo cotidiano, embuída en la magia de la radio.
Todo lo que me rodeaba resultaba irreal; cuando abstraída dentro de las ondas, aquella “nube” de entonces, me transportó sin mover una coma, más allá de las fronteras.
A pesar de la interferencias frecuentes de la época, las novelas de amor del mediodía, siempre se oían perfectas de principio a fin. El mantra de, “que una imagen vale más que mil palabras” quedaría pues en cuarentena, ya que estaríamos hablando, de formas de expresión complementarias; donde, tanto la una como la otra se necesitan mutuamente ¿o no?
Sin Título
Serían las cuatro de la madrugada cuando ya la vigilia pesaba como una losa; y tras las horas de insomnio me dije para mi:
- Hasta aquí hemos llegado -conecté con mi emisora favorita, y al instante, una envolvente música árabe ejerció de terapia. Rogué para que el contoneo en las sombras durase al menos hasta las seis y, a partir de esa hora, Dios dirá. Se cumplió mi rogativa. Mientras, la sensualidad de la bellísima melodía se alargaba hasta no se cuando.
Me quedé dormida y una vez más la magia de la radio me envolvió en una nube.
Melodía,
El viento le había susurrado al oído, algunos recuerdos. Había llamado a Radio Lanzarote 90.7, a dedicar una canción de Adele: “When We Were Young” Al otro lado de la emisora, estaba Juan. Le había parecido escuchar su voz, y se le había iluminado la cara, con una eterna sonrisa. Intentando sumar la factura, los números no le cuadraban. Los papeles se cayeron al suelo. Sonaba, su canción favorita. Se levantó de la silla, cantando sin parar.
Las voces radiofónicas de la radio, habían revivido el amor. No importaba la distancia.