No me voy a referir estrictamente a las personas más dañadas por el actual modelo social. No hablo de parados, con mísera prestación o sin ella, de dependientes físicos, de pensionistas cada vez más pobres o de cualquier persona que no alcance ningún rescate social: que son muchos, y cuya cifra no parece tener otra tendencia que no sea al alza.
Perder el trabajo y con ello el soporte económico; perder la casa y seguir embargado con esa deuda; caer enfermo y verse desprotegido, económica y socialmente; y otros tantos males que nos acechan al doblar la esquina y pueden asaltar hoy a cualquiera. Hay una notable carencia en cuanto a protecciones sociales para el individuo, para la comunidad. El que hoy no es una víctima social del sistema seguro que se reconoce en riesgo.
Vivir al borde del abismo no se va a convertir fácilmente en costumbre. De hecho, nuestra enseñanza generacional es una constante obsesión con garantías que antaño formaban parte fundamental del "estado del bienestar" pero hoy ya no existen: se nos robaron y las perdimos de repente. Encaminadas a tranquilizar a la masa trabajadora, dándoles un cierto "poder de acumulación" que se convertía en beneficios por antigüedad en el trabajo, cotización de cara a jubilación, etc. Garantías a punto de desaparecer o ya desaparecidas, a veces de forma retroactiva.
Por otro lado, sigue siendo el proletariado, la fuerza del trabajo, quien único da crédito sin intereses, cobrando según convenga el propietario de la herramienta de trabajo: a la semana, al mes... Lo que sumado a lo anterior conforma la misma clase social de siempre, pero ahora más indefensa y condicionada por el Capitalismo y la colaboración burguesa, que ha aumentado beneficios sacrificando el anterior estatus popular. No se trata de la disminución salarial o pérdida de calidad de empleo, sino que además, la legislación también prevé que el propietario de los medios de producción, el empresario, pueda retrasar los pagos o dejar de hacerlo. Ahora se impone el miedo al engaño. Es terrorismo laboral.
La situación de fobia se traslada a la sociedad provocando reacciones continuas, pero aisladas, según se reciba el golpe por uno u otro lado. Aunque la explosiones sociales ya han llegado a derribar gobiernos, siempre con un seguimiento internacional que pretende seguir velando por el interés capitalista, no tiene porqué acabar siempre así.
A la ciudadanía, al proletariado, a más del 90 por ciento de esta sociedad no nos queda otra opción que organizarnos y coger las riendas. Desde el trabajo, el sindicato, traspasando las fronteras de los barrios, los pueblos y las ciudades, hemos de ganar el poder político para acabar con la violencia actual.
El enemigo no va a regalarnos nada y no hay atajos en este proceso, por lo que hay que pasar de la inactiva espera a la acción popular y asumir desde ahora que es obligado tomar el poder político, con la responsabilidad que ello conlleva.
Pedro González Cánovas, Miembro de Alternativa Nacionalista Canaria