por ANTONIO GUERRA LEÓN
Cada verano, el inevitable culebrón periodístico sobre la vigencia de las Fiestas Patronales y sus posibles reformas se pone sobre la mesa, consumiendo ríos de tinta, muchas horas de tertulias y sesudas reuniones de expertos sociólogos que intentan con distintas opiniones encajar las mismas en la formas actuales de vida, sin desdeñar, además, los nuevos elementos de divertimento y ocio que pueden aportar a las mismas las nuevas tecnologías.
Foros, donde unos, los más conservadores, pretenden dejar las fiestas intocables como hace siglos, cosa casi imposible, creemos, pues nuestras gentes, desde hace lustros están encandiladas y obnubiladas por otras ideas y formas más modelnas de divertirse. Emanadas y copiadas, casi siempre, de los mensajes enviados a diario desde la inevitable "caja tonta" a los asiduos televidentes. Aparte del desprecio total que tienen desde siempre los ciudadanos canarios por nuestro pasado, bueno o malo, pero el que tenemos, y que debemos conservar con inteligencia si queremos tener fiel conciencia de ser algún día un pueblo mínimamente respetado.
Para los que quieren cambiar substancialmente les festejos, hablamos de la gente joven, sus anhelos intelectuales no van tampoco muy lejos, pidiendo solo que les traigan los organizadores de las fiestas a sus ídolos de pies de barro de la canción... pop, pop, pop, pop, fabricados de forma artificial desde los platós televisivos entre grititos histéricos, y saltitos circenses, y de esa forma tener los, chicos y chicas, la adecuada disculpa para poder armar el consabido "boncho" nocturno a base de "mandanga y botellón".
A todas estas, mientras los vecinos sufren en sus carnes la falta de sueño y los terribles efectos de una jartada de locos decibelios lanzados a los cuatro vientos al tum tum, junto con otras barbaridades, entre ellas, la habitual violencia verbenera protagonizada por bandas de adolescentes muy definidas que aprovechan estas celebraciones para ajustar cuentas entre ellas.
Pero, si las fiestas en pueblos y ciudades son en su mayoría para honrar a los Santos Patrones, hay que reconocer, igualmente, que la afluencia a los actos religiosos con la mínima conciencia y devoción cristiana es muy poca, pues las nuevas generaciones "pasan " olímpicamente de esas prácticas de sacristía. Por eso no entendemos como los responsables de la Iglesia aplauden sin poner una sola pega que todos estos actos tan poco piadosos se hagan en, "nombre y en honor", de Cristos, Vírgenes y Santos. Señores. Al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios. ¡Y qué, San Ginés, nos perdone!
Así, sin muchos ánimos, languidecen nuestras tradicionales fiestas, y es qué, los "ediles y edilas", (vulgo "tollos"), solo utilizan estas celebraciones para su propio beneficio político, organizando actos, algunos infames, con las buenas perritas de los sacrificados contribuyentes a voleo, aparte de enriquecer de paso a ciertos intermediarios artísticos, ¡claro afines al grupo gobernante! con muy buenas comisiones. Faltaría más.
Con estas consideraciones hemos intentado explicar en pocas palabras, como se ha perdido la verdadera naturaleza de nuestras tradicionales fiestas con muy pocas y raras excepciones. Festividades aquellas, donde los actos se organizaban de forma más simpática e ingenua con el trabajo y el entusiasmo de todos los vecinos del lugar entre pedazos de carne de cochino en adobo y papas arrugadas , no como ahora, entre pinchitos morunos y perritos calientes que te pueden ronchar el cuerpo si te descuidas un poco.
Resumiendo, hay que asumir con total lealtad que nuestras antiguas fiestas han fallecido de muerte más o menos natural, y que las nuevas formas de convivir en pueblos y ciudades han puesto boca abajo muchas tradiciones y costumbres, pero pensamos modestamente que todo se puede arreglar. Primero, ahorrando mucho dinero del derrochado en actos inútiles para atender urgentes necesidades sociales de la comunidad. Segundo, intentando con otras actuaciones culturizar un poco más al pueblo, pero sin dejar que los más jóvenes puedan disfrutar también de sus ídolos de la canción o de la pantalla, pero todo dentro del buen gusto y sin inútiles despilfarros dinerarios. Qué ya está bien.
Fechas festivas que podían servir, además, para demostrar todos los años al público que sus impuestos han sido medianamente bien utilizados promocionando buenas Bandas de Música. Afinados Coros. Grupos de Teatro y Guiñol. Parrandas Folclóricos, Certámenes Literarios y Deporte. Actividades todas que pusieran la nota agradable y culta a nuestras degradadas celebraciones anuales.
Y sin olvidar, por otra parte, la importante participación infantil, antaño, principales actores de las mismas, niños que llenaban de alegría nuestras calles con sus carreras, gritos, ilusiones y zapatos nuevos. ¡Y es que sin chiquillos no hay fiesta que valga!.