Opinión

Papeles mojados

Por Carlos espino La muerte habita en nuestro patio, en la parte de atrás de nuestra casa, pegadita a nosotros, siempre presente.La muerte, de entre sus muchas formas, tiene una extremadamente cruel, especialmente fría e inhumana. Si todas las ...

Por Carlos espino
La muerte habita en nuestro patio, en la parte de atrás de nuestra casa, pegadita a nosotros, siempre presente.La muerte, de entre sus muchas formas, tiene una extremadamente cruel, especialmente fría e inhumana. Si todas las ...

La muerte habita en nuestro patio, en la parte de atrás de nuestra casa, pegadita a nosotros, siempre presente.

La muerte, de entre sus muchas formas, tiene una extremadamente cruel, especialmente fría e inhumana. Si todas las muertes nos golpean, nos aturden, hay una que nos lleva un punto más allá en el dolor y la rabia. Y esa muerte, especialmente macabra, es la muerte que la noche del pasado domingo se enseñoreó de la costa de los Cocoteros.

Una muerte a escasos metros de la salvación. Una muerte a escasos minutos para finalizar el miedo y la angustia de una travesía miserable, repleta de olas, de viento, de oscuridad. Una muerte que segó una estremecedora cosecha, porque si la muerte siempre duele, duele más cuando son niños y jóvenes los que se lleva.

Es imposible entender tanta tragedia. Es imposible aceptar que nada más se puede hacer. FRONTEX y SIVE son siglas cada día más conocidas. Son objeto incluso de batalla política, en demasiadas ocasiones desde la mezquindad más miserable. Pero son tan sólo medidas defensivas ante una situación que nos desborda. Buscan frenar la salida, detectar las llegadas. Pero no basta.

La clave está en impedir que salgan. Pero impedir el embarque tan sólo con medidas represivas tampoco basta. La única manera de impedir que los hambrientos se jueguen una vida que ya no les vale nada, es matar el hambre que padecen.

A la crisis financiera internacional, que ha volcado totalmente la atención de los medios en el ombligo del mundo acomodado, se une una crisis ambiental sin precedentes que incrementa las hambrunas, que vuelve a poner en marcha a los buscadores de esperanza. Una esperanza tan tenue, que basta para colmarla el sueño de un empleo. Poner ladrillos a destajo, limpiar nuestros baños, cuidar a nuestros mayores en jornadas sin principio ni fin, son algunos de esos trabajos que, con contrato o sin él, se convierten en el soñado pasaporte a la abundancia.

No basta con lo que estamos haciendo. Por más que la razón me obligue a reconocer la importancia de todas las medidas que se han adoptado en los últimos años, sé que no basta con lo que estamos haciendo.