por VÍCTOR CORCOBA HERRERO
Juan Mollá López, aparte de ser un hombre de pensamiento y un escritor que se interesa por la humanidad, es un defensor incansable de los derechos de autor. Con justicia ejerce la presidencia, de manera eficaz y eficiente, en la Asociación Colegial de Escritores y la Vicepresidencia primera del Centro Español de Derechos Reprográficos. Ahora nos participa un sustancioso texto escrito con motivo de unas Jornadas sobre el Derecho de Propiedad Intelectual de los Escritores en la Práctica, celebradas en el pasado mes de diciembre. En él se invocan grandes verdades que deseo recordar, participar, poner en reflexión por lo mucho que dicen.
Para este insigne cultivador de palabras y cautivador de acciones, Juan Mollá López, al escritor se le suele invocar en las grandes declaraciones; pero, con insistencia, se les utiliza como máscaras, como excusas, como coartada, como justificación ennoblecedora de los intereses comerciales. Ciertamente así es. Lástima que algunos sembradores de verbos entren al trapo y acepten subvenciones y migajas, perdiendo de este modo toda independencia. La lección de don Camilo José Cela nos viene al pelo: "Si el escritor no se siente capaz de dejarse morir de hambre, debe cambiar de oficio. La verdad del escritor no coincide con la verdad de quienes reparten el oro". Los efectos ahí están. Soportamos un clima de mediocridad tremendo, fruto de esa incapacidad de luz en libertad y de coherencia entre lo que se escribe, se expresa y se hace.
A los escritores les suele utilizar el político de turno cuando le viene en gana. Y otras veces, para callarle la boca, le extiende un benéfico guiño de favor (almuerzo, viaje, premio, edición de libro...) como pago a no dar guerra. Esa es la auténtica verdad que debemos admitir. Para desdicha de la cultura, hay mayoría de literatos que acepta este juego. O al menos esa es la impresión que se percibe. Desde que Ángel María de Lera plantó cara, dejándose la vida, e hizo oír la voz autorizada y libre del escritor emancipado de poderes, fundando la Asociación Colegial de Escritores, poco se ha avanzado al respecto. Se queja Juan Mollá, con toda la razón del mundo, que ahora la voz independiente de los escritores no está sonando en la elaboración de las nuevas Leyes surgidas en el maremágnum de la Sociedad de la Información.
La voz del escritor comprometido hace tiempo que permanece muda, sin valor alguno, por esa venta a la mercadería y al poder. Todo se ha politizado al máximo, con la consentida prostitución del amén. Las semanas culturales adoctrinan en vez de poner alas. Y allí está un escritor como maestro de ceremonias. Las bibliotecas se inauguran y asunto terminado. Y allí está un escritor como maestro de llaves. El derroche de premios y distinciones sufragados con dinero público suele ser un puro cachondeo. Y allí está un escritor como maestro habilitado. Este festín de casorios, actuando como padre prior,abochorna la creatividad; y, desde luego, denigra al escritor. La construcción de una humanidad más justa y unida, no debiera ser un sueño o un vano ideal. Debiera ser, en todo caso, un imperativo de los creadores, un deber de los pensadores, un grito de verdad frente a tanta mentira e intereses partidistas.
El mundo actual deslumbrado por sus conquistas y sus logros científicos y técnicos, con demasiada frecuencia, cede culturas y cultivos ante ideologías y comportamientos que están en contradicción con el verdadero espíritu soberano del escritor. Se ha perdido el lenguaje de la autenticidad, la lucidez de la lengua y el ingenio del habla. A cambio, hemos ganado el lenguaje de la pillería y de la complicidad con el poder más interesado, la simplicidad de la lengua y la estupidez del aborregamiento en el habla. Qué pena.