Debe ser conococido por todos que, con la cobarde anuencia del Estado, y compuesta por un reducido número inconexo de beatos, localizables y peligrosos médicos, la mal llamada banda del bisturí se dedica desde hace años a, previo pago de unos módicos
honorarios, la discreta mutilación genital de niños por encargo (actuación totalmente injustificable desde el punto de vista terapéutico). De boca en boca, y a través de puntos de información más que obvios, se encuentra flemáticamente arrellanada en su blanca
consulta del Hospital o Clínica menos pensado, al servicio permanente de devotas familias llegadas de aquí y de allá con el único objeto de someter a sus hijos pequeños a una definitiva circuncisión religiosa. Su sencillo, rápido y brutal modus operando consiste, por ejemplo, en poco más que un análisis de sangre, una anestesia local totalmente contraindicada, el mordisco sanguinario de unas bastas pinzas de
ginecología, tintura de yodo, un antibiótico, una gasa, un tubo de pomada Thrombocid, un pañal y a la calle. Sólo si surgiera un imprevisto se extendería, a posteriori, unfalso diagnóstico de "Fimosis" para tapar la boca de los entrometidos.
Aberración sobre aberración, la inveterada impunidad colofón de estas sistemáticas e irreparables agresiones pone en serio entredicho la misma integridad de instituciones y personas presuntamente responsables de velar por la defensa de los derechos de la infancia. Jueces, fiscales... sociedad toda. ¿Dónde están cuando más se necesitan? Pregúntele al médico, polícia, maestro o asistenta social más cercano qué saben al respecto de estas carnicerías cotidianas y por qué no las denuncian. A lo mejor puede ver como más de uno traga saliva.
José Francisco Sánchez Beltrán