Así como se mueve una espada de esgrima. Así también nosotras, podremos vencer. No teman un vencer bélico, se trata de un vencer en igualdad. Se trata de colocar el florete a la altura del corazón, no para atravesarlo, sino para contemplar de otro modo.
Cuando la tacita de porcelana se rompió y los pedazos flotaban por baldosas hidráulicas con forma de lirio, pensé en la botella de cristal que había caído desde una altura de 1m 67cm y estaba intacta. Me pareció incongruente. La botella de agua había caído desde la litera de los niños y en su descenso había chocado con la tacita de porcelana que compré a nuestro quiosquero budista, Benjamín, de la calle Domingo Pérez Minik.
El día que compré esa tacita estaba triste y tuve una intuición. Hasta ahora ellos me habían dicho que todas mis intuiciones eran falsas. Años más tarde resultaron ser verdaderas y me dieron experiencia vital. Hablan de experiencia, pero fue muda hasta que nació Mateo. Mateo jugaba con diminutas excavadoras en el salón. En algún momento él también se convertiría en cristal. El cristal es más fuerte que la porcelana.
Fue una locura posar en su litera una botella de agua de cristal de litro y medio. Mateo solo tenía seis años.
Porcelana frente a cristal. La tacita estaba hecha añicos. El golpe del vidrio contra la porcelana fue muy fuerte. La escoba que lo recogía era un baile siniestro.
Así nosotras, sabremos vencer. La intuición permaneció 48 horas y 345 segundos.
Al día siguiente acudí de nuevo al quiosco de Benjamín y compré una tacita nueva. Esa misma tarde, mi maestro de esgrima me dijo que no debía confundir la prisa con la velocidad. También me dijo que todo lo frágil se convertiría en espada.
Así, nosotras, somos porcelana. Abracé a Mateo. Mateo fue a la cocina a por un vaso de agua.
-Tengo sed, mamá. (Delicadamente echó agua en su pequeño vaso de cristal. Delicadamente, delicadamente…)
La nueva tacita no se rompió jamás.