Vuelvo a escribir con un cuchillo entre los dientes, junto al abrazo de una enfermera de emergencias en una ambulancia, junto a dos policías vestidos de paisano, junto a una médico encantadora rubia y de ojos claros del Hospital de San Sebastián y una trabajadora social afable con muchas pulseritas en la mano. Sé que tiene un hijo.
Sé que niega con la cabeza muchas cosas que digo y que me agarra la mano muy fuerte. No sé casi nada de estas personas y no recuerdo su nombre. Sé que fueron ángeles uno de
los peores días de mi vida.
Luego está el perdón, que vive dentro de una eternamente. Un perdón temblando porque en realidad ella no hace nada. Ella es la víctima, aunque todavía no lo vea. No puede ver en su
estado, a duras penas verbaliza. Luego, dicen, vendrá el olvido, y “habré matado al ángel del hogar”, en alusión a Virginia Woolf. Eso será siempre que la violencia no llegue a su
punto más álgido y consigamos escapar. De lo contrario seremos otra gardenia muerta.
Como dice Laura Freixas, acerquémonos a ellas, a las víctimas. Los grandes escritores o cineastas que han cometido abusos seguirán en los libros de historia, seguirán poniendo su
nombre en los aeropuertos, seguirán en las bibliotecas del mundo. Pero ¿Qué ocurrirá con las violadas o maltratadas, con las usadas como un objeto de placer que en tres meses les
aburren? Como escuché a la escritora catalana en alusión a la violación de Pablo Neruda, “yo quiero escucharla a ella -hacía referencia a su empleada tamil-, no me importa que
comenta faltas de ortografía”.
Acerquémonos también a la violencia psicológica, a los insultos, a las vejaciones, al dolor, y, en definitiva, a la dignidad humana.
Ya son 15 mujeres las asesinadas este mes de julio. No sabemos si sus maridos eran escritores, conductores, arquitectos, policías o antropólogos. Nada de eso importa. La cifra es estremecedora. La violencia machista continúa en nuestro país. Negarlo es negar la realidad, los datos, los estudios. Y no, eso no es política. Como leí hace poco en la red, hemos ganado una final de fútbol en la liga europea contra el racismo, y otra final en la liga femenina de fútbol, contra el machismo.
Hemos visto en Londres a una mujer vestida de morado -que puede haber pasado desapercibida- pero ha hecho levantarse a un estadio entero por su coraje. Ella entregó la copa a nuestro gran tenista, Alcaraz.
Hemos visto a princesas que viajan por primera vez solas en viajes de Estado – algún día escribiré sobre ese maravilloso libro de Leibniz “Filosofía para princesas”, e Infantas que apoyan el fútbol – femenino y masculino-, esto es, un país en igualdad.
Estamos aprendiendo que poco a poco o semilla a semilla que gana el coraje, gana el compañerismo, gana el espíritu y la nobleza humana. Sigamos luchando contra el machismo y eduquemos en igualdad. No queremos más gardenias muertas este verano.
Hago público aquí, confío con su permiso, una frase que me escribió recientemente Amelia Varcacel.
“De usted un pequeño paso cada día, saldrá de esto”.