En nuestro país, en estos momentos mueren personas debido a la pandemia, se resiente el sistema público de salud, infinidad de familias no tienen para comer ni pueden pagar sus alquileres o sus hipotecas, las expectativas de futuro de la juventud son muy sombrías y la crisis económica y social provocada por la COVID-19 se ha extendido por todos los rincones. Pero, en lugar de afrontar esta gravísima encrucijada en la que nos encontramos para ponerle remedio, hay quien pretende espantarla profiriendo vivas al Rey y tapándose con la bandera de España, recurriendo a una suerte de conjuro mágico propio de pasados siglos de oscuridad.
Lo que denotan estas actitudes es que una parte de la sociedad española permanece demasiado apegada al pasado y a sus privilegios. Se resisten a reconocer la existencia de problemas reales que afectan a amplias mayorías y a aceptar que los tiempos cambian y, con ellos, las ideas y los anhelos de la población. Niegan los problemas y se apropian indebidamente de algunos símbolos de nuestra democracia, como la Corona, la bandera y, de último, hasta el constitucionalismo… Pero, no nos dejemos embaucar, ya que, con este relato, la derecha extrema y la ultraderecha sólo buscan encubrir su fracaso electoral mediante una confrontación que, a veces, adquiere preocupantes tintes guerra-civilistas.
Una de las bondades de nuestra democracia es que permite la convivencia de monárquicos y republicanos, de personas de derechas e izquierdas. Por tanto, no hay españoles buenos ni españoles malos por preferir una u otra forma de Estado, por proclamar vivas al Rey o a la República, por ser de izquierdas o derechas. Los buenos y malos españoles no se identifican por sus ideas políticas, sino por cumplir o no con sus deberes cívicos y democráticos, como pagar sus impuestos o respetar escrupulosamente a las instituciones del Estado, como el Parlamento, la justicia o el resultado de los procesos electorales como expresión de la soberana voluntad popular.
Ahora bien, la Constitución Española no cayó del cielo ni es inamovible. Es una obra humana fruto de un gran acuerdo entre ‘las dos Españas’ que perseguía superar las graves heridas ocasionadas por el golpe de estado perpetrado en 1936, y que provocó una guerra civil y 40 años de dictadura franquista. Como toda creación humana, la Constitución Española es perfectible y responde a un momento histórico concreto, es mejorable y deberá adaptarse a la evolución y a las demandas mayoritarias de nuestra sociedad.
Aunque nace con vocación de permanencia en su redacción original, la propia Carta Magna prevé su modificación mediante mecanismos simples o mayorías muy cualificadas, según el alcance de la modificación y los textos afectados. Así que no hay que rasgarse las vestiduras si alguien propone cambios, porque expresar libremente las ideas y confrontarlas forma parte de la esencia de la convivencia democrática. En tales situaciones, de algunos sectores sociales cabe esperar algo más que ponerse a gritar viva el Rey con la bandera detrás, usurpando la Corona, el Rey, la bandera y la Jefatura del Estado al resto de los españoles.
A pesar de todo, el debate no consiste en estar a favor o en contra de proferir vivas al Rey y envolverse más y mejor en la bandera española, puesto que lo que subyace de fondo es un viejo tic autoritario que aspira a someter a la democracia y a los verdaderos demócratas. Esto sí que es alarmante, como lo es también la deriva hacia la derecha extrema de la dirección del PP o la desequilibrada estrategia de enfrentamiento del PP madrileño con el resto de los españoles. Profundizar en la convivencia democrática pasa hoy por saber perder unas elecciones, dejar de recurrir a la dialéctica de la lata de gasolina, aprender a ejercer una oposición responsable y comportarse con lealtad con las instituciones. Con todas las instituciones.
Fco. Manuel Fajardo Palarea, senador del PSOE por Lanzarote y La Graciosa.