Opinión

Los peligros del ciudadano total

A nadie se le oculta, más bien todos padecemos, el mal funcionamiento de las Administraciones Públicas y el malestar que define el estado de la ciudadanía en relación con el ámbito público.Urge que estas ...


A nadie se le oculta, más bien todos padecemos, el mal funcionamiento de las Administraciones Públicas y el malestar que define el estado de la ciudadanía en relación con el ámbito público.Urge que estas ...

A nadie se le oculta, más bien todos padecemos, el mal funcionamiento de las Administraciones Públicas y el malestar que define el estado de la ciudadanía en relación con el ámbito público.

Urge que estas instituciones vayan incorporando mayores cotas de transparencia, de debate común y de políticas que no sólo se "acerquen a los ciudadanos y ciudadanas", sino que cuenten con la implicación de los mismos y con su voluntaria aportación y presencia. Es este un terreno cuajado de tópicos que la mayor parte de las veces desdicen, más que aclaran, dónde se encarnan las "promesas incumplidas" de la Democracia, y las insuficiencias y suficiencias del actual sistema de convivencia.

Este error de apreciación y de aproximación, posiblemente, genere más desconcierto e insatisfacción de lo que la realidad, en la que se desenvuelven nuestros días, contiene. Es decir, si partimos de la escasez democrática, y tenemos en cuenta aquella descripción de la política como "el mercado en el que se compite por el voto", habremos dado un paso importante para diferenciarcon mayor claridad aquel lugar en el que la sociedad se encuentra, de aquél no-lugar (u-topos) hacia el que debemos caminar y que puede que no alcancemos nunca. De todas formas, sirva esta simple distinción como una manera de acotar la idea dado que nada existe, al menos en este mundo, en estado puro (salvo, eso sí, el ciudadano total).

Otra forma de aproximarnos a un análisis del actual sistema democrático, visto la presencia del mercado en todos nuestros actos y anhelos, es la de describirlo como el conjunto de procedimientos y de individuos que, como fruto de la maximización de sus intereses particulares, terminanpor generar, a través de mecanismos invisibles, el interés común, culminando así la aspiración de toda democracia como constructivo colectivo.

Es de común acuerdo que otra de las definiciones de nuestra sociedad es la de "sociedad de consumo", y que, por tanto, el individuo se nos desvela como un consumidor insaciable que se halla en una constante, y siempre insatisfecha, actitud de búsqueda de artículos y bienes consumibles; cuyo criterio básico de valoración es la cuantificación de lo consumido. Algo que no queda fuera del catálogo de consumibles son lo que llamamos "nuestros derechos", es más, hasta llegamos a hablar de los derechos de los animales (cuando losanimales no son sujetos de derechos, antes bien, nosotros tenemos deberes para con los animales, de otras especies, claro), con el riesgo de que cuando algo sirve para describirlo y reivindicarlo todo, termina por no servir para exigir ni describir nada. Esta inagotable gama de derechos (me refiero a los derechos idiotas) requieren de alguien o algo que tenga el deber de concedérnoslo y satisfacerlo; y esto entraña un riesgo que se deja entrever por ciertas esquinas del entramado público: el riesgo de que sin darnos cuenta, estemos reclamando el "Estado total".

Pero frente a los riesgos del Estado total se halla otro no menos dañino, aunque de diferentes dimensiones, que forma la otra cara de la moneda, y éste es el que podríamos llamar, siguiendoa Sartori, el "ciudadano/a total". Veamos: el ciudadano total es un (o una) perfecto conocedor de sus derechos pero, para qué, no de sus deberes, es decir, que puede exigir todo el respeto para él y sus opiniones pero está habilitado (por la pública divinidad) para eludir el derecho que los demás tienen a que puedan dar razón de sus actuaciones, opiniones y pensamientos,o, sencillamente a ser respetados.

El ciudadano total es un espíritu libre que se encuentra desprovistos de intereses, lo cual, le otorga un certificado de pureza pública que lo capacita para arrojar a todos los demás (y a las demás) la mezquindad de sus intereses ocultos que él (como buen vidente) se encarga de desocultar. Además esa alma pulcra (entregada por completo a desafiar las injusticias y contradicciones de todo lo que se mueva), no se halla sujeta a causa alguna, y del planeta del que procede son impermeables a la contaminación espuria que inunda y describe a todos los que no son él; a los que, encima y para colmo, se les ocurre tomar partido.Al ciudadano total no se le conocen debilidades, todo en él son certezas firmes y plagadas de empeño democrático (al menos en sus manifestaciones públicas, lo que después cada uno haga con su vida, allá él).

La mayor preocupación de este modélico ciudadano no es la de indagar si las cosas son en blanco o en negro, o que, como suele ocurrir con las cosas complejas, es que no lo son; antes al contrario, su mente es simplemente binaria (para qué andar con tonterías), con eso ya recoge todo el sentido y la diversidad del universo público (y Habermas intentando descifrar y definir en qué consiste eso de la "ética comunicativa"). El ciudadano total es, también, un incansable cazador que se va apostando en todos los medios de comunicación para que no quepa duda que cumple con su misión de desenmascarar al villano, de evidenciar contradicciones, ciertas o no, que vengan a cuento o no, eso es lo de menos, lo importante es que son contradicciones, y que nuestro garante, evidencia con la destreza que el destino le ha asignado.Nuestro ciudadano es previsible porque la Verdad no deja lugar a dudas ni contempla opciones, o si o no, no queda otra.

En definitiva, es mucha la tarea que tenemos por delante para ir conquistando, y no perdiendo, mayores cotas de justicia y unos niveles de democracia y equidad en la construcción de lo público. Pero un criterio inaplazable es el de partir de lo que es y de lo que hay, de donde estamos, y tener mínimamente claro cómo yhacia dónde dirigir nuestros pasos. Para bien y para mal formamos parte de ésta época, de esta cultura, de una democracia inacabada que se materializa en unas instituciones incompletas y deficitarias. Nos encontramos, en este sentido, en constante tránsito, de tal manera que lo que surja para mejorar la democracia y los espacios públicos, debe hacerlo como algo insólito, como el fruto inédito que se irá estableciendo, imperceptiblemente, como el lugar habitual al que aspiramos.

Para esto sobra el Estado total y, también, el ciudadano total; ya que, partir de una sociedad "suficientemente buena" significa (fuera de toda heroicidad) hacerlo desdeun ciudadano/a "suficientemente bueno".

José Luis Asencio García, miembro del PSOE de Lanzarote