Íbamos en el Coche de Hora, éramos ocho, cada una con su historia a cuestas. Aunque iban bastante cargadas, el viaje no se hacía pesado. Cada asiento era como una cuna que se mecía al ritmo de los tarajaleos: el sorondongo, la isa… Todas juntas nos acompañábamos. Lanzarote, volcán de ensueño… Somos gente de costa, y los acordes brotaban en armonía, todas a una con los timples, laudes, chácaras, tamboriles, bandurrias, guitarras, flautas, pitos herreños, tamboras, bucios y claves.
La más chiquitina se unía al resto, y a palmadas se animaba también. Yo me sentía como flotando entre claras batidas, espumosas, listas para hacer suspiros, y envuelta en el olorcillo a ralladura de limón.
Cuando llegamos a la parada, nos bajamos de la guagua y fuimos al lugar donde las nubes azules y los alisios suaves nos esperaban. Mi abuela me peinaba y metía la mano bajo mi traje para ajustarme el zagalejo. “Mijita, no podemos perdernos este acontecimiento tan especial”, me dijo con cariño.
Pino también iba con su madre, que era costurera. Su padre, pescador de los buenos, traía el pescado fresco a La Puntilla pa’ venderlo. Allí se arremolinaba un montón de gente, algunas con talegas y bocadillos pa’ que los chiquillos merendaran. Frasquita y Carmelo se preparaban pa’ ir a visitar a una de las mujeres, pues tenían muy buenos recuerdos.
En el muelle, las chalanas, los botes y hasta el ferry, con su sirena, acompañaban aquel momento. El Charco, Cofete, La Garita, Playa de Santiago, Caleta de Sebo, Los Cascajos, Las Teresitas y La Estaca fueron las primeras en aparecer en nuestra memoria. El olor a salitre, las luces apagadas y el vaivén de las olas, todas a una, nos mecían en el océano. Se hizo un silencio grande, y tomados de la mano cerramos los ojos pa’ escuchar aquella sinfonía de mares. Mi abuela me agarró fuerte y me susurró al oído: "Nunca te olvides que esto es lo que somos, mijita. Esta es nuestra historia".
Los vestidos eran preciosos: gorros, faldas, polainas… Colores de todos los tonos, lanas, sedas… Todo conjuntado con mimo y esmero. Bajaron pa’ que la gente del público admirara de cerca los trajes.
Mi prima Mari Lola llegó y se sentó con nosotras. Me trajo una rebeca porque ya se notaba el viruje. "Parece que esta niña está destemplada, Pepita", le dijo a mi abuela. El espectáculo seguía, y mis ojos estaban abiertos como platos. De repente, empezaron a sonar chácaras, el tambor gomero, los acordes de las bandurrias y el sonido grave de los bucios, acompañando las poesías: De Josefina de la Torre (Gran Canaria):
"Las islas fueron para mí un mundo de luz, brisa y canto,
donde la poesía despertó como un eco de las olas."
De Sabas Martín (Tenerife):
"En el vaivén del mar, la isla encuentra su aliento,
y los timples, como olas, cantan la memoria del viento."
De Víctor Álamo de la Rosa (El Hierro):
"La isla es un pequeño universo,
donde el mar encierra historias
y el viento las canta al oído del tiempo."
De Ángel Guerra (Lanzarote):
"Entre volcanes dormidos,
la isla susurra su canción de fuego eterno,
y la memoria despierta en su lava negra."
De Pedro García Cabrera (La Gomera):
"El silbo no es solo un idioma,
es la voz del barranco que escala las nubes,
es amor hecho eco."
De Luis Feria (Tenerife):
"La infancia fue la isla,
la roca que el mar acaricia
y el recuerdo que nunca se pierde."
De Josefina Pla (Fuerteventura):
"El desierto de Fuerteventura no es vacío,
es una página de arena
donde el viento escribe poemas sin fin."
De Pedro Lezcano (Gran Canaria):
"Un timple es la patria,
una isla que cabe entre los dedos,
una canción que abraza el alma."
El molino de gofio, el fonil pa’l aceite, los molinillos de café y la mano del almirez pa’ majar los ajos… Todo estaba presente: mojo rojo, mojo verde, viejas jareadas colgando de una liña, almogrote, trigo y millo.
En aquellos bolsos traían los recuerdos y las tradiciones de generaciones. Nuestros abuelos nos contaban historias que debían transmitirse de padres a hijos. "Sin esas historias, mijita, nos perderíamos", decía mi abuela.
El presentador anunció la llegada de las protagonistas:
"Hola, me llamo Lanzarote. Soy oriental y vengo con mis siete hermanas pa’ hacer un pacto con todos ustedes: que, aunque no nos veamos, debemos ser siempre una piña. Si no, nuestra querida historia se perdería".Entonces tomó la palabra Fuerteventura, con su melena de burgaos y lapas. Gran Canaria habló del olor a eucalipto de su cumbre, pa’ que nuestros pulmones respiraran sabor a oxígeno canario. La Graciosa entró chispeante y luminosa, oliendo a pescado frito. Tenerife, con su manto de nieve del Teide, auguraba claridad pa’ sus hermanas. La Palma, con su volcán, deseaba calor pa’ todas. La Gomera silbaba, deletreando la palabra "amor". Por último, la más pequeña, El Hierro, cerró con emoción.
Todos, emocionados, con lágrimas en los ojos, hablaron con el corazón. "Que esta calima nuestra, nuestros alisios, y ese olor a mar sea siempre nuestro sello canario."
Las islas llenaron de nuevo aquel Coche de Hora, regocijadas y cantando una parranda que ahora también sumaba los acordes de chácaras, pitos, tambores, timples, bandurrias, flautas, bucios, claves y tamboras.