Una vez viajé a Italia. Estuve en Nápoles, Roma y Venecia. Pero no fui expresamente a Florencia. Aunque era la que más quería ver. Necesitaba antes la historia que paso a contarles.
Ustedes sabrán que uno no tiene edad. Que la edad, el tiempo, es un asunto psicológico en el devenir del ser y que incluso el tiempo físico ni siquiera vale como referente para comparar a dos personas o una consigo mismo. Y que, por lo tanto, uno, física y psíquicamente, fluctúa su edad en el tiempo o fluctúa el tiempo en su edad.
Así que lo que les voy a contar no me lo adjudiquen ahora al Ginés que aparentemente o convencionalmente transita por los 63 años. Al que de alguna manera tienen ante las narices. Ni siquiera lo trasladen a una edad concreta anterior o posterior, porque los asuntos físicos y psíquicos no van tan trancados: son como los potajes. La lenteja tira de la sal, la cebolla del aceite y así y así, mezclando diferentes tempos y temperaturas, sale el potajito. Pues la mente pare igual.
Lo mismo pasa con el espacio. Todos sabemos que hay espacios psicológicos que nos sacan del mundo común y nos transportan por otros espacios cercanos y distantes según las "alas" de cada uno. Incluso en el espacio físico medible, tangible, sabemos que, por ejemplo, las cosas a veces estando en el mismo sitio están más lejos o más cerca, o la casa o la isla es más grande o mas chinija.
Todos sabemos que la creación es mental, que es verdad que alguien golpeó el martillo en la lejanía pero que eso, físicamente y psíquicamente, donde sucede es en la mente. Vale que están las ondas y los tímpanos y todo eso, pero los efectos, las historias, las consecuencia, etc. de ese sonido es un proceso personal de cada uno. Incluso el sonido en sí. Llevando a un extremo el ejemplo, un mismo sonido puede causar la alegría de alguien y el enfado de otro, o los dos mismos efectos en la misma persona. Digamos que no es lo mismo si estabas esperando al carpintero que si acabas de dormir al niño. Todas estas tonterías son para contarles algo sobre mamá y que nadie se lo tome como un suceso que pueda ser trasvasado a la vida de los demás. Sus creencias, criterios, razones, etc., etc.
Yo llevaba ya unos días en plena desazón porque no recibía señal alguna de ella. Y sabia que 'el Viaje' no era fácil. Pero que ya debía haber concluido. Y yo solo esperaba una señal sencilla, un... ya llegué, cariño. Pues bien, hoy sucedió. Mamá llegó. Y todos mis mundos y mis tiempos se iluminaron.
Ella había muerto en un espacio tiempo de su elección; les recuerdo que estoy hablando de mí. Había muerto en este tiempo en que La Graciosa pasa a ser reconocida como una isla habitada al mismo tiempo que deja de ser parque natural. Al mismo tiempo. Trasladando 'la batalla' sobre la humanización y colonización a Alegranza. Su isla, física y metafísica.
Así que mamá falleció el día que Alexander von Humboldt nació. En estos días se homenajea o se prepara un homenaje de su llegada a Chinijo como primer punto de contacto con lo salvaje de su fabuloso viaje. Aten cabos. Y falleció el día que lo hizo Dante Alighieri. Ya saben, 'La divina comedia'. Infierno, purgatorio y paraíso. Las cosas de Humboldt y los tres tomos de 'La divina comedia' están como tesoros en mi biblioteca con dedicatorias y como regalos muy, muy especiales. Desde tiempo atrás. Esperando.
Pero mi madre y yo tenemos un mundo nuestro y de parte de la familia que entronca cosas de los muy antiguos isleños con los egipcios. Y, sobre todo, una escena de momificación que no voy a contar aquí que nos une en el espacio tiempo. Pues bien, ella murió el día que Jean Françoise Champollion logró leer la palabra Ramsés en la piedra de Rosetta. Y toda una civilización se desplegó ante los ojos de otra.
Mi madre se llamaba Trinidad y siempre se reía mucho de otra retaíla de nombres que llevaba añadidos. Y tenía una personalidad para cada uno de ellos que, además, multiplicaba por dos por su condición de Géminis. Si había un ser humano en el mundo al que adorara y admirara era otro con muchos nombres; ojalá un día me llegue la señal de que están de tertulia en algún bareto de alguna Florencia, ciudad de Dante, y donde Jean Françoise Champollion y él pasaron un tiempo de sus vidas, el es don Antonio Ángel Custodio Sergio Alejandro María de los Dolores Reina de los Mártires de la Santísima Trinidad y de Todos los Santos.
Desconozco si mi madre sabía que también, como ella, era Trinidad. Y multi nombre. Y me dirás, pues si comunicas con ella pregúntaselo, y yo te contesto que con los muertos no se habla. Que de qué me hablas. Él es don Antonio Gala. Y la vida es muy extraña. Y yo soy como la Trinidad, hijo padre y abuelo. Ginés, Manuel y Bonifacio. Cosas bien diferentes. Observatorios bien diferentes. Y también soy Géminis. Por eso nos entendíamos y nos seguimos entendiendo, porque sabíamos que no somos uno y que cada uno de ell@s varía con el tiempo. Y las combinaciones son casi infinitas.
Pero que todos ell@s, incluidos ella y yo, sí somos uno. Así que no tengo a nadie "ahí afuera" con quien hablar. No sé si me expliqué. Pasado, mañana, 1 de noviembre es el día de todos los muertos. El de los vivos es hoy. Florencia existe y a la vez es un sueño.
Por Ginés Díaz