Opinión

Imperdonable cadena de despropósitos

Dylan no se merecía terminar su vida así. No merecía morir, y menos de esa forma. Sólo tenía cinco años y ha desgarrado el corazón de media isla. De los que le conocían y de los que no. De los que han sentido cómo se ...


Dylan no se merecía terminar su vida así. No merecía morir, y menos de esa forma. Sólo tenía cinco años y ha desgarrado el corazón de media isla. De los que le conocían y de los que no. De los que han sentido cómo se ...

Dylan no se merecía terminar su vida así. No merecía morir, y menos de esa forma. Sólo tenía cinco años y ha desgarrado el corazón de media isla. De los que le conocían y de los que no. De los que han sentido cómo se erizaba su piel o una lágrima inundaba sus ojos al imaginar a ese pequeño atrapado en un coche que se hundía en Puerto Naos, sin que nadie llegara a rescatarle. De los que se han indignado viendo cómo otros, entre los que se encuentran las administraciones públicas implicadas y los responsables de los cuerpos de seguridad y emergencias, echan balones fuera y no asumen su parte de culpa en una tragedia que, con muy poco, pudo haberse evitado.

Evidentemente, la primera pregunta que asaltó a casi todos al conocer la noticia es qué hacía una madre con un niño de cinco años en plena noche en ese puerto, donde habitualmente van jóvenes a beber y a practicar peligrosas carreras de coches. Y por ello deberá responder ante la Justicia, ya que ha sido imputada por un delito de homicidio imprudente, al detectarse que superaba con creces la tasa de alcoholemia permitida.

Sin embargo, más allá de las responsabilidades de esa madre, que ya carga con su propia cruz, en esta dramática historia son muchas más las culpas que hay que repartir, aunque nadie quiera asumirlas.

La primera, está en la propia Autoridad Portuaria, que es la que tiene competencias sobre esa pequeña porción de suelo que parece estar en tierra de nadie. Ni la Policía Nacional, ni la Local, ni la Guardia Civil pueden vigilar la zona porque no está bajo su órbita, pero tampoco lo hace la policía portuaria, que es casi inexistente en la isla.

Ahora, Puertos dice que va a poner "bolardos" entre el final del muelle y el mar. Y que van a intentar coordinar la vigilancia en la zona. Ahora. Después de que un niño de cinco años haya perdido la vida. Después de que hace tres años, dos jóvenes murieran en el mismo lugar, al caer también al agua el coche en el que viajaban.

Y mientras tanto, no dan respuesta a por qué aquella fatídica noche, las luces del puerto estaban apagadas, aumentando aún más la peligrosidad de la zona. Primero culparon a Unelco. Más tarde, dijeron que había unos cables manipulados. En definitiva, una investigación que cinco días después de la tragedia, no había encontrado respuesta.

Pero por si los sangrantes elementos que rodean a este drama fueran pocos, también hay que sumar la polémica desatada en torno a los servicios de emergencias con los que cuenta la isla. Daniel, un buceador deportivo socio del club Pastinaca, fue el que tuvo que entrar al agua para rescatar al niño, porque ni Emerlan, ni Cruz Roja, ni los bomberos habían llevado un equipo de buceo, haciendo que se perdieran unos minutos valiosísimos en el rescate. Según Daniel, los suficientes para haber salvado la vida del pequeño Dylan. Puede que esté equivocado. Quizá no se hubiera podido impedir su muerte, pero nadie le dio la oportunidad. Ni su madre, ni la Autoridad Portuaria, ni el Cabildo y el Ayuntamiento de Arrecife, que deberían haber exigido soluciones hace tiempo, ni los servicios de emergencias. Y las respuestas de los implicados, son aún más inquietantes.

Según Emerlan, que se sintió directamente atacada, sus buzos son voluntarios que no realizan guardia presencial las 24 horas del día, por lo que tienen un tiempo de respuesta de entre 15 y 20 minutos, que fue lo que ese día tardaron en llegar. Y además, agregan que quien realmente tiene la competencia legal para realizar este tipo de intervenciones en medio submarino es un grupo especial de la Guardia Civil, con base en Las Palmas. En definitiva, que la durísima frase empleada por Daniel es la pura realidad: no están para rescatar vidas, sino cadáveres.

Y mientras tanto, ninguna institución pública ha salido a explicar cómo puede ser que en la isla no se pueda realizar un servicio de urgencia en el mar. Ni siquiera por qué delegan sus obligaciones en ONGs que, ante una tragedia, responden que trabajan con voluntarios y que no son los responsables directos del rescate. Pero por si fuera poco, el consejero de Emergencias del Cabildo, Ramón Bermúdez, tampoco sabía explicar a La Voz de quién son las competencias de un rescate en el mar, cómo se activa un protocolo o qué tipo de acuerdos tienen con organizaciones como Emerlan. Ni siquiera sabía si los bomberos carecen de material de buceo, pese a que tienen personal preparado para estas labores.

La cadena de despropósitos es tan grande, que adentrarse en cada una hace que se revuelvan las entrañas. Al menos, para quienes no están demasiado ocupados intentando que la muerte de un niño de cinco años no les salpique. Ahora, hay promesas desde la Autoridad Portuaria y el Cabildo ha abierto diligencias informativas para saber qué paso y por qué fallaron los medios de rescate. Quizá sirva para algo. Quizá esta vez sí escarmentemos. En el mejor de los casos, se dará solución a un tema aberrante desde miles de aspectos. Pero a Dylan le ha costado la vida. A más de uno, como mínimo, le debería costar el puesto.