Opinión

Solo le pido a Dios que la guerra no me sea indiferente

Entre colegas juristas llevamos tiempo bromeando con que algunas figuras jurídicas que estudiábamos en la carrera de Derecho como algo netamente teórico con los años se han convertido en instituciones de incuestionable actualidad. En el plano nacional, sinceramente nunca imaginé que viviría la aplicación del artículo 155 de nuestra Constitución española en Cataluña; que se verificara una moción de censura contra un presidente del Gobierno, o que un patógeno llevara a la aprobación de un estado de alarma con limitación de movimiento en el conjunto de la población. En términos idénticos, en el plano supranacional, resultaba difícil pensar que a las puertas de Europa -rabioso escenario de guerras y barbaries “remotas”- se librara una batalla que pusiera de relieve la necesidad de abordar una estrategia de seguridad conjunta en la Unión Europea.

La guerra de invasión de Putin contra Ucrania y -en la más cruel actualidad- el conflicto entre Israel y Hamás han evidenciado la urgencia de robustecer las costuras defensivas de las fronteras de la Unión Europea sumado a la sensación de que las democracias europeas sufren la amenaza de verse cuestionadas y atacadas ante el riesgo de escalada del combate en nuestros territorios.

Ante el actual panorama internacional, asistimos diariamente a una escena despiadada y sangrienta en la que podemos efectuar la horadación de los derechos más básicos, denominados por el derecho internacional, en general y, por el derecho internacional humanitario, en particular, los derechos de primera generación. Con una mirada estupefacta y desconcertada ante la amenaza de que los riesgos exógenos pudieran tambalear nuestro Estado de bienestar, seguridad y libertad. En definitiva, nuestro sistema de valores.

Mientras todo ocurre, la Unión Europea responde, pero en modo cuestionable, cargada de divergencias. Así, las declaraciones del Comisario europeo de Vecindad y Ampliación, Oliver Várhalyi en relación con la suspensión de ayuda humanitaria a Palestina han tenido que ser desmentidas; Úrsula Von der Leyen, manifestaba el apoyo absoluto de la UE a Israel, una posición que tuvo que matizar para respaldar el derecho de Israel a defenderse si se ajusta plenamente al Derecho Internacional Humanitario. Mientras que, al mismo tiempo, anuncia que triplicará la ayuda humanitaria dirigida para Gaza pasando de 25 millones a 75 millones de euros.

Pese a la situación que se expone, la Unión Europea en un ejercicio de unidad y coherencia aprueba en el Parlamento Europeo una Resolución con fecha de 19 de octubre en virtud de la cual condena los infames atentados terroristas de Hamás contra Israel al tiempo que expresa gran preocupación por la situación humanitaria en la Franja de Gaza.

Así, la cumbre de Granada, celebrada los pasados 5 y 6 de octubre ha mostrado la imagen de liderazgo de la presidencia rotatoria del Consejo que, actualmente, ostenta el Reino de España. En una ciudad vibrante y hermosa que alberga el más puro legado del Reino Nazarí y donde he tenido la gran suerte de poder formarme y crecer se adoptó una Declaración con un claro mensaje: la Seguridad y Defensa en la UE es una realidad metida en el cajón que requiere diálogo y unidad de los 27 Estados miembros para construir una Europa más fuerte y cohesionada.

En este convulso contexto, el escenario que plantea nuestro vecindario no deja de ser una llamada de atención para que la Unión Europea despierte y madure velozmente. La situación actual pone de manifiesto una clara incapacidad de liderazgo en su condición de actor geopolítico. Unos ingredientes que elaboran una receta poco creíble y falta de una auténtica Política Común de Seguridad y Defensa.

Se hace necesario una Europa que reabra el debate, doloroso y de indubitada indigestión, pero tan necesario y urgente, de una defensa común y coherente. Pues sería un verdadero suicidio político, económico y social que no preparara a sus sociedades -líderes sin parangón en valores, libertades, derechos y paz- ante el panorama que experimenta la comunidad internacional.

La guerra todavía es posible y el dudoso peso en la esfera exterior de Europa está en emplearse sin demora en dotarse de una verdadera arquitectura defensiva que proporcione a sus sociedades e instituciones de un mecanismo de supervivencia y respuesta ante la eventual deriva amenazadora que presenta la esfera internacional.

Desde un lugar privilegiado tenemos la responsabilidad de unirnos y luchar por los derechos conquistados y así impedir que algún día dejen de estar garantizados.