Esta semana, he salido con mis alumnos; a pasar el día en la playa, hicimos yoga; jugamos a correr; a saltar, y todo tipo de actividades que nos permitió el entorno donde estábamos. Por un momento cerré los ojos y en esa franja de tiempo, escuché las risas, las canciones, ese correteo por la arena…y pensé en lo feliz que podemos hacer a los niños, con menos rigidez y más aceptación. Esa época no volverá y ya cada uno vive sus propias realidades, algunas bastante duras para su edad, y nosotros como educadores, podemos hacer que el aprendizaje sea más llevadero, si nos adentramos un poco en ellos. Allí corroboré que necesitan recompensas, y como afirma David Bueno, no son premios; son miradas de aprobación y de refuerzo, sobre aquello que están haciendo. En esa playa mi compañera y yo fuimos testigos, de esos gestos donde reclamaban aprobación.
Ese juego y deporte que allí realizamos es una ayuda más, para activarles la plasticidad neuronal, esa plasticidad que moldea su cerebro, y así, conseguiremos como educadores; adquirir nuevos aprendizajes.
A veces como padres; queremos que nuestros niños aprendan a leer y a escribir; antes de tiempo, y los hacemos competitivos.
Por supuesto hay que potenciar sus habilidades pero no sacrifiquemos su tiempo de juego.
Algunos llegan a clase extenuados; porque tienen muchas actividades extraescolares. Es necesario respetar esta etapa mágica; para tener niños emocionalmente sanos. A partir de 6 años son capaces de pasar de una emoción displicente a una placentera.
Esta reflexión que me hago a mi misma, en pro de esa enseñanza y niños felices; es un aprendizaje para mí como docente.
Para acabar, no forcemos sus cabecitas más allá de sus límites. Como docentes debemos ser bastante prudentes con lo que digamos, somos sus referentes y para corregir no hay que humillar ni hacerlos sentir frustrados, tenemos un lenguaje muy rico y a veces lo reducimos y podemos conseguir un efecto nada favorecedor. Si están desbordados dice Álvaro Bilbao, demos calma y no nos unamos a su caos. A los niños lo que les cuesta es recordar y no estudiar. Trasladar a la vida real lo que van aprendiendo, será el mejor juego para su cerebro.
Jugar, es también, una asignatura importante.
Juani Alemán Hernández