La revuelta del amor nos la sirve en verso, por aquello de calmar la sed de autenticidad que llevamos dentro, el cultivado Benedicto XVI. Su primera encíclica dedicada a mostrar (y a demostrar) cómo el cristianismo no reprime el amor, sino que imprime pureza de la de verdad, aquella que nos trasciende el corazón y nos enciende la vida. Para que nos produzca este efecto necesitamos el afecto del amor de entrega desinteresada, gratuito, lejos de ese amor de atracción que se nos mete por los ojos como interés interesado. Eso de moverse como un puro objeto de deseo, tan propio en el mundo de hoy, en plan animal, como un figurín del sexo, sin alma que nos vuelva poeta, deja fuera de juego la donación total que es el verdadero campo de amor; un camino de ascesis, de renuncia y anuncio, de purificación y recuperación del verbo.
Conjugar el amor es armonizar sentimientos, ajustar voluntades, conciliar pasiones. Coincido con el Papa. Nos hace falta ese desarrollo del amor hacia sus más altas cotas y su más íntima pureza. Algo tan fundamental como la glosa del pan diario que necesitamos para vivir. El texto de la encíclica reconoce que el amor es éxtasis, pero no en el sentido de arrebato momentáneo, sino como senda permanente, como un salir del yo cerrado en sí mismo hacia su liberación en la entrega de sí y, precisamente de este modo, hacia el reencuentro consigo mismo, más aún, hacia el descubrimiento de Dios. Todo lo contrario a lo que se predica en los altares de esta sociedad de consumo, que también consume el amor de usar y tirar. Un derroche, el del amor a la carta en los restaurantes de citas envenenadas, que nos atormenta, desespera y desazona. Nos hemos confundido de compra, el amor no se comercia. Luego, pasa lo que pasa, los tormentos de amor de tan difícil cura.
Prefiero el amor de los poetas y de la poesía, de la sociedad justa y del mundo en paz. El Estado, advierte el Papa, "que quiere proveer a todo, que absorbe todo en sí mismo, se convierte en definitiva en una instancia burocrática que no puede asegurar lo más esencial que el hombre afligido - cualquier ser humano- necesita: una entrañable atención personal". Se me ocurre, a propósito, lanzar una consigna al viento. Ahora, que al parecer, la educación en valores va a extender sus redes a lo largo de todo el sistema de enseñanza, después de que la Ley Orgánica de Educación del Gobierno socialista vaya a introducir la asignatura de "Educación para la Ciudadanía y Derechos Humanos", pienso que no estaría mal poner en valor el amor de amar amor, tan vilipendiado y rebajado actualmente.
Además, lo que hace falta no es un Estado que nos autorregule a su antojo, como ese amante que no nos deja vivir en libertad, sino que generosamente cuide nuestras alas de autonomía y apoye, con más amor que migajas, la cercanía a los hombres necesitados de auxilio. La lección de las flores, siempre más agradecidas del sustento de amor que del sustento material, nos hace ver lo importante que es la custodia de asistir a la vida con la ternura de un niño que nada tiene, pero que tiene lo más importante, el amor de sus padres. Pues sí, esta revuelta de amor me gusta, esa vuelta al principio donde todos los poemas pertenecen al amor. Al fin y al cabo, en la poesía como en el amor, los silencios que buscamos son abecedarios que nos reposan. No es un mal respiro.
Víctor Corcoba Herrero