"Como no tienes talento
tienes ese mal talante
que te vuelve tan violento."
José Bergamín.
Uno de los indicios más claros para descubrir la mediocridad es la tendencia a la descalificación. Nada complace más al que tiene poco valor y no se consuela de ello que descalificar de un plumazo a unpolítico, un autor, una figura histórica, un país o una época entera. Este le da una impresión de poder. Claro que es enteramente ilusoria, pero esto no importa demasiado, que todo se mueve en el campo de lo irreal y negativo.
Se dirá que esto es un fenómeno patológico. Así es, pero con una salvedad. No tiene por qué ser una anormalidad orgánica, ni siquiera psíquica; lo más probable es que sea biográfica. Se podría explicar, como casi todo lo humano, contando una historia. En ella se descubriría el origen de esa necesidad de descalificar que tantos sienten, que sirve de compensación, no a muchos fracasos, como se propendería a pensar, sino más bien a muchos éxitos. Cuando estos son inmerecidos -y el sujeto siempre lo sabe-, engendran un extrañísimo rencor que sería apasionante investigar en concreto. Es mucho más fácil consolarse de no ser "reconocido" que de serlo indebidamente, sobre todo si se tiene conciencia de haber contribuido a ello mediante cualquier tipo de extorsión. El que se cree injustamente preterido puede confiar en que un día se le haga justicia; el injustamente encumbrado teme siempre eso mismo, y por eso se refugia en un impulso demoledor, con la esperanza de que en la confusión su caso escape a una consideración más perspicaz y severa.
Al hombre bien nacido le produce alegría la existencia de algo valioso. Si en vez de algo es alguien, la alegría se mezcla con simpatía, entusiasmo, una impresión de "compañía" de las personas admirables que han existido en cualquier parte y en cualquier época de la historia. Es lo que el rencoroso no puede soportar. Su "predilección" va a lo que no se puede estimar, a lo que él mismo no estima. Busca lo degradado, lo inferior, morboso, torpe, para exaltarlo.
Hay épocas en que esta actitud florece con desusada pujanza. En algunos países es infrecuente, y sus habitantes no lo comprenden bien, se sorprenden cuando tropiezan con ella. En España, desde hace un par de siglos,ha brotado con inquietante fecundidad. No se entiende la manera como los españoles entendemos nuestra realidad, en todos los órdenes, sino se tiene presente esa manía de descalificación.
Lo más grave es que una enfermedad contagiosa. Es decir que los que espontáneamente no la padecen, sienten una maligna complacencia ante su espectáculo, y se suman pasivamente a él. Por eso tiene tanta amplitud la visión negativa de nuestra historia en bloque, o de nuestra realidad actual, con algunas excepciones deliberadamente excluidas.
El deporte que en español se llama "no dejar títere con cabeza" es propio de títeres. No pasa de ser un número de circo y la realidad es otra cosa. El circo es una diversión que se ha de tomar como tal, con la conciencia clara de que no es real, sino el retablo de Maese Pedro. No me importa demasiado el rencoroso que descalifica gratuitamente, porque sí, a los que valen más que él, o a un país al que tendría que admirar. En el fondo, sabe muy bien que está disparando contra sí mismo, buscando una compensación que no va a encontrar a algunas miserias que siempre guarda la vida. Lo más inquietante es que el que arroja piedras contra lo superior suele estar rodeado de un coro de papanatas que le ríen la gracia que no tiene. Y es que como dijo el poeta: "¡Ay! Por mucho que se diga / no dejará la verdad / de parecernos mentira".
Francisco Arias Solis